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Fabrizio León Diez
Foto Archivo LJM
La Jornada Maya

9 de noviembre, 2015

El presidente de Cuba, Raúl Castro Ruz, recibió el viernes 6 de noviembre pasado la presea General “Salvador Alvarado” e invitó, minutos después, a una selecta reunión con los amigos de Cuba en México, aquellos que hace años contribuyeron con la acción armada y la gestación de la legendaria revolución, y los que aún siguen siendo solidarios con ese gobierno.

Reunión informal, de tono amigable, como un encuentro de viejos colegas que reanudan una anterior conversación. Periodistas, empresarios mexicanos y cubanos, artistas, familiares, intelectuales y políticos abordaron, de grupo en grupo, asuntos de estratégica importancia como las relaciones con los medios de comunicación, con el gobierno federal, las próximas alianzas de empresas cubanas y yucatecas, la futura visita de Andrés Manuel López Obrador a la isla y el inicio de gestiones para que la siguiente reunión Interparlamentaria se lleve a cabo en Mérida.

A todos, a cada uno, Raúl Castro, quien fuera uno de los centrales y más confiables operadores del movimiento armado de la revolución y ahora es presidente de Cuba, dedicó de 5 a 15 minutos de atención, seguido sin despegarse por el gobernador Rolando Zapata.

Sin más protocolo que el de la seguridad, en un pequeño salón del Hotel Wynham sin aire acondicionado, Raúl Castro recibía de pie a sus invitados, mientras su hermana Emma con una sonrisa discreta –corte de pelo estilo Bobby; vestido de lino color crema-- disfrutaba de la escena. En un costado se servían bebidas cubanas y mexicanas, brochetas y canapés.

Flanqueado por los embajadores Dagoberto Rodríguez Barrera de Cuba y Juan José Bremer de México, el jefe de estado cubano pasaba de un invitado a otro, cada uno escudriñado intensamente por las escoltas de seguridad. Para todos hubo tiempo; Castro posaba con cada uno para los fotógrafos.

A Mario Renato Menéndez, director del periódico Por Esto! viejo amigo y cómplice de “varias travesuras” cubanas, como él mismo las describe, le tocó un abrazo efusivo y, por lo que se pudo traducir de sus gestos parcos, intercambiaron recuerdos de decenas de las historias que los unen, pero que escucharon solamente los que indiscretamente se pudieron acercar.

Entre la concurrencia, una elegante observadora no buscaba a nadie pero todos la buscaban. La ex senadora Yeidckol Polevnsky está encargada de organizar la primera reunión de 30 empresas cubanas con las contrapartes peninsulares para el primer trimestre de 2016. La reunión tendrá lugar en esta capital yucateca, por lo que el empresario Raúl Abraham Mafud, atendía especialmente a la conversación, que Miguel Alemán Velazco y su hijo no perdían detalle.

Cuando iba a acercarse, Fernando Chico Pardo, presidente del consejo de administración de Aeropuertos del Sureste (Asur) y cercano al grupo Carso de Carlos Slim, se sumó a la plática el ministro cubano de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca. Hijo del ex canciller Isidoro Malmierca, este economista es una pieza clave para la relación del sistema cubano con el capital extranjero. Hasta él se acercaron a saludar Carlos Salazar, CEO del grupo Femsa y a Rubén Peniche, presidente del Grupo Peninsular Industrial.

Uno sabe reconocer cuando los cubanos no quieren que nadie se acerque a escuchar.

Para continuar la plática iniciada durante la comida en la Quinta Montes Molina por la tarde, Polevnsky se reunió con el diputado Carlos Ramírez Marín, especialmente interesado en impulsar la Interparlamentaria del próximo año en Mérida, tema que entusiasma a mas de uno, pues se recuerda que en el anterior encuentro de legisladores en esta capital, fue de las mas fructíferas.

Sobre ello escuchó también el presidente Castro.

Por ahí estaba Ángel Guerra, colaborador de[i] La Jornada[/i], que dirigió la Revista [i]Bohemia[/i] por más de una década y quien le recordó a Raúl Castro aquel número especial en 1976, donde se publicó la bitácora de batallas luego del desembarco del Granma y la incursión de la guerrilla en las montañas, de la que el hermano de Fidel se acordaba muy bien y describió en detalle, pero al final le espetó: “¿Pues hace cuánto no nos vemos?”.

La propuesta de una visita de López Obrador a La Habana fue del sociólogo Héctor Díaz-Polanco, como un plan para después del viaje del dirigente de Morena a Bolivia, a lo que el presidente contestó, “qué bueno... esas cosas hay que prepararlas bien”.

Las poses para las fotografías con el general Castro no paraban. Todos los presentes tenían ahí una historia con el invitado de honor. La diputada Ana Gabriela Guevara recordaba las provechosas lecciones de su entrenador cubano y todos compartieron alguna anécdota, como la artista Idalmis del Risco y la doctora Irina Wilkins; otros decidieron llevarle regalos. La periodista Aissa García de Telesur de Venezuela le mostró una añeja fotografía de hace 30 años donde aparecen juntos y se ganó una promesa de entrevista en La Habana con el presidente cubano.

El abrazo más largo, el más emotivo, fue para un personaje que contribuyó materialmente con la revolución cubana y que fue a la reunión en Mérida, a saludar a sus viejos amigos. Nadie se acuerda ya de su nombre pero todos lo conocen como El Cuate. Antonio del Conde Pontones era dueño de la armería donde acudían los hermanos Castro en la ciudad de México, en julio de 1955, a comprar mirillas para rifles. El Cuate se volvió un sigiloso activista de su causa y fue quien financió la compra del barco “Granma” que trasportó a los expedicionarios revolucionarios desde Veracruz a las costas cubanas para cambiar la historia de Cuba y, sin duda, de toda la región.

No todos los amigos de Cuba, reunidos esa noche, se conocían entre sí. Faltaron muchos. Ninguno de manera inesperada. Todos, sin embargo, comieron y bebieron durante esas dos horas sabiendo que estaban al inicio de una historia que aún está por escribirse.

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