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Tabacón B. Linus
Foto: Alberto Korda
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 28 de noviembre, 2016

Esta es la historia de dos personajes de 1.91 metros de estatura. Los dos medían lo mismo, casi por broma. Los dos hijos o descendientes de inmigrantes europeos. Los dos con padres dominantes, de carácter durísimo que les inculcaron una visión híper-competitiva del mundo; les enseñaron a imponerse, a desarrollar la intolerancia semi-dictatorial del líder. Los dos deportistas en sus años mozos, los dos galanes, unos [i]ladies man[/i] consumados en su juventud. Los dos con historias matrimoniales coloridas, problemáticas, con hijos en todos los rangos de edad.

Curiosamente los dos hicieron del pelo de su cara y cabeza, el sello que los distinguía. El sello de la casa salía de un folículo piloso. A uno lo distinguía un extravagante peinado, al otro una sempiterna barba. Compañeros hasta en esos temas de estilistas.

Y claro, los dos grandes maestros del discurso improvisado, listos para cautivar audiencias. Listos para demostrar en reuniones y eventos maratónicos -que se extendían por largas horas- que tenían una estamina que sus rivales sólo podían envidiar.

Algo más los unía, una gesticulación muy peculiar y que mostraba su estilo intolerante y dominante (diría un experto en neurolingüística): ambos levantaban autoritariamente el dedo índice en sus discursos, uno el de la mano derecha, el otro el de la izquierda. Por lo demás, el gesto era casi idéntico.

Ambos hijos del privilegio, nacidos en familias acomodadas con bienes inmobiliarios, tierras y propiedades. Y los dos, en el momento clave de su vida, se presentaron al mundo como héroes del pueblo. Burgueses preocupados por el obrero y el campesino de a pie. Ambos con amplio apoyo rural en sus primeros pasos por la historia.

Los dos, maestros en el uso y control de los medios y la prensa para la autopromoción. Uno, en 1957, utilizó al New York Times para convertirse en leyenda y, desde los medios internacionales, adueñarse completamente de un movimiento social del que él no era cabeza única. El otro, se peleó con el New York Times, porque entendió que ese medio ya no pesaba lo que seis décadas atrás, e hizo del Twitter su equivalente de reportero en montañas y Sierras Maestras. En los medios los dos ganaron la mitad de su batalla.

A los dos les gustaba exagerar el tamaño de sus alcances y hacer parecer más grandes sus proyectos y reinos. Uno encabezaba una empresa que apenas ocupaba el lugar 833 en su país, y le gustaba hacerla pasar -ante ingenuos- como una empresa de clase mundial y emblemática de su nación. El otro convirtió a su pequeña Isla en un “súper poder de bolsillo” (dijo [i]The Economist[/i]), uno que siempre aparentaba pesar más allá de los hechos, del tamaño de su población y economía.

Conflictivos, divisivos. Uno nos llevó al borde de la guerra nuclear en la “Crisis de los Misiles”, el otro revivió fantasmas racistas, misóginos y aislacionistas que creíamos de salida en una campaña presidencial.

Amantes de los muros y el control de sus fronteras. Uno, con muros de agua para evitar que se fueran, salvo los que él quería que se fueran. El otro, con el sueño de un muro para evitar que entraran. Ambos coincidían en sus amigos ocasionales, tipos nefastos. Ambos [i]cuates[/i] de Muamar el Gadafi. Ambos recibiendo cumplidos de Putin.

Los dos siempre listos para cambiar de ideología, de aliados, de doctrina, de plan económico -de todo- para mantener su dominio. Los dos deshaciéndose de quienes les podían quitar un poco de luz, así fueran compañeros iniciales de lucha. Uno en extraños accidentes de avión, el otro relegando a los aliados iniciales en los puestos y espacios. Y por supuesto, a los dos les gustaba mandar y gobernar en familia, el poder era un asunto íntimo, filial o fraternal.

Uno acaba de morir, otro está por escribir su historia. Fidel Alejandro y Donald John.


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