Con el tiempo se encuentran más evidencias sobre navegantes del Viejo Mundo que arribaron a las costas americanas antes de 1492.
Es difícil disociar las expediciones marítimas del pillaje y el exterminio, si bien la historia de la navegación es un hito cultural que merece tanta atención como el de la domesticación de granos.
En México, una de las culturas más abocadas a los desplazamientos lacustres y marinos es la de los ikoots –o huaves– del Istmo de Tehuantepec. La hipótesis más referida sobre su procedencia cuenta que llegaron del actual territorio de Nicaragua, aunque otros estudios apuestan por un origen ubicado por debajo de la línea ecuatorial.
Lo que nunca imaginé, es que un miembro de la zaga naval helénica tocaría a mi puerta un día. Si no él, al menos uno que compartía con el capitán de los argonautas, el nombre y el oficio. Jason Foster, navegante, constructor de barcos y narrador, me encontró un día trabajando en las maquetas para mi primera canoa de arcilla cruda. Este fue su relato:
Cursando apenas sus veintes, hacia 1974, Aruna Piroshki y Wayland Combe Wright decidieron recorrer el mundo. Después de cuatro años de seleccionar libros de barcos y marineros de las bibliotecas públicas de Londres, confeccionaron Taulua, su catamarán trasatlántico. Además de la madera que erigiera su casa y un árbol que ellos mismos cortaron, bastaron papel, tela y alquitrán para fabricar la canoa doble, de inspiración irlandesa y polinesia que usaron durante diez años.
Antes de zarpar del puerto de Bristol se sumaría a la tripulación su hija Kaerolik, apenas nacida. Ocho años después llegarían a Bahía de Banderas, en el estado mexicano de Nayarit, donde siguen viviendo, intercambiando productos, pero sobre todo experiencias y conocimientos con miembros de una nación que funde sueños y realidades como ellos: la de los huicholes.
Aún no me he visto en los ojos de estos insólitos navegantes, pero su historia, de manera inconsciente, fue depositada con las caricias de mis manos en la arcilla de las maquetas de mi canoa voladora: la que me tenía ocupado el día de la visita de Jason.
Mi embarcación evoca en principio el Arcano 7, la carta del Tarot que alude a la acción y el movimiento. Una bicicleta está anclada a uno de sus costados. Suponemos que ni la bicicleta ni la canoa avanzan, hasta que recordamos que somos uno con el planeta cuando somos conscientes del espíritu contenido en la tierra en perpetuo movimiento.
Con una actitud cuasi dogmática, la mercadotecnia ha conseguido que cinco generaciones hayamos creído que la solución para satisfacer las necesidades de vivienda está en los materiales industrializados derivados –en gran medida– de los hidrocarburos, del mismo modo que los zares de la agroindustria han querido convencernos del uso de semillas y polinizadores transgénicos como alternativa para darle de comer a los seres humanos.
Las verdaderas respuestas para dar cobijo y sustento a los pasajeros que transitamos con el planeta están en el respeto a la tierra, al agua y a los procesos que contemplan un uso moderado de los recursos, en contra de su extracción insostenible. Es urgente definir nuevas rutas de navegación: bregar hacia puertos donde imaginación y realidad se fundan, amalgamados por una ética como la de aquellos pueblos originarios que se comprometen con la salvaguarda de todas las especies, así como de sus ecosistemas.
*Artista visual. Premio al mérito ecológico de la Semarnat
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