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Carlos Meade
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 22 de diciembre, 2016


No se necesita ser experto en seguridad nacional para entender que el único camino efectivo para acabar con los [i]cárteles [/i]del narcotráfico es legalizando y regulando la producción, venta y consumo de todas las drogas. ¿Por qué entonces tanta resistencia por parte de los gobiernos? La principal razón es que un mercado negro deja enormes índices de utilidad, la cual gotea sobre los funcionarios responsables de contener este mercado ilegal. Otra razón es la mojigatería de la moral conservadora, que se expresa en funcionarios, políticos y población en general, cuyo fanatismo les impide razonar, influidos por la información sesgada y los prejuicios de que se alimentan desde los medios de comunicación. Con una población que cree que legalizar las drogas es invitar a su consumo, la legalización se convierte en una causa sin aprobación popular. La percepción social podría cambiar con una campaña inteligente que mostrara los beneficios de un cambio en la política pública hacia las drogas ilegales.

Lo primero que hay que defender, frente a las políticas prohibicionistas, es la libertad de elegir sobre qué fumar, ingerir, aspirar o inyectarse en el organismo. ¿El gobierno nos va a decir qué podemos o qué no podemos consumir? ¿Es que el gobierno es un adulto sensato y el ciudadano un infante que necesita ser tutelado? Esto es un atropello a la libertad personal y razón suficiente para despenalizar todas las drogas.

Hay muchas otras razones, pero tenemos que empezar por entender qué son las drogas y qué son las adicciones. Desde el enfoque médico, droga es toda sustancia que ayuda a prevenir o curar una enfermedad, aunque el término se usa más comúnmente para designar sustancias con cualidades sicoactivas cuyo uso es ilegal. En su acepción más amplia, el concepto abarca una enorme diversidad de sustancias: azúcar refinada, café, tabaco, alcohol, mariguana, anfetaminas, antidepresivos, Valium, crack, ayahuasca, cocaína, opio, heroína, hongos alucinógenos, peyote, ácido lisérgico, mezcalina, entre otras. Y las razones por las que algunas se encuentran prohibidas y otras no, no responden a ninguna lógica medianamente sensata. Actualmente sabemos que el alcohol y la nicotina son mucho más adictivas y dañinas al organismo que la mariguana; sin embargo, ésta está prohibida mientras las otras se venden en cualquier supermercado. Por ello, un cigarro de mota cuesta 20 veces más que uno de tabaco.

Se dice, aunque es una generalización equívoca, que las drogas crean adicción. Un adicto es alguien que ha generado una dependencia inmanejable, orgánica o sicológica, de sustancias o hábitos, de tal forma que se ve afectado en su salud física y mental y en sus relaciones sociales. Bajo esta conceptualización, las adicciones no sólo se refieren al consumo de sustancias sicoactivas sino a la repetición de conductas impulsivas relacionadas con el sexo, la pornografía, el juego, la tecnología y la televisión, entre otras muchas.

Se entiende, entonces, que los adictos a las drogas desarrollan una dependencia hacia sustancias que pueden ser dañinas para el organismo y que tienen, algunas de ellas, una composición química que provoca cambios orgánicos a los que el consumidor se habitúa, teniendo reacciones físicas agudas cuando se le priva de la sustancia en cuestión. Pero no todas las drogas producen adicción. Los alucinógenos, por ejemplo, no son adictivos.

La idea de que se puede destruir a las mafias del narcotráfico y se puede erradicar el consumo de drogas es una doble fantasía. Las sustancias sicoactivas se han consumido desde la más remota antigüedad, en todos los pueblos y culturas, y para fines diversos: ceremonias religiosas, ritos iniciáticos, cura de enfermedades, adquisición de energía para responder a exigencias físicas, para facilitar la convivencia, por simple gusto y placer y muchas otras. Nuestra tendencia natural a experimentar con ellas está en nuestro ADN. Por ello la demanda hacia estas sustancias siempre existirá y, por lo tanto, siempre habrá quien organice la oferta, sea de forma legal o ilegal. Los prohibicionistas deberían imaginar un mundo en que el alcohol y el tabaco también fueran ilegales.

La legalización, en cambio, ayuda a conocer y atender a los adictos, ayuda al control de calidad de las drogas, además de que las empresas productoras y los consumidores pagarían impuestos con los que se podría financiar la atención a los adictos y las campañas de información dirigidas a los jóvenes.

Finalmente hay que decir que la guerra contra las drogas cuesta millonadas y afecta a toda la población, mientras los adictos a drogas ilegales sólo son una pequeña minoría.

[i]Tulum, Quintana Roo[/i]
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