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del

Kalmán Verebélyi
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 23 de diciembre, 2016


Temporada de Navidad, temporada de recuerdos, espacio y tiempo cuando te juntas en alma o físicamente con tus seres queridos, temporada de recuerdos que te formaron, que le dieron sentido a tu existir. Porque la Navidad, si no es blanca, como en la canción, no es Navidad. No es así; la Navidad es el calor que sientes al recordar tus navidades pasadas.

Cantar villancicos, o como en mi tierra los llaman, canciones de Betlehem, Belén en español, en alusión al lugar de nacimiento de Jesús, es una experiencia única en el pueblo de Abaújkér, al noreste de Hungría, donde las laderas de las montañas abrazan al poblado de apenas 800 habitantes con suavidad, donde el canto de los villancicos es muestra de afecto y amor hacia las familias queridas y conocidas que abren sus puertas a los peregrinos invitándolos a un bocado, a un vaso de vino.

Íbamos en grupo al principio, en manada después, con el corazón palpitante, en espera de más y más bondades de la cocinera y de las barricas, hasta llegar a la pequeña iglesia, donde el padre, amigo de tragos entre semana, ya celebraba la Misa de la Medianoche; de donde tras interrumpir su liturgia, pronunció un “¡saquen de aquí a estos hijos de la chingada!” Nos sacaron, pero nadie sintió profanación del lugar por sus palabras obscenas; en un país donde apenas el 15 por ciento de la gente practica la religión, para el resto las celebraciones religiosas sirven para reforzar el sentimiento de unidad de una nación que nació con su rey San Esteban, coronado en Bizancio en la Navidad del año 1000. D.C.

Y ya estoy con mi padre, años antes, en la ciudad de Miskolc, en el apogeo de mi niñez, agarrado de su mano, y de mi hermanita, la otra la lleva en su derecha, rumbo al matiné de Oz, el mago, la primera película a color de mi vida. Mientras estábamos fascinados con el hombre de latón, mi mamá estaba preparando la comida de Navidad. Siempre fueron varios platos: un caldo de res, con pasta casera hecha a mano; una de carne roja, la col rellena tradicional de las fiestas decembrinas. Pescado y pavo no se servían; son de otras culturas.

La comida debía estar preparada para las dos de la tarde, pero primero había que vestir con globos, dulces y adornos, el árbol de Navidad; el pino que desde hacía días estaba en el balcón del departamento, expuesto a los fríos y vientos. Toda la familia participaba en el adornar el árbol, que debía ser de una altura mayor a la del niño más chico, mas no superar los centímetros del más alto de la casa.

El trabajo, la diversión, tardaba hora y media; debía terminar justo cuando la noche cayera a las cuatro dela tarde. Se ponían los regalos debajo del árbol y se invitaba a todos a sentarse a la mesa, que ya estaba cargada con las delicias de mi mamá.

Comer junto a un árbol de Navidad, que huele a pino fresco, viendo de reojo el regalo que te correspondía, hasta hoy día me hace falta repetir, sentir el ambiente de aquella época lejana. Con la panza a reventar, después de limpiar los restos de la comida, nos parábamos todos junto al árbol, y cuando mis papás sentían las cuerdas de tensión a reventar, permitían que nos lanzáramos sobre la cajita que encerraba la sorpresa navideña, que por cierto mucha veces fue descubierta a pesar de sus intentos por esconderlos, mas aún así dimos lo mejor de nosotros, los niños, para alegrar el corazón de ellos.

Para disfrutar los regalos teníamos unas horas, porque había que estar en la cama a más tardar a las nueve para despertar descansados e ir a ver a los tíos, a la abuela, quienes nos esperaban con algún regalo, con algún plato. Las visitas eran el día siguiente; el 26 también era para convivir con la familia de los amigos.

El árbol se quita hasta el 6 de enero, aunque no se celebra a los Reyes. Los regalos que llegan el 24 de diciembre le fueron pedidos a San Nicolás en su día, 6 de diciembre; en nochebuena se ponen los zapatos, las botas bien lustradas, con las cartas, en las ventanas. Al día siguiente las encontrábamos llenas de frutas, cacahuates, dulces envueltos en un estuche de celofán rojo con unas ramitas pintadas de oro, en señal de advertencia: si no te portabas bien, si el diablillo te dominaba, podían castigarte y no responder a tus cartas; no tendrías Navidad.

Muchas de las tradiciones, la forma de celebrar en los países de Europa Central, están bajo la influencia alemana, por pertenecer a esta esfera cultural. Esto no es de extrañar, ya desde los siglos X y XI sacerdotes alemanes evangelizaron a los pueblos paganos, fueran eslavos, descendientes y cuñados de los hunos de Atila.

La Iglesia también se organizó a la alemana, y centurias más tarde, a principios del siglo XIV, cuando las enfermedades y las hambrunas diezmaron tanto a la población local que había que convencer a gente de otros reinos para cambiar de residencia. Los germanos traían su lengua, sus costumbres, que poco a poco fueron desplazando a los locales.

La Navidad en Alemania, en Europa central, dura tres días que son de descanso para los empleados. Las iglesias católicas ortodoxas u orientales, por su parte, por no aceptar el calendario propuesto por el papa Gregorio XIII, aún usan el calendario juliano y por lo tanto celebran la Navidad el 25 de diciembre pero, según el calendario gregoriano, usado en occidente, es el 7 de enero; la Iglesia apostólica armenia la celebra el 6 de enero, junto con la Epifanía. En la mayoría de las iglesias, esa fecha se celebra el día de Reyes. Se exceptúan las Iglesias de Alejandría, Rumania, Bulgaria, Albania, Finlandia, Grecia y Chipre, que festejan navidad el 25 de diciembre.

Cabe señalar que en Belén, ciudad de nacimiento de Jesús según los evangelios canónicos, la Navidad se celebra dos veces, pues la Basílica de la Natividad es administrada conjuntamente por la Iglesia Católica, que celebra el 25 de diciembre, y la Iglesia ortodoxa de Jerusalén, que la celebra el 6 de enero.

Los protestantes tienen otras tradiciones y aunque hasta el siglo XIX algunas iglesias dejaron de celebrar Navidad, para desligarse del catolicismo, la mayoría, comenzando por Lutero, continuaron celebrándola el 25 de diciembre. En las colonias inglesas en América, compartieron la navidad católicos y protestantes desde 1607, año en que se celebró por primera vez esa fiesta en lo que hoy es Estados Unidos. La navidad es celebrada por la mayoría de los cristianos, aunque algunos (como los Testigos de Jehová y algunas denominaciones protestantes) consideran que, al no indicar en la Biblia la fecha del nacimiento de Jesús ni ordenar celebrarla, no hay razón para hacerlo o crear una fiesta por ese motivo. Así también muchos protestantes creen que la Navidad no debe ser motivo de disputas por no seguir las viejas tradiciones de la Iglesia católica o por saber la fecha exacta del nacimiento de Jesús.

[i]San Francisco de Campeche, Campeche[/i]


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