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Los hippies de la montaña ensancharon mi horizonte

De conocer a otros y crecer en los encuentros
Foto: Margarita Robleda Moguel

En este viaje por el Pacifico Sur, 36 días me han dado material para reconocer que los seres humanos "diferentes” son mis favoritos. Los miro y disfruto imaginar las historias que los trajeron hasta acá, y me relamo los bigotes saboreando el encuentro como sucede con la cercanía de un buen libro en espera de las sorpresas y los ejercicios para expandir mi horizonte de comprensión de la vida y de los seres humanos.

Los Hippies de la Montaña, como luego me dijeron los llamaban en su pueblo, destacaban en cualquier situación. Desde que los vi, me fascinó su gallardía, paz y conciencia de ser. No tenían joyas, ni vestidos de marca, ni manifestaban medallas académicas, ni títulos nobiliarios, sin embargo, no pasaban desapercibidos, por su ser ellos mismos, punto. ¿Cómo explicarlo? Ellos eran únicos, nadie más. Les comparto la foto, pero esta no manifiesta la luz y paz que externaba, la decisión y capacidad de elegir, sin temor al juicio ajeno.

Desde que los vi desee un encuentro con ellos, eran una pareja de setenta años para arriba. El hombre más alto, ella bajita, de pelo blanco y suelto como en los años 60. Él con pelo largo y barba blanca. Quizá yo sea mayor, pero mi pelo maquillado, lo esconde ante los ojos que miran y miden edades.

Por fin un día, me encontraba en una mesa pegada a la ventana del barco, logro pasar los días con suerte y los vi a punto de sentarse en la fila siguiente. Les hice la mano para decirles que si querían los invitaba a mi mesa; señal que se da en estos viajes, así como mi respuesta ante la pregunta que me hacen otros, de si pueden sentarse en mi mesa, los sorprende: “Claro, era para ustedes, los estaba esperando, bienvenidos”. Palabras amables, mágicas que abren postigos e inician pláticas sabrosas.

Pero estos amigos, eran diferente, realmente los estaba esperando y el encuentro se dio. 

Me contaron que eran novios desde la primaria. Ella tiene trece, catorce. Ambos de un pueblo de las montañas del norte de Estados Unidos. El estudió medicina y ella, muerta de la risa me contó que él la ayudó a terminar la secundaria. Él participó en Vietnam y le tocó el fin de la guerra, también la caída del muro de Berlín, disfruto Woodstock… Conforme contaba haber sido testigo de momentos importantes de la historia de la humanidad, le dije, debería escribir un libro titulado: “Estuve ahí”. El hombre estaba encantado platicando sus historias y escuchando las mías. Ella lo volteaba a ver orgullosa. Había una relación de privilegio entre ellos. Me contó que él le peina su larga cabellera y otro día me confesaron que ella hace lo mismo con él. 

Vivieron en Belice tres años. Confesaron que ellos se entendían mejor con los mayas que con los blancos. Los mayas no juzgaban. Me dijeron que habían pasado por Mérida y que les gustaría volver. Les dije que los esperaba. Fue cuando me contó que le habían encontrado cáncer en los pulmones. Su doctor quiere operar, pero él, como médico, dijo que a la gente le llega su tiempo. Lo convencieron ante la pregunta: ¿Y ella? Así que aceptó, previó, navegar desde Alaska 57 días para disfrutarse y se bajaron para volar a Santiago de Chile y luego a Houston para regresar a sus montañas.

Al conocernos me dijeron que quedaban seis días de viaje. No los volví a ver. Las horas no coincidieron. Sin embargo, previo a su viaje nos encontramos en un pasillo y el gusto fue grande para los tres. “Te invitamos a cenar, no podemos irnos sin tu foto”. Me sentí muy honrada.

Ahí me contaron la parte que faltaba. Su abuela le pasó un don. Le dijo: “ahorita no lo vas a entender, pero lo harás”. Debe de haber sido difícil siendo médico, pero él comenzó a curar a la gente con solo tocarla. Corrió la voz y la vida tranquila se volvió una pesadilla. En el supermercado, la gente chocaba con él, para arrancarle la salud. Tuvieron que esconderse. Su hija llegó con cáncer y le pidió ayuda. Él le dijo que no podía hacer nada por la familia. Ella le reclamó dejar a sus nietos chiquitos… Ella se curó, pero le pasó la enfermedad a él. 

Puedo creerlo o no, pero conocerlos me extendió el horizonte. Qué hermosura de vida acompañada y compartida. Cuánto respeto y ternura. Él también me dijo que se llevaba algo mío. Fue un intercambio de regalos. Me encantará recibirlos en Mérida. Ojalá.   

@mrobleda


Edición: Fernando Sierra


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