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del

Rafael Robles de Benito
Foto: Octavio Aburto Oropeza
La Jornada Maya

Miércoles 14 de diciembre, 2016


Ahora que el cambio climático está en boca de todos y que cada vez estamos más convencidos de su presencia, su importancia y sus peligros, habremos de irnos familiarizando con la terminología que los científicos van acuñando, para describir y explicar los fenómenos y los procesos que les son pertinentes. Entre ellos figura este curioso término de “carbono azul”, que pareciera indicar que hay muchos carbonos, de diferentes colores. La verdad es que el carbono azul es el mismo que aparece en la tabla periódica de los elementos: C, con un peso atómico de 12. Lo de azul se le ha puesto para diferenciar al carbono acumulado en los ecosistemas marinos y costeros del que se encuentra en los ecosistemas terrestres e incluye, sobre todo, al que se encuentra en los arrecifes de coral, los pastos marinos, y los manglares.

Resulta claro por qué el carbono azul es de particular importancia para el estado de Yucatán: casi toda la costa yucateca está (o estuvo alguna vez) cubierta por manglares, en los que se encuentran representadas cuatro especies: [i]Rhizophora mangle[/i], [i]Avicennia germinans[/i], [i]Conocarpus erectus[/i] y [i]Laguncularia racemosa[/i], y también, en las lagunas costeras, y en las aguas someras del mar, frente a las costas de la entidad, hay superficies importantes cubiertas por pastos marinos. En ambos casos se acumula carbono, no solamente en la biomasa, en su calidad de elemento fundamental para la estructura de todos los seres vivos del planeta, sino también en diversos compuestos que forman parte de los sedimentos, los desechos orgánicos y, en fin, todos los que constituyen los eslabones de la cadena que conocemos como el ciclo del carbono.

Cuando el carbono se encuentra en la atmósfera, forma parte de lo que conocemos como gases de efecto invernadero, en forma de compuestos como el bióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4). Estos compuestos forman desde luego parte natural de la atmósfera del planeta y son parte también del ciclo de carbono, de modo que sin ellos, la vida no podría existir. La cuestión es que las actividades humanas han ocasionado que se libere a la atmósfera una cantidad excesiva de estos gases, y ésta es una de las causas del calentamiento global que está determinando los cambios en el clima que nos tienen hoy tan preocupados a todos (y ocupados a demasiado pocos).

A lo que voy: debemos hacer ver que Yucatán tiene ante sí la responsabilidad de conservar los sitios donde todavía se capturan cantidades importantes de carbono, y entre esos sitios destacan los manglares y las praderas de pastos marinos. Afortunadamente, todos los manglares yucatecos, y parte de los pastos marinos, se encuentran sujetos a algún modo de protección, como parte de las reservas de la biosfera y las reservas estatales costeras. Pero lo cierto es que no se destinan los recursos suficientes para garantizar la conservación y el manejo sustentable de ninguna de ellas.

Aparte de que la veracidad del adagio que dice que “conservación sin presupuesto no es más que conversación” está fuera de toda duda, hay que discutir el asunto únicamente alrededor del valor económico de los manglares y las praderas de las aguas marinas someras es un tanto reduccionista: el valor real de estos ecosistemas tiene que ver en efecto con pesos y centavos, pero sobre todo tiene que ver con la calidad de vida – y de plano con la supervivencia – de las comunidades costeras de la entidad. Destinar recursos a protegerlos es emplear los recursos públicos en un propósito que es una responsabilidad indeclinable del Estado mexicano y del ejecutivo estatal. Ojalá lo entiendan así, tanto los integrantes de los diferentes niveles de gobierno, como los “representantes” de los ciudadanos constituidos en congresos nacional y estatal.

Chetumal, Quintana Roo

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