de

del

Un árbol que nos dio canciones: Armando Manzanero (1935-2020)

Descanse en paz. Y que vea la luz al otro lado de la luna
Foto: Ap

De Armando Manzanero conocí primero su fisonomía: mi padre es una calca fiel de su complexión y rasgos peninsulares. Antes que la lírica y notas del yucateco más universal, le conocí el rostro, el acento y la estatura. También, en mis primeros años aprendí que los del Mayab tenemos una fisonomía fácilmente reconocible a kilómetros de distancia.

Así, en la terminal de autobuses, en el avión o en algún restaurante de la Ciudad de México era común que detuvieran a mi papá para saludarlo o invitarle una cerveza o una copa de vino en agradecimiento a unas letras que él nunca escribió, pero que habían permitido enamorar a la pareja respectiva. Mi padre, simplemente agradecía ese giro inexacto del destino y aprovechaba la feliz confusión.

A través de ese doppelgänger militar, de ese falso Manzanero que teníamos en la familia, escuché una de las frases que, en gran medida, me motivaron a escribir: “Una de las zonas más erógenas de la mujer es el oído”. Es entendible, cuando mides poco más de metro y medio de estatura hay que buscar los recursos con lo que uno se encuentra a la mano, hurgar en la minería de las palabras y posteriormente realizar verdadera alquimia para ser escuchado.

Mi madre ha compartido con el falso Manzanero 40 años de matrimonio, aunque el real, eso sí, no le simpatizaba mucho. Todo porque en una ocasión no le quiso firmar un autógrafo en el aeropuerto capitalino. Y si bien preferiría que el compositor se hubiera negado con una frase célebre como “Mi firma no vale nada, toda mi fibra poética está en mis canciones”, la verdad es que sólo comentó que estaba muy cansado, se dio la media vuelta y se alejó.

Yo, por mi parte, sólo vi al Armando de carne y hueso en una ocasión. Fue el 22 de octubre de 2010, hace ya más de 10 años. Lo tengo muy presente, porque me tocó redactar el discurso de inauguración del Otoño Cultural y, a manera de homenaje, se le cambió el nombre al Teatro Mérida por el de Teatro Armando Manzanero. Aunque a mí me hubiera gustado más bautizarlo como el Teatro Adoro. No obstante, no se me preguntó mi opinión en ese momento.

Lo mágico de esa noche fue la interpretación con la que el maestro cerró el evento. Algo tenían sus letras, sencillas en cuanto a su manejo del lenguaje, que podían hacernos recordar ese primer beso, ese primer amor, ese primer desengaño. Hay una frase de Eliseo Alberto que dice: “La memoria es una forma de ternura, entonces se llama nostalgia”. Y Manzanero le supo poner, como nadie, letra y música de fondo a esa forma de ternura.

En 50 años de trayectoria nos dejó algunas frases inolvidables como: “Contigo aprendí que yo nací / el día en que te conocí”, “Te extraño como los arboles extrañan el otoño”, “Tendrías que enamorarte como lo hice yo de ti / para así saber cuánto yo te amé” o “Adoro la seda de tus manos / los besos que nos damos”. Con su 1.54 de estatura compuso más de 400 melodías, es decir, una productividad de más de 2.5 canciones por centímetro.

 

También te puede interesar: Algunas de las canciones más famosas de Armando Manzanero

 

No obstante, también será recordado por aquella respuesta al ser cuestionado en una entrevista sobre el acoso: “Yo recuerdo, desde que soy niño, que les encanta que las acosen. Porque a la mujer le gusta". Y sí, desprovista del acompañamiento del piano, esa letra no resiste un análisis serio y se aleja a grandes trancos del romanticismo de la trova yucateca.

Del mismo modo, a la letra que le escribió a la ciudad de Villahermosa, Tabasco, con motivo de su aniversario en 2011, también se le asoman las costuras: “Tengo una novia, preciosa y deliciosa, se llama Villahermosa”. Un pedido por encargo siempre resulta más complicado que aquel que nace de la propia inspiración.

En fin, Manzanero fue un árbol que nos dio canciones, bellas canciones. Falta aún el juicio del tiempo para saber si hubo algo personal entre lo que escribió y la forma en la que vivió su vida. La sombra de sus ramas todavía está fresca.

Parece que fue ayer cuando escribió su última canción. El reloj no detiene su camino y no hace esta noche perpetua. Y esta tarde seguirá lloviendo en un 2020 que no se decide a apagar la luz y dejarnos, al menos, uno, al menos uno, de nuestros ratos felices.

Descanse en paz. Y que vea la luz al otro lado de la luna.

[email protected]

 

Edición: Mirna Abreu


Lo más reciente

Suena la campana: segundo debate

Editorial

La Jornada Maya

Suena la campana: segundo debate

De manteles largos

El tiempo transformó las fiestas, nos toca reimaginarlas

Margarita Robleda Moguel

De manteles largos

Ciencia e ideología: ¿enemigos naturales?

Curiosidades filosóficas

Nalliely Hernández

Ciencia e ideología: ¿enemigos naturales?

Bolón Rodríguez vuelve a lanzar en las Mayores

La última vez que el yucateco jugó en las Grandes Ligas fue en 2022

La Jornada Maya

Bolón Rodríguez vuelve a lanzar en las Mayores