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Eso era servicio militar

Noticias de otros tiempos
Foto: La Guardia Nacional, esa milicia local que debía enfrentar a los mayas rebeldes, le parecía a sus contemporáneos

La curiosidad por la historia tiene cierta relación con la ociosidad de la mente. El mero hecho de preguntarse cómo se hacían las cosas en una determinada época es una actividad mental que, hasta donde se ha logrado documentar, únicamente realiza el homo sapiens.

Pero de esas preguntas que podrían parecer enfermizas es como llegamos a conocer cómo se organizaban las escuelas, cómo han avanzado las ciencias y las artes, incluso cómo ha cambiado la preparación de los alimentos y cómo han surgido algunos platillos. Y a veces, en los documentos que menos sospechamos, encontramos una descripción bastante completa de una actividad sumamente compleja, como podría serlo la garantía de seguridad.
Los cuerpos de policía son una creación relativamente reciente en la historia mundial, y datan del último cuarto del siglo XIX. Antes de eso existían corporaciones de vigilancia más o menos organizada en cuanto a sus funciones, como fueron los “serenos” y otros destacamentos como el que, al menos en algunas partes de México, fueron llamados “Guardia Nacional” aunque se trató de milicias locales.
Es precisamente en el semanario D. Bullebulle, de 1847, que encontramos una referencia acerca de cómo se realizaba la instrucción para los integrantes de la Guardia Nacional. La publicación es más conocida porque fue ilustrada por el grabador Gabriel Vicente Gahona Picheta, quien realizó ex profeso una serie de xilografías que muchas veces han sido descontextualizadas, puesto que originalmente sirvieron para acompañar los artículos que se iban publicando, varios de los cuales fueron de la autoría de Fabián Carrillo Suaste, quien firmaba como Nini-Moulin.
Ahora, D. Bullebulle no apuntaba la fecha de su aparición, y estuvo diseñado para formar un libro. El volumen que ha hecho público la Biblioteca Virtual de Yucatán respetó esa idea, de modo que no es fácil identificar cuándo apareció cada entrega. Pero en el segundo tomo del semanario el tema dominante es la Guerra de Castas, por lo que se infiere que esos números vieron la luz a partir de agosto de 1847, y es en uno de estos números que aparece el artículo “Guardia Nacional”, que incluye un grabado de Picheta.
El estilo del periódico fue burlesco. Incluso Carrillo Suaste llegó a decir que su personaje era un “escritor báquico, satírico, costumbrista”, y para hablar de la Guardia Nacional refería que tenía el honor de pertenecer a ese batallón y que no le cabía duda que “a la hora del peligro correrá… al encuentro del desgraciado que imprudentemente quiera exponerse al estreno y choque de su bizarría, hasta hoy virgen a despecho suyo”.
Pero, ¿que era esa guardia? Era precisamente un batallón al cual todos los varones mayores de 14 años tenían la obligación de incorporarse, a fin de recibir instrucción militar y estar en posibilidades de responder en caso de amenaza. Por supuesto, algunos privilegiados tenían la opción de no servir, a cambio de pagar “un reemplazo”. Así, la guardia le parecía al autor algo semejante a una ensalada, por su composición: “Allá se ve al sastre al lado del agrimensor, al empleado unido al tintorero, al estudiante junto al mercader, al escribano con el rapista (?), y al jurisconsulto arrimándose al tejedor del calceta o al fabricante de redes”.
A los integrantes de la guardia no les faltaba el valor. Sin embargo, seguía Nini, “son necesarias además la disciplina y la destreza en el manejo de las armas, cosas que para saberse, es indispensable que se enseñen, pues la verdadera ciencia militar no es como la política, ni la literatura romántica que se aprenden con sólo atreverse, o mejor dicho, con sólo cerrar los ojos y echarse al agua, y es preciso confesar que la guardia todavía, ignora el ABC de la Cartilla”.
Y aquí seguía la estructura de la corporación: “Creada en medio del desorden, apenas tuvo vida, cuando comenzó por andar a tientas y dando tumbos como un ciego de nacimiento a quien se deja entre cuatro esquinas, diciéndole no más que mire bien su camino. Pues aunque al tiempo de instituirla se puso a su cabeza un veterano a quien debe concederse conocimientos en su carrera, no hubo cuidado alguno en la provisión de jefes subalternos, resultando que las compañías, fuera de una o dos que cayeron en buenas manos, quedasen encargadas al mando de personas sin pizca ni ligera sombra de instrucción militar”.
Esa deficiencia en los mandos, a los que se les concedían ascensos sin ton ni son, y menos llenar líneas en la hoja de servicios, y mientras la tropa en formación se la pasaba entretenida en corrillos y chismes, porque ni siquiera era posible identificar a qué compañía pertenecía cada quien. En cuanto a las instrucciones, la escena que pintó Nini sigue produciendo risas:
“Flanco derecho, dicen cuando querían mandar el izquierdo, pero los soldados reviran hacia el izquierdo, por lo mismo que oyeron el derecho; y así todo queda bien por más que digan. Se dan fusiles o lanzas a los que no vinieron armados desde su casa; en fin suben las armas al hombro, y he aquí el cuadro que haría perecer de risa al enemigo más serio que intentase atacarlos. Este presenta una lanza; aquel un espadín, cuya vaina se hizo polvo al tiempo de sacar el acero; otro muestra una pistola; uno enseña su medio cuchillo; dos o tres agitan garrotes; no faltan quienes llevan al cinto un gran martillo, mientras el resto echa pestes contra los fusiles desvencijados,, enmohecidos y muy malditos que sacaron del cuartel. Aquello parece no una tropa de hombres, sino una banda de diablos jugando el Carnaval”.

Y pensar que con tan poco tiempo de adiestramiento se tenían que ir al frente… pero eso es materia de otras notas, y otros tiempos.



Edición: Ana Ordaz


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