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El enemigo de mi enemigo

En México, desde siempre tuvimos un sistema de mayoría simple y la lucha fue dual
Foto: La Jornada Maya

¿Cuál es la lógica de las alianzas que partidos como el PAN, el PRD e incluso el PRI están considerando construir para las elecciones intermedias? ¿Tienen sentido y probabilidades de éxito electoral? La respuesta no es simple, pero tiene raíces históricas claras y hacen sentido si las encuestas de humor social no mienten, por lo menos en nuestra Península y específicamente en Yucatán. 

La primera reflexión que ponemos sobre la mesa, es que los sistemas electorales de mayoría simple, en los que gana el que saca más votos -sin importar si se gana por un solo voto- tienden a generar sistemas bipartidistas efectivos. Es decir, pueden existir muchos partidos políticos, pero sólo son dos los que realmente cuentan. Ahí están los casos norteamericano (sistema presidencialista) y británico (sistema parlamentario), donde terceros partidos pueden sacar porcentajes importantes del voto nacional, pero no ganar una sola gubernatura o un solo escaño en el parlamento.

En México, desde siempre tuvimos un sistema de mayoría simple y la lucha fue dual: centralistas contra federalistas, conservadores contra liberales, constitucionalistas contra convencionistas, sistema contra anti-sistema. Sin embargo, durante la eterna transición democrática se crearon los espacios de representación proporcional que permitieron un extraño tripartidismo y hasta multipartidismo. Con la representación proporcional en México, un partido puede no ganar un solo distrito o municipio y aún así tener diputados, y luego se inventaron las senadurías de representación proporcional. 

Ese tripartidismo, en algunas áreas, favoreció al PRI, que pudo seguir ganando la presidencia de la República y las gubernaturas con votaciones realmente bajas, ante una oposición fragmentada. Enrique Peña Nieto ganó la presidencia con sólo el 38.2 por ciento del voto y Alfredo del Mazo la gubernatura del Edomex con el 33.56 por ciento, por ejemplo. Felipe Calderón también fue beneficiario de ese tripartidismo mexicano, ganando la presidencia con tan sólo el 35.91 por ciento de la votación. 

En ese marco, ante el aparente dominio electoral nacional de Morena, hace sentido, para los otros partidos, el tener algún tipo de alianza que no fragmente el voto. Las alianzas permitirían que el tripartidismo PAN vs PRI vs Morena se convierta en un bipartidismo Alianzas vs Morena. Para ganar, Morena tendría que mostrar verdadera fortaleza electoral local en cientos de regiones y lo mismo para los otros partidos. 

La segunda reflexión que ponemos en la mesa es que ni todos los partidos en las alianzas son iguales, ni todas las alianzas partidistas son iguales. Es obvio que la batuta nacional en la oposición democrática a Morena la lleva el PAN, eso es aún más claro en la Península de Yucatán. En ese escenario, si el agonizante tripartidismo local de hoy se convertirá en bipartidismo de facto, es claro que el PAN llevará mano, pues es el partido que puede ser más competitivo y, entonces, lo lógico es que el PRI se haga a un lado o se deba alinear a ese eje. 

La apuesta es interesante para el electorado, pues en una competencia PAN + Aliado vs Morena, sin duda habrá más claridad en el contraste de propuestas y el ganador saldrá fortalecido. Habrá ganadores, del partido o alianza que triunfe, con amplio respaldo popular y no vencedores de la accidental matemática de electores divididos en tercios. 

Seamos, en la tercera reflexión, aún más duros. El PRI no tiene muchas más opciones. Siendo el partido más devaluado como etiqueta política y con estructuras mermadas, el tricolor no puede seguir combatiendo en dos frentes (como la Alemania de la Segunda Guerra Mundial): un frente a la derecha contra el PAN y un frente a la izquierda contra un presidencialismo renovado y Morena. 

Alianzas flexibles (cada partido con su logo en la boleta, así compartan candidatos) o alianzas de facto (no presentar candidatos competitivos o hacerse a un lado) le permitirían al priísmo concentrarse en los espacios que es competitivo (que no son muchos y por tanto no puede darse el lujo de perder) o salvar cara, como aliado, en distritos y municipios en los que arriesga ser barrido si va solo. 

Por último, si las encuestas de humor social que consultoras como Púrpura Analytics han generado son acertadas, la  prioridad de Morena y los ciudadanos afines a ella no es derrotar al PAN, sino derrotar al PRI, siendo este el partido al que rechazan en niveles abrumadores de hasta el 80 por ciento, en municipios como Mérida. 

En suma, probablemente estamos viendo el fin del singular tripartidismo mexicano que existió durante la transición democrática y que, muy probablemente, dará paso a un bipartidismo de centro-derecha vs centro-izquierda. La democracia mexicana ganará de esa claridad en la competencia y en el contraste de agendas nacionales. La competencia dual de la que habla hasta el presidente, empieza a configurarse también en lo local. 

Estamos, pues, en un momento en el que las dos fuerzas políticas dominantes tienen claro que, en la batalla electoral del 2021, como dice el proverbio árabe, el enemigo de mi enemigo, es mi amigo. 

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Edición: Elsa Torres


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