Por fin, un concierto presencial con la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY) después de ocho meses de ayuno musical.
El Teatro Peón Contreras, lugar de reencuentro de la máxima agrupación musical del estado con su público.
“Maldita pandemia de COVID-19”, dicen las musas de Apolo, que ha alejado a la sociedad del alimento espiritual, tan esencial como el pan y el agua: el arte y la cultura en general.
Por fin, los integrantes de la orquesta salieron del confinamiento y escucharon de manera directa el aplauso, los vítores, el reconocimiento y todo aquello constituye el alimento de sus almas. Después de todo, son instrumentistas entregados a la más sublime de las artes: la música.
En la primera aparición presencial ante el público, ya que los cuatro anteriores programas se transmitieron vía streaming, la OSY presentó el quinto programa de la XXXIV temporada de recitales, que incluyó obras de Stravinsky, Hummel y Beethoven.
La OSY interpretó de la mano con el solista Robert Myers, y bajo la batuta de Roberto Beltrán en calidad de director huésped, el Concierto para trompeta de Johann Nepomuk Hummel, una de los obras más aclamadas y reconocidas por los amantes del sonido de ese instrumento de aliento metal.
El trompetista marcó la secuencia de notas vivaces y alegres de este concierto de gran colorido que ha sido interpretado grandes exponentes de la trompeta como la inglesa Allison Balsom, el estadunidense Wynton Marsalis, el cubano Roberto Sandoval y el mexicano Rafael Méndez.
Considerada de difícil ejecución para un solista, la obra fue estrenada en el Año Nuevo de 1804, ocasión en que por primera vez en la historia de la música se utilizó una trompeta con válvulas o pistones a cargo de su inventor Anton Wideinger, quien dotó al instrumento de llaves para poder interpretar en mi mayor los tres movimientos.
Robert Myers no sólo salió airoso del compromiso, sino que cautivó en la interpretación de los movimientos rápido, lento rápido al público, que al final le rindió intensas palmas acompañadas de ovaciones, ambiente que no se escuchaba en el teatro desde marzo pasado, en que fue cerrado por la pandemia.
Las aclamaciones y los aplausos de los propios atrilistas también fueron para el director invitado, Roberto Beltrán -actual titular de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato y de la orquesta de Rotterdam, Alemania-, una de las mejores agrupaciones de música de cámara de Europa.
Sin partitura a la vista, el director invitado condujo a los músicos anfitriones a buen puerto con la Suite No. 2 para pequeña orquesta, de Igor Stravinsky, una bagatela a partir de ocho piezas para piano para sus hijos, en las que ellos tocaban las partes de la derecha mientras el compositor hacía lo propio con la izquierda.
La parte complementaria, la cereza del pastel, lo constituyó la Sinfonía No. 1 en Do mayor opus 21 del famoso Sordo de Bonn, obra primeriza del género, que revela la influencia que en el autor alemán ejerció el padre de la sinfonía y exponente del agonizante clasicismo, Franz Joseph Haydn.
Sin embargo, para sus admiradores del pasado y los actuales, Beethoven dejó su impronta en esta sinfonía, ya que en los 4 movimientos deja entrever su impetuosa y arrolladora personalidad.
Escrita en 1799 y estrenada el 2 de abril de 1800, el gran Sordo de Bonn no vaciló en desplegar rasgos de atrevida originalidad en esta sinfonía, dando el adiós a un pasado y lanzarse a la conquista de nuevas rutas, esfuerzo que le iba a durar 27 años más hasta el día de su muerte el 26 de marzo de 1827, etapa en que legó una revolución en el campo de la música.
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