Aunque haya nacido en Washington DC y viva en Brooklyn, me resultaría difícil imaginar el humor de Jonathan Safran Foer en su novela Todo está iluminado (Editorial Planeta, 2016) separado del humor judío que ubico en Nueva York.
Tal vez sea sólo desconocimiento mío, simple torpeza o inclusive un prejuicio ubicar el humor judío, con toda su capacidad de inteligencia y auto escarnio, en aquella ciudad del este norteamericano de donde salen Woody Allen o Jerry Seinfeld, por señalar sólo algunos. Cuando uno no pertenece a ese pueblo (o no lo sabe, porque recuerdo a mi padre cuando afirmaba que al remover el follaje de cualquier árbol genealógico español siempre caía algo de árabe o de judío) se maravilla por la capacidad de reírse de ellos mismos sin perder la ternura. Y no importa que sean religiosos o aun ateos, de izquierda o conservadores, pertenecen a una entidad supranacional y que está más allá del tiempo. Los Monty Phyton comprendieron bien que, antes de cualquier otra cosa, Jesús era judío al filmar La vida de Bryan.
En otro extremo del espectro humorístico y genérico, eso mismo fue lo que hizo Jonathan Safran Foer con su primera novela desternillante al tiempo que entrañable, Todo está iluminado.
Siento no conocer el inglés porque la gracia de media novela se basa en la manera como lo escribe el traductor del protagonista, un ucraniano llamado Alexander. Sin embargo, vale la pena fiarse de Toni Hill, que hizo la versión castellana, y gozar con lo entrañable de ese “candor”, como escribe Alexander mismo cuando se refiere a su cariño.
En sólo un momento, pero que resultaba para mí fundamental, dudé ante la traducción y me las arreglé hasta encontrar el original. Cuando aparece: “Lo único más doloroso que ser un olvidador activo es ser un recordador inerte”. En inglés es así: The only thing more painful than being an active forgetter is to be an inert rememberer. Saque el lector sus conclusiones. Yo quedé satisfecho.
Me pareció fundamental porque en otro momento habla de la manía de la memoria y me parece iluminador que esa manía, con todo su sentido original de locura o mal del alma, pueda ser una actividad o una inercia para algunos espíritus entre los cuales se cuentan Safran Foer y yo mismo.
Por todo ello he decidido comentar un libro que se publicó hace algunos años y que tiene una versión cinematográfica que, por cierto, no he visto.
Un joven graduado norteamericano, judío, decide viajar a una pequeña ciudad ucraniana para encontrarse con la aldea de sus orígenes (su shtetl en yiddish), asolada por los nazis y con una enigmática mujer que salvó la vida de su abuelo y de la cual sólo conserva un nombre y una posible fotografía bastante maltratada. Para hacerlo contacta con una agencia que se dedica a guiar turistas en empresas como la suya, la agencia lleva por nombre nada menos que Turismo Ancestral.
Y Turismo Ancestral es una empresa familiar que sólo cuenta con Alexander, quien apenas entiende inglés, el padre de Alexander, dueño y señor, y su abuelo, un viejo chofer monolingüe que grita y blasfema con fruición e impone su voluntad. Ah, y una perra obsesa sexual de nombre Samuel Davis Junior Junior. Abuelo, nieto y perra serán los guías de Jonathan en su descenso a los infiernos de los propios orígenes.
En días como estos vale la pena encontrarse con un novelista que ve el humor como una forma “de celebrar la grandeza de la vida” aunque, al final de cuentas, comprenda que “no es más que una forma de escabullirse de un mundo maravilloso y terrible”.
Ya sea como fuga o como rito, Jonathan Safran Foer tiene razón, Todo está iluminado.
Edición: Ana Ordaz
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