Jhonny Brea
La Jornada Maya
Mérida
7 de octubre, 2015
El pasado domingo, para no perder la costumbre, me encontraba preparando hot cakes para el desayuno mientras mi tribu dormía. Ya saben, las ocupaciones propias de mi sexo. Ya iba por el octavo cuando se levantó [i]El Kisín,[/i] y en lugar de encender la tele para ver a Chabelo, nada más gritó:
“¡Papááááá, ya es domingo. ¿A dónde nos vas a llevar’!”
Eso fue grito de guerra. No hay despertador más poderoso para [i]La Xtabay[/i] y [i]La Cutusa[/i] que la idea de ir de paseo. En fin, me puse a lavar los platos en lo que se me ocurría una salida familiar triple B (buena, bonita, barata… aunque el factor decisivo siempre sea el precio).
Al fin me atreví a proponer, aunque no tenía ni idea de cuál sería el resultado. “Vamos al centro”, me animé a decirles mientras me quitaba el delantal, pensando que a fin de cuentas habría algún espectáculo para niños en el Olimpo o en alguno de los teatros.
La verdad es que pasar un rato de disfrute artístico es algo que le gusta a los chamacos, además de que los aplaca por un par de horas. Quien haya dicho que la música amansa a las bestias tenía razón parcialmente; hay que añadir que también aquieta a mis hijos.
A fin de cuentas llegamos al centro, dispuestos a meternos al primer recinto que ofreciera alguna función para niños. En el camino descartamos el Peón Contreras, sabiendo que es horario de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, y fuimos primero al Olimpo.
“Hoy no hay nada en el auditorio”, nos comentaron en el módulo de información, cosa que nos llamó la atención pues, ¿a poco el cambio de administración municipal influye en la programación? ¡Si el director de cultura fue ratificado!
Sin desanimarnos, enfilamos hacia el Teatro Mérida… Bueno, dicen que es el Armando Manzanero pero el nombre verdadero está en las escaleras oculto por una alfombra. Ahí nada más nos enteramos que una hora antes, en la sala de arte, ahí donde todos los que entran tienen una experiencia similar a viajar en el asiento que queda sobre el eje trasero de un minibús; es decir, quedan obligados a encoger las piernas hasta el límite para evitar que toquen con el respaldo de adelante, había empezado la exhibición de [i]Los Vengadores[/i]. Lástima que no se anuncia.
Con la película ya por terminar (y luego de ver la cara de inconformidad de la [i]Cutusa[/i]), decidimos buscar otra opción. Siquiera una empleada nos señaló que en el Daniel Ayala estaba por iniciar [i]El guiñol de Tito y Tita[/i], así que nos apresuramos a darle la vuelta a la manzana para llegar a tiempo, cosa que logramos porque todavía faltaba media hora para el inicio. De nuevo, no vimos ningún anuncio de la función; ni el menor letrero. Puro tríptico del Ficmaya, de los cuales hay que agarrar varios si es que se puede aprovechar el cupón de 2 x 1 en los shows programados.
Ya puestos a esperar, la [i]Xtabay[/i] me largó el “lánzate por refrescos y botana para tus hijos” y se puso a chismear con las compañeras de fila. Cuando volví, nada más me dijo “¡Quédate con los niños, voy al Peón!”
Resultó que en el chisme se enteró que más tarde se iba a presentar Andrea Herrera con la Típica Yukalpetén, en homenaje a su padre, don Wilberth, así que se lanzó por pases, averiguar si había boletos, o lo que fuera. Nada más supo que la función sería hasta las siete, gracias a un intendente, porque la chica de la taquilla únicamente acertó a decirle “yo nada más veo a la Sinfónica, no sé lo demás”. ¡Hombre, cuánta especialización!
Al final, no supimos qué vimos pero estamos seguros de que no era el guiñol. Era un grupo de chicos con muchos ánimos y ganas de hacer algo bueno, con la intención de acercar el arte a los niños y sí, con títeres, pero no parlantes, como nos tiene mal acostumbrados la familia Herrera. Lo bueno: el [i]Kisín[/i] se la pasó muerto de risa, y la [i]Cutusa[/i] sigue con las ganas de bailar.
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