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Eduardo Lliteras Sentíes
La Jornada Maya

30 de noviembre, 2015

El 13 de mayo del presente año, en el observatorio Mauna Loa del NOAA (el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos) en Hawai, se registró la más alta concentración de dióxido de carbono (CO2) en la historia reciente del planeta. Hablamos de 400.03 partes por millón (ppm). Para que nos entendamos: hace unos 800 mil años, la Tierra tuvo semejante concentración de CO2 en la atmósfera, y ciertamente la civilización ni siquiera era un proyecto. La noticia pasó desapercibida.

En la cumbre del cambio climático de Cancún de 2010, los científicos allí reunidos advirtieron que el CO2 no debía rebasar las 350 ppm, ya que de otra manera las temperaturas del planeta subirían lo suficiente como para destruir nuestro modus vivendi petrolizado. Un ejemplo de la seriedad con la que los gobiernos se han tomado el tema desde la cumbre de Río de Janeiro, hace unos 18 años, es la turbina de viento que el gobierno de Felipe Calderón montó en la carretera Cancún-Puerto Morelos; una auténtica fantochada, ya que dicha turbina no funciona, y sigue allí, de puro adorno, como un espantajo más de la bravuconería felipista. Jamás ha generado energía. Nunca dijeron cuánto gastó la Comisión Federal de Electricidad en erigir ese experimento para hacer la finta de que México era una “nación verde” ante los invitados extranjeros que llegaron a discutir sobre el cambio climático. Calderón se fue, sin rendir cuentas de esa, así como de otras muchas tropelías y crímenes.

Vale la pena también recordar que en la era pre industrial los niveles de dióxido de carbono eran de 120 ppm, como explican científicos de la ONU. Más de un siglo y medio después, con selvas, bosques, reservas de carbón y petróleo convertidas en añicos y humo (CO2 entre otros gases de invernadero) para construir el bienestar tan desigual del planeta, nos encontramos con 400. 03 ppm, por lo que no solamente hemos superado el límite histórico, sino que entramos en una zona de peligro.

Estamos serruchando la rama en la que estamos sentados, talando lo que queda de selvas; lo mismo en Campeche, Yucatán, Indonesia o la Amazonia.

[h2]Mérida y Yucatán ¿sustentables?[/h2]

Por lo pronto, hay que señalar que en materia de cambio climático, Yucatán y Mérida son todo lo que se quiera menos ecológicamente responsables. El sistema de transporte que se privilegia en el estado y en su capital, es el auto. El transporte público, del Situr, es contaminante, lento e ineficiente. El espacio para las bicicletas es prácticamente inexistente –a pesar de las numerosas ciclovías construidas por Renán Barrera en las comisarías- y mucho menos para los peatones. Además, los hombres del poder en Yucatán aman las grandes camionetas de 8 cilindros - en cuyas cabinas duermen la mona sus guaruras, quemando gasolina durante horas mientras los esperan estacionados a que terminen esos importantes eventos en los que se reparten aplausos y discursos grandilocuentes -. Las oficinas de gobierno son todo lo que se quiera menos comprometidas con el ahorro energético: luminarias encendidas de día son visibles no sólo en Mérida, sino en todos los municipios y carreteras del estado, y no hay una política activa en reforestación y uso de energías alternas.

[h2]Federación y deuda[/h2]

En preparativos de lo que será el 2018 se anunció un nuevo récord histórico de presupuesto para Yucatán. Casi 37 mil millones de pesos. Claro, lo que no dicen quienes lo aprobaron, y ahora lo cantan, es que el llamado presupuesto base cero del gobierno federal no fue más que otra pantomima, como el rehilete de la CFE montado en la carretera Cancún-Puerto Morelos.

Pero mientras haya dinero asegurado en 2016, ¡qué reviente el mundo!, piensan muchos. Igual el clima, y el planeta, ya que en Yucatán no pasa nada, aparentemente. El presupuesto del año entrante en el país se sostendrá, no se olvide, gracias a la contratación de deuda.

Si con Felipe Calderón ésta aumentó en total 207.7 por ciento; la interna en 210.1 por ciento y la externa en 202.2 por ciento, con Peña Nieto no se cantan mal las rancheras.

La deuda del sector público creció a un ritmo de mil 622 millones de pesos diarios desde el inicio de la actual administración federal, hasta alcanzar un monto sin precedente de 6 billones 229 mil 177 millones de pesos, señala [i]La Jornada[/i].

Mientras tanto, en Yucatán se festeja el presupuesto millonario, pero nadie echa cuentas de que estamos también viviendo de prestado. Eso sí, a Mérida, le aumentaron escasos 70 millones de pesos, a una ciudad que concentra la mayor parte de la actividad industrial, económica y gubernamental del estado, y que no para de crecer.

¿Se trata es de amarrarle las manos a Mauricio Vila?

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