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Emiliano Buenfil y Sandra Gayou
La Jornada Maya

13 de noviembre, 2015

En el apócrifo colectivo tenemos anquilosada la imagen de la “Mérida Blanca” y su “boxito” alegórico ataviado todo color nieve, que habita “La ciudad blanca” donde todo es inmaculado y sereno, donde se canta música clara y enamorada. Pero pocos se enteran que al caer la sombra oscura de la noche, el metalero yucateco sale a buscar esos decibeles que le hagan fermentar la sangre, para mover la mata y sacar a pasear el ánima oscura de la contracultura regional.

En la ciudad de los hijos de la noche hermosa sopla desde hace por lo menos 30 años un fuerte viento negro, la escena [i]underground[/i] local se caracteriza por ser mayormente de “música extrema”, un cosmos cultural paralelo henchido de bandas y tradición, que ha crecido como la yerba y se ha agarrado firme de las albarradas del norte y del sur de la capital yucateca.

- “Yo tengo 27 años tocando música y cuando empecé, mis primos, el grupo Tabaco ya existía. ¡Imagínate!”, comenta [i]El Negro Canto[/i], legendario baterista del grupo Lacrimae, así que nos trepamos al Delorean para viajar a los años ochenta, donde todo comenzó.

Al principio se tocaban covers, se hablaba de bandas como Marca Registrada o Catsup que tocaban cosas de Black Sabbath; quien tenía el poder adquisitivo y la ilusión firme podía hacerse del equipo para formar una banda; los que no, se volvieron fervientes escuchas y asiduos parroquianos de los conciertos, -“El metalero es aferrado, es fiel; el metalero de verdad paga su entrada, paga por su música, paga por llevar la playera”, dice Rubén de Niños Suburbanos.

A la sombra de los grandes teatros y los apoyos gubernamentales, el metalero formó sus propios espacios de convivencia y sus propios códigos, sus propios foros, un camino para desahogar la frustración social, emocional, económica y profesional. Llegaban pilas de discos que el metalero consumió con la religiosidad de un yonki “el primer disco que tuve fue de Kiss, ya no quería escuchar nada más, luego mi primo me da un disco de Pink Floyd… ¡me mató!. Ya empezaba el Rock en tu idioma, con mis bandas hacíamos más hard rock, cuando entré a Lacrimae hace 20 años fue cuando ya empecé a escuchar metal muy grueso”. Nos cuenta [i]El Negro Canto[/i].

Las viejas bandas se diluyen entre los covers y la mayoría desaparece, pero no el movimiento, para los primeros años de la década de los noventa, ya el virus metalero se contagiaba como la chincungunya y el género te definía más allá de tu clase social, surge una generación que apuesta a la música propia y terminan de cerrar el ciclo: Putrefactor, Potaje Nuclear, Corroxxion, Niños Suburbanos o Lacrimae (entre muchas más), dibujaban distintos tonos de la misma escena que se inclinaba al trash metal.

En ese tiempo se dieron los primeros encuentros de rock yucateco organizados por Rockultura. El mar de bandas y propuestas fue impresionante. En ese momento el movimiento logra espacios nuevos y reconocimiento gubernamental; sin embargo, es un fenómeno local que no se alcanza a ver en otros lados.

“Nosotros nos fuimos un año a tocar a Europa, porque un día nos dijimos: estamos perdiendo el tiempo acá y en el defe va a ser lo mismo. Sorpresa para nosotros: a la semana ya había un disco nuestro vendiéndose allá. Lo que quiero decir es que si quieres sobresalir no puedes ser un músico rural, tienes que probar suerte, nadie va venir a invitarte a Europa, por eso yo sigo buscando el camino amarillo”- dice [i]El Negro[/i].

El mundo de la “música extrema” en Yucatán es un callejón sin salida, lleno de enredaderas que dan flores y frutos prohibidos.“El detalle es que ya no se pueden hacer eventos, no hay gente que asista, no sé cómo llamarle a lo que hace el gobierno con esto; [i]hijoe’putada[/i] es lo mas cercano, esto de hacer una cacería con los conciertos de rock y también con la música electrónica; con ello le han pegado mucho a las subculturas, a las tribus urbanas. ¿Por qué ya no puede haber eventos de ese tipo? Porque, ya sabes, cierran, te cancelan, te arrestan, te llevan simplemente por estar en el evento; básicamente han amedrentado a la gente que los organizaba; el metalero no va por el apañón y el organizador no lo hace porque sabe que el metalero no va”.

La escena local metalera existe y resiste, pero no está de más abogar por un reconocimiento y una inclusión más visible por parte de las autoridades culturales de la entidad, una banda como Lacrimae, que está por cumplir 20 años el próximo 5 de diciembre en el Delorean, merece un reconocimiento general, ¿por qué en todos estos años no se han presentado en la semana de Yucatán en México? ¿Cómo van a reconocer las autoridades culturales a esta agrupación legendaria? Parece mentira que aún se estigmatice así al género y a su público, como si no fueran violentas las letras de la música norteña que se escucha por todas partes. No hay pretexto para arrinconar un movimiento musical tan fuerte y prolífico, no pueden prohibir expresiones culturales sólo porque no las entienden. La “música extrema” sigue siendo, pues, un bastión de resistencia, ¡larga vida al metal yucateco!

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