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Víctor Caballero Durán
Foto: comunicación Segey
La Jornada Maya

Jueves 08 de diciembre, 2016


[i]La educación eficaz siempre es un equilibrio entre rigor y[/i]
[i]libertad, tradición e innovación, el individuo y el grupo,[/i]
[i]la teoría y la práctica, el mundo interior y el que nos rodea.[/i]
-Ken Robinson


La semana pasada leí un artículo sobre la incorporación de cuatro nuevos elementos químicos a la tabla periódica; en dicho texto, también se dieron a conocer sus nombres y símbolos respectivos: moscovio (Mc), nihonio (Nh), téneso (Ts) y oganesón (Og).

Actualmente, son 118 los elementos que conforman la tabla periódica; y bien vale la pena recordar que en su primera versión -publicada en el año de 1869 por el químico ruso Mendeléyev- esta disposición sólo contenía 63 integrantes. Lo cual significa que, durante el último siglo y medio, se han descubierto o sintetizado un número considerable de elementos químicos, incrementando así en más del doble los elementos que conocemos.

Es decir, la tabla periódica no está escrita en piedra. Por el contrario, el saber humano va avanzando a pasos agigantados. Y lo mismo podemos apreciar en ciencias y disciplinas como la medicina, la física, la filosofía y la pedagogía, en las que también, día a día, se amplían las fronteras de nuestras ideas y nociones.

El conocimiento mantiene una alta velocidad. En ese sentido, la manera en la que se inculca y transmite el conocimiento también tiene que estar en constante renovación y adaptación a los nuevos tiempos y generaciones.

En ese marco, les comento que hace unos meses fue mi cumpleaños número 49. Les comparto este dato personal por la sencilla razón que uno de los obsequios que recibí fue el libro [i]Escuelas creativas[/i] de Ken Robinson, académico inglés con una amplia trayectoria en temas de educación, creatividad e innovación.

Lo primero que me llamó la atención del texto es que, para el autor, la educación -al igual que las nociones de “arte”, “justicia social” o “ciencia”- entra dentro de la categoría de “conceptos esencialmente controvertidos”. Es decir, significan cosas muy diferentes para cada uno de nosotros, dependiendo de nuestro origen, género o situación económica.

La educación no representa lo mismo -en oportunidades, movilidad social o formación académica- para las familias de Europa que para los habitantes de América Latina. Del mismo modo, tiene un significado completamente distinto para quienes viven en ciudades que para los que radican en zonas rurales y de alta marginación.

No obstante esta situación, Robinson define la educación como el proceso de “capacitar a los alumnos para que comprendan el mundo que les rodea y conozcan sus talentos naturales con el objeto de que puedan realizarse como individuos y convertirse en ciudadanos activos y compasivos”.

En ese marco, para el autor, la educación debe perseguir cuatro grandes objetivos: personal, cultural, social y económico. Personal, ya que la educación coloca un lente frente a nuestros ojos que nos permite ampliar la visión del mundo. Social, porque la educación es el mejor nivelador de oportunidades. Cultural, porque a través de la formación académica es como se transmiten nuestras costumbres, identidad y sentido de pertenencia. Y económica, ya que tiene un impacto directo en la prosperidad; a mayor grado de escolaridad, mayor ingreso.

A lo largo de sus más de 300 páginas, el académico ofrece una serie de ejemplos -prácticos y concretos- de planteles escolares en los que alumnos, maestros, directores, supervisores y autoridades educativas están haciendo bien las cosas para transformar el proceso de enseñanza-aprendizaje y así lograr que la educación sea sinónimo de una mejor perspectiva de futuro para todos nosotros. Y es que, a final de cuentas, ése es justamente el fin último de la educación: construir un mejor futuro.

En esa construcción de un mejor futuro, las y los maestros seguirán jugando un papel fundamental. Bien lo señala Robinson en sus páginas: “La enseñanza no es simplemente un trabajo o una profesión; si se concibe de la manera correcta, es un arte”.

Y en Yucatán, tenemos más de 25 mil docentes comprometidos con el arte de enseñar. Maestros que muchas veces hacen más de lo que les corresponde, que echan mano de la creatividad y las prácticas innovadoras para formar a niños, niñas y jóvenes con las competencias y habilidades necesarias.

Es cierto, como país aún tenemos mucho por hacer. Así lo reflejan los resultados de la Prueba PISA 2015 dados a conocer hace unas horas. Hay que continuar trabajando en el desempeño de los alumnos en Ciencias, Matemáticas y Lectura.

Pero tenemos con qué, maestros, padres de familia, autoridades y alumnos seguiremos trabajando por una educación creativa, pendiente de los elementos químicos que se descubran y que avance a la par de la generación de nuevos conocimientos.

Mérida, Yucatán

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