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Brasil vive momentos oscuros ante la confluencia de la segunda oleada de la pandemia con la persistente negativa del presidente Jair Bolsonaro a reconocer la gravedad de la situación y tomar medidas elementales. El mes pasado, cuando el país ya era, desde tiempo atrás, el segundo con más fallecimientos a causa del COVID-19, Bolsonaro hizo gala de una insensibilidad sin par al sostener que “este virus es como la lluvia, le va a caer a todo el mundo”.

Las consecuencias de esa actitud criminal por parte del líder neofascista hacen estragos en toda la nación, con casos extremos como el que se vive en Manaos, ciudad del norte brasileño enclavada en medio de la selva amazónica. Ahí, es tan aguda la escasez de tanques de oxígeno a causa del repunte en el número de personas con cuadros severos de la enfermedad, que este insumo básico ha faltado incluso a los recién nacidos prematuros. Sobra decir que en esta urbe los servicios hospitalarios se encuentran colapsados, lo cual ha obligado a trasladar a los pacientes por vía aérea a otras ciudades.

En junio, durante la primera oleada de la pandemia, el porcentaje de personas contagiadas en Manaos fue tan alto –hasta dos terceras partes de la población–, que un estudio científico llegó a sugerir que en la capital del estado de Amazonas pudo haberse desarrollado la denominada inmunidad de rebaño.

La nueva situación catastrófica que padece esta ciudad da la razón a la advertencia de Natália Pasternak Taschner, bióloga de la Universidad de Sao Paulo, quien desde octubre pasado recalcó que “sólo podemos lograr una inmunidad colectiva completa con la ayuda de una vacuna”. Lamentablemente, este requisito brinda pocas esperanzas a la sociedad brasileña: la indolencia del gobierno de Bolsonaro llega a tal extremo que el país ya cuenta con 6 millones de dosis de uno de los biológicos disponibles, pero todavía no ha establecido siquiera una fecha para iniciar la vacunación. En uno de sus habituales desplantes de irresponsabilidad, el mandatario expresó que no apurará la aplicación de las vacunas porque “son una interferencia en la vida de la gente”.

En contraste con la inefable conducta del ultraderechista, ayer el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela protagonizó un ejemplo loable de la solidaridad que se defendió en este espacio como única salida posible a la crisis multidimensional en curso. Pese a los insolentes ataques de que ha sido objeto por parte de Jair Bolsonaro, el gobierno venezolano inició el envío de cilindros de oxígeno al estado de Amazonas, con el que comparte frontera, y puso a disposición de esa provincia un grupo de 107 médicos graduados en la Escuela Latinoamericana de Medicina en Caracas.

Aunque hoy sectores de la derecha –dentro y fuera de Brasil– se deslinden de Bolsonaro y finjan horrorizarse ante su combinación de ineptitud y fascismo descarado, no puede olvidarse que su llegada al poder, así como la incapacidad de las instituciones brasileñas para refrenarlo, son consecuencia directa de la demolición del estado de derecho emprendida para consumar el golpe de Estado contra la ex presidenta Dilma Rousseff, en 2016. Desde entonces, y en particular con el estallido de la pandemia, la derecha brasileña ha demostrado que al poner fin de manera ilegal al gobierno del Partido de los Trabajadores no tenía otro proyecto para el país más grande de América Latina que el de poner el Estado al servicio de su enriquecimiento personal, un proyecto que exhibe sus saldos más trágicos en medio de la emergencia.

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Edición: Emilio Gómez


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