Una noche de octubre de 1970, después de una fuerte lluvia, crucé la calle 60 para dirigirme al Mágico Taller, el del abuelo Gottdiener. Como de costumbre, lo encontré enfrascado en su febril trabajo: tallar la dura y roja madera de caoba, para dar vida a personajes del pueblo maya de Yucatán, labor que era el objeto esencial de su vida.
En el banco de tallado, varias figuras estaban sujetas por las prensas, así que, las gubias y buriles no tenían instante de reposo. Gente trabajadora de la villa de Dzitás era el motivo de la profunda actividad del abuelo, sus acciones de la vida cotidiana eran fielmente plasmadas en la materia vegetal de la noble madrea de caoba que, golpe a golpe, dejaba libre el maravilloso contenido que estaba vivo en el fondo del alma de su roja naturaleza. Mujeres y hombres mayas, eran inmortalizados con genial fidelidad en cada golpe que el abuelo propinaba a los mangos de madera en los cuales estaban montadas las filosas herramientas de acero, cuya dureza era evidenciada por los azules reflejos del acero templado a fuego, que era capaz de arrancar a la roja caoba los secretos de su dura entraña, y lograr el milagro de darles nueva vida, transformados en gente viva, viva en su maravillosa cotidianidad doméstica.
Jornadas Culturales Cardenistas
En 1934, al iniciar el período de gobierno de Lázaro Cárdenas, los legisladores reformaron el artículo tercero constitucional, cuyo texto queda así: “La educación que imparta el Estado, deberá de ser socialista, excluirá toda doctrina religiosa, y combatirá el fanatismo mediante la inculcación de un concepto racional y exacto del universo y de la vida social”. Una de las consecuencias más trascendentes de esta reforma constitucional, fue la creación de las que, históricamente, se conocen como Jornadas Culturales Cardenistas.
Para fortuna de Yucatán, fueron estas actividades las que trajeron de vuelta a Gottdiener a nuestras tierras. Esto ocurrió en 1936, y le llevó a recorrer completos los ciento seis municipios del estado. De todas las estadías de Gottdiener por nuestros municipios, la más productiva para su obra escultórica, es sin duda la de la villa de Dzitás, pues en ella se gestaron varias de sus esculturas más importantes. La más famosa de todas es un grupo escultórico titulado “Don X’Pil y Doña Zenaida”, pues se encuentra en las galerías del Palacio de Buckingham, ya que fue obsequiada a la reina Isabel II de Inglaterra, en su visita a Yucatán, por el entonces gobernador, Carlos Loret de Mola Mediz, en febrero de 1975. Sin embargo, considero que no es la mejor de ellas.
Una figura femenina, de aproximadamente cuarenta centímetros de alto, que representa a una mujer maya, vestida de hipil, en una espontánea actitud de sentirse apenada, lo que le hace encoger el cuerpo, y virar la cara en actitud de sentirse descubierta, es una representación profunda y maravillosa de un estado de ánimo humano y natural. Estas características le dan a la obra un valor de una simple autenticidad que la hace una verdadera obra maestra del arte. El abuelo la bautizó con el atinado nombre de La Pudorosa. Y la historia que generó esta escultura es sabrosa y encantadora.
Enero en Dzitás
El suceso que la genera, ocurre en la vida diaria de Dzitás, en un mes de enero, durante la celebración de las fiestas de Santa Inés, patrona del pueblo. El abuelo, en su estancia por los pueblos yucatecos, caminaba por las comunidades, siempre con un lápiz muy bien tajado tras la oreja, con el objeto de tomar al vuelo, cualquier personaje o escena que llamara su atención y que, merecería ser inmortalizado, posteriormente, en madera y luego fundido en bronce. Los trazos del lápiz, por lo general, eran recogidos en la noble y sencilla materia del papel de estraza, donde quedaban plasmados para la posteridad. En un arcón de madera, están preservados en rollos, todos los apuntes a lápiz del abuelo, que dieron vida a la obra creativa del escultor del pueblo maya.
La historia de La Pudorosa, ocurrió una noche de un sábado de enero, durante las fiestas de Santa Inés, en Dzitás. Como se acostumbra en todo pueblo de Yucatán, las fiestas del santo patrono, se extienden por más de una semana, incluyen la participación masiva de la gente que concurre organizada en gremios, que entran a la iglesia en procesión y tirando voladores; y hay también corridas de toros que se efectúan en las ancestrales plazas de toros amarradas, de palos y huano, conocidas como tablados. La noche del sábado es la más concurrida de las fiestas, pues hay un gran baile popular en el que las jaranas son el plato fuerte de la festividad del pueblo. A ese baile, que se efectúa en los corredores del Palacio Municipal, asiste el pueblo en pleno. Elegantes mestizas con sus coloridos ternos, gallardos mestizos de blancas filipinas y rojos paliacates, dan una imagen incomparable a esta festividad popular de gran entraña. La fiesta arranca con la entrada de los jaraneros a los corredores del palacio, entre el estallido de los voladores, las notas de la Angaripola y la aclamación del pueblo todo.
Después de cumplido el protocolo de la entrada de los jaraneros, se baila Aires del Mayab y, acto seguido, la orquesta interpreta muchas jaranas para que baile todo aquel que quiera hacerlo. Mezclado entre el pueblo, el abuelo fue testigo de una escena peculiar. La orquesta arrancó con una alegre jarana, y de pronto, en un extremo del corredor, una mujer humilde, vestida con un sencillo hipil, arrancó a bailar con gran entusiasmo, su gozo al bailar era tan grande, que todas las miradas del pueblo concurrieron sobre ella; la jarana llegó a su fin y estalló una espontánea ovación. La mujer se sintió sorprendida y se apenó por ello, se encogió, trató de ocultar la cara. El sensible ojo del abuelo, no dejó escapar la escena, tomó el lápiz y lo arrastró sobre el papel, y dejó inmortalizada la imagen de la humilde mestiza que, es desde aquel momento y para siempre: La Pudorosa.
Edición: Emilio Gómez
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