Opinión
La Jornada
30/12/2025 | Ciudad de México
El presidente Donald Trump dedicó el domingo y el lunes a engrosar el listado de mentiras que vertebra su vida empresarial y política. En el contexto de la reunión con su homólogo ucraniano Volodymir Zelensky, afirmó que está “muy cerca” un posible acuerdo para poner fin a la guerra de la OTAN contra Rusia que se libra en territorio de Ucrania desde febrero de 2022. O desde el golpe de Estado en Kiev de 2014, según se vea. De acuerdo con una declaración conjunta, sólo persisten “uno o dos aspectos espinosos” para cerrar el plan antes de una reunión con líderes europeos en enero; pero esos puntos son justamente las líneas rojas más inamovibles para Moscú: el total control sobre las cuatro regiones que ya ocupa parcialmente (Lugansk, Donietsk, Zaporiyia y Jersón), la presencia de soldados de la alianza atlántica en territorio ucraniano y las “garantías de seguridad” a su vecino por parte de Washington y Bruselas, entendidas como un tratado de defensa mutua equivalente al de los integrantes de la OTAN.
Aunque la integridad territorial y la soberanía de Ucrania no deberían ser materia de negociación, sino derechos inalienables, lo cierto es que ambos fueron sacrificados hace mucho por Zelensky y sus antecesores. Desde hace más de una década, éstos entregaron a sus conciudadanos como carne de cañón para satisfacer el ansia de los últimos dos inquilinos demócratas de la Casa Blanca, Barack Obama y Joseph Biden, por precipitar un conflicto bélico que les permitiera aniquilar a Rusia como potencia regional con intereses y zonas de influencia propios. Tras 11 años de hostilidades y casi cuatro de guerra abierta, Zelensky no tiene ninguna soberanía que defender, y sus constantes encuentros como el máximo turista bélico del planeta son una farsa para mantener andando la maquinaria propagandística, por más que los únicos actores con capacidad de incidir en los acontecimientos sean Washington, Bruselas y Moscú.
Por otra parte, el magnate afirmó haber obtenido del presidente de Israel, Isaac Herzog, casi una confirmación del indulto para el primer ministro acusado de corrupción y prófugo de la Corte Penal Internacional, Benjamin Netanyahu. La oficina de Herzog se apresuró a desmentir la especie, pero el fanatismo por Trump entre la clase política israelí no permite dar por muertas sus gestiones para conseguir la impunidad de su aliado y amigo, casi el único de sus pares sobre quien nunca ha hecho una expresión desagradable o calumniosa. La gratitud con el premier israelí ha recibido esta ofensiva frontal contra la soberanía del país que gobierna devela hasta qué punto la manera en que se aferra al poder –nadie ha estado al frente de Tel Aviv por más tiempo– tiene como principal objetivo sustraerse a la acción de la justicia, afán que ya le llevó a pactar con formaciones de ultraderecha a las que antes él mismo rehuía y a perpetrar en Gaza los mayores crímenes de guerra que la humanidad ha visto en casi un siglo.
En cuanto a sus maniobras para instalar un régimen títere en Caracas y apoderarse del petróleo venezolano, Trump afirmó que Estados Unidos atacó “una zona portuaria donde se cargaban drogas en barcos”. Al ser requerido acerca de los pormenores del ataque, el magnate dijo: “bueno, no importa, pero hubo una gran explosión” y añadió “atacamos todos los barcos y ahora hemos atacado la zona”, lo que se interpretó como el anuncio de la primera embestida terrestre contra Venezuela. Sin embargo, otros funcionarios hablaron del bombardeo de un centro de producción de drogas, no de instalaciones de embarque, y las autoridades venezolanas no han registrado ningún incidente, por lo que, hasta el momento, todo parece producto de la imaginación trumpiana, así como de sus intentos de confundir y desestabilizar en la región.
Por último, tras la firma de un nuevo alto el fuego entre Camboya y Tailandia, el republicano aseguró haber detenido ocho guerras en 11 meses e insistió en que “quizás Estados Unidos se ha convertido en las verdaderas Naciones Unidas, la cual ha sido de muy poca ayuda en ninguno de estos casos, incluyendo el desastre actual entre Rusia y Ucrania; la ONU debe empezar a participar activamente en la paz mundial”. Más allá de la conocida falta de autocrítica en quien dio por zanjado el conflicto del sudeste asiático hace meses y ahora vuelve a adjudicarse una paz que nunca existió, sus palabras son puro cinismo ante el hecho de que las dos conflagraciones más letales de la actualidad, la que tiene lugar en Europa del Este y el genocidio contra el pueblo palestino, se llevan a cabo con armas vendidas o regaladas por Washington y, en el segundo caso, con el bloqueo sistemático de Estados Unidos a todas las resoluciones del Consejo de Seguridad planteadas por la comunidad internacional a fin de frenar la barbarie.
Edición: Ana Ordaz