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del

Jhonny Brea
Ilustración Arbee Farid Antonio Chi
La Jornada Maya

13 de noviembre, 2015

“¡Si no quieres salir para el Buen Fin, vamos a Xmatkuil!”, me espetó mi cara mitad antier, luego de que me declaré en campaña permanente de protección del ingreso; antes de que mi ingreso sea al hospital siquiátrico. Y es que la [i]Xtabay[/i] se toma muy en serio eso de que es la dueña de mis quincenas.

Como se imaginarán, andaba limpiando la estufa; ya saben, las labores propias de mi sexo, y al mismo tiempo escuchando la lista de enseres domésticos que están próximos a necesitar reparaciones de esas que lo hacen a uno pensar si no sería mejor comprar uno nuevo, preparada ex profeso por mi dulce consorte. En esas andábamos cuando me largó la intención de hacer la compra de un horno de microondas y una pantalla este fin de semana. Mi reacción fue decirle que esperáramos a ofertas reales; pero como la intención oculta era salir de casa, obtuve el grito mencionado.

Como comprenderán, el llamado Buen Fin para mí equivale al fin pero de mi línea de crédito. Utilizar la tarjeta para estar pagando por más de un año algo, no me resulta atractivo. Mucho menos participar en una “lotería fiscal”; creerle al SAT que va a devolver dinero me exige un salto de fe del que estaría orgulloso el papa Francisco.

“¿A qué quieres ir?” –Me atreví a responder ante la manifestación de debilidad –y me animé a recordarle las experiencias pasadas en la feria: el [i]Kisín[/i] se engenta en la cola para ver el [i]show[/i] del castillo; de hecho se pasa más tiempo en la fila que en el espectáculo mismo. La Cutusa se alborota en el área de juegos mecánicos, que compiten en atractivo con los del parque de la Alemán. En una ocasión intentamos cenar ahí, pero un súbito ventarrón llenó de polvo nuestra comida. Cuando mi adorada compró un par de cobertores, justificando la decisión en la proximidad del tiempo de heladez, estos no resistieron la lavada previa al estreno y se deshicieron desde el remojo. Y yo termino pagando.

Y hablando de pagar, pues desde el inicio ya son más de 100 pesos entre estacionamiento y boletos de entrada. No deja de ser curioso que los meridanos accedan a pagar por dejar el auto en el monte pero no en las plazas comerciales, pero eso es harina de otro costal.

La clave de Xmatkuil está en el horario de asistencia. Por la mañana, hay unas cuantas atracciones abiertas; algunos saben que el atrevimiento a subirse a los juegos mecánicos durante el día puede resultar en la aparición de hemorroides, por poner el [i]bobox[/i] en un asiento metálico al sol. Por la noche, la experiencia es disfrutable.

Ir de compras para “consumir lo yucateco” es una pésima idea. La plaza del vestido resulta más pequeña que el espacio destinado a los tianguistas de ropa pirata y obviamente estos tienen precios más bajos. Los zapatos en exposición no vienen ni de Ticul ni de Hunucmá. Para colmo, ni los vendedores son yucatecos.

La supuesta Feria Yucatán termina siendo una enorme exposición de baratijas: hay más puestos de aditamentos para el teléfono celular que de artesanías. Y en cuanto a alimentos, la sobreoferta de frituras y golosinas es la tónica. Ir al Teatro del Pueblo es un tormento para mis oídos, que terminan aturdidos de escuchar banda. Hasta la fecha no logro distinguir a la Trakalosa de la Arrolladora, o de la Horrorosa.

Y en esas estaba cuando me lanzó: “¡Vamos, doy mi tanda!”. Quedé en silencio, con cara [i]¡juat![/i], y entonces cedí: con unas cervezas se aguanta Xmatkuil. ¡Salud!


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