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Daniel, el jovencito aquel...

Tuchman, músico y compositor
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Texto y foto: Jorge Buenfil

Corría 1980, yo trabajaba en la Productora Nacional de Radio y Televisión; era locutor y productor en esta institución, salía de la cabina de grabación porque había terminado ya la locución de uno de los programas de radio que conducía y, en el pasillo, me esperaba la productora para el agradecimiento y la despedida, - gracias Jorge, nos vemos la semana que viene… mira el es mi sobrino Daniel – un jovencito de 23 años, alto, robusto y con un especial carisma me extendió la mano y me dijo su nombre, no sin antes decir un “quiúboles” como para romper la seriedad de la presentación, empezamos a platicar y la identificación fue inmediata y dentro de la extensa conversación salió la palabra mágica, la música.

- ¿¡Eres músico!?- me dijo de una manera que sonaba a admiración y pregunta y con una alegría que dejaba ver su encanto por esta disciplina, - yo también toco la guitarra – me dijo, entonces le platiqué que tocaba con un grupo que se llamaba El machete con el que habíamos hecho música latinoamericana, pero que en esos momentos ya estábamos experimentando con otros géneros y que éramos finalistas en un concurso que se llamaba El Festival del Nuevo Bolero Mexicano. -Ghingón- dijo, le comenté que por la noche teníamos un ensayo y que estaba invitado, con emoción me manifestó que seguro iría, le di la dirección y nos despedimos con un “ya vas” …

“Ese método loco de ser y no ser…” sonaba a todo lo que daba el estribillo de la canción que a la postre sería la ganadora del Festival y tocaron a la puerta. Pinky, que era el anfitrión, se levantó a abrirla y escuché un – ¿Sí, diga? ¿Qué se le ofrece? - ¿Está Jorge Buenfil? – preguntó el visitante, me incorporé,  me dirigí a la puerta y ahí estaba el jovencito con el que había platicado en la chamba, al verme de nuevo el “quiúboles” -pásale- le dije, se lo presenté a los muchachos, -miren él es Daniel…- alargué su nombre esperando que dijera el apellido y me entendió perfecto -Tuchman- dijo, un mucho gusto colectivo le dio la bienvenida y continuamos con el ensayo, en un momento dado hicimos un descanso y Pinky ofreció los tragos obligatorios y salieron los cigarros (aun se podía fumar adentro de las casas) la voz del joven bajacaliforniano se dejó escuchar con aquel acento tan peculiar de su tierra y que él especialmente presumía… – ¿Me prestan una guitarra? - -Claro- contestó… creo que Manuel Guarneros y le dio el instrumento, empezó a tocar y de inmediato se dio el cruzadero de miradas, incrédulos y llenos de asombro fuimos envueltos por la magia y la maestría con la que aquel jovencito pulsaba la guitarra, continuó el ensayo y Daniel se incorporó a la sonoridad y el Machete sonó de otra manera, estábamos cerca de lo que andábamos buscando musicalmente, de mi parte vino la invitación para que se incorporara al grupo y que incluso estuviera en la final del Festival con nosotros, evento que sería en el Teatro de la Ciudad en esos días, aceptó gustoso y así comienza la historia musical en el DF de este jovencito llamado Daniel Tuchman. Ganamos el Festival, después nos contrataron en Café Concert donde estuvimos una larga temporada, el grupo amplió su repertorio y empezamos a tocar las canciones de Daniel aparte de las mías, tocadas por aquí, por allá, hasta que decidimos terminar con el ciclo del grupo y todos agarramos rumbos diferentes, Daniel se fue incorporando al medio con gran facilidad, por su gran capacidad empezó a ser solicitado por grandes figuras: Amparo Ochoa, Óscar Chávez, Gabino Palomares y otros, y por iniciativa de Néstor Sánchez Pinky, forman el Son de merengue, que fuera el primer grupo que tocó en México este ritmo tan festivo de Santo Domingo, grabó un extraordinario disco con sus canciones y algunas letras de Edmundo Lizardi que musicalizó con arreglos de Eugenio Toussaint y creció y creció hasta hacerse una leyenda. Gran músico, extraordinario ser humano, simpático, muy buen compositor, siempre te recordaremos, nos dejaste mucho y te llevaste demasiado, hoy te recuerdo cantando: La neurona que me queda me la quiero reservar, para el día de mi muerte no se me vaya a pasar y me quede para siempre en este espantoso lugar y me quede para siempre en este espantoso lugar, mi vida que aburrida será, mi suerte que aburrida será, mi muerte no se me vaya a pasar…

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Edición: Ana Ordaz


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