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Giovana Jaspersen
Foto: Israel Mijares
La Jornada Maya

Viernes 25 de noviembre, 2016

[i]Si mi biblioteca ardiera esta noche[/i], además de ser una posibilidad intrigante y dolorosa para quien en los libros ve y se ve, es el título de una de las recopilaciones de ensayos cortos más sugestiva, completa, diversa y adelantada en época y reflexión; todos de la pluma de Aldous Huxley. El libro, toma el título de un texto que el autor escribiera, ensayando la pérdida y recuperación de aquellas obras que le parecerían imprescindibles en la reconstrucción de su biblioteca -elemental- una vez que ésta se redujera, a nada.

En una minuciosa disección, Huxley nos pasea por los enormes entre los grandes, parte de la poesía con Shakespeare “porque, como la jirafa, no existe otro animal como ése”; de los poetas va a los novelistas por ser “más grandes que la vida”; pasa a los ensayistas siempre deliciosos, concretos y agudos; para cerrar con biografías, diarios, epistolarios y memorias. En su recorrido vemos no sólo su gusto y análisis, sino también sus espejos, lo que valoró en otro y se admira en él, como ser presagio. En 1947, que escribiera dicho escenario hipotético, seguramente no imaginó que su biblioteca la noche del 12 de mayo del 61 terminaría, efectivamente ardiendo, volviéndose solo cenizas. Caso similar, y mucho más conocido, tuvo con [i]Un mundo feliz[/i], al revisitarlo –también en ensayo– 22 años después, afirma que haber estado equivocado, para un profeta, es apenas menos grave que su vaticinio cumplido.

Además de sus augurios lo anacrónico marcó también sus letras, como las de De Quincey quien convirtiera el asesinato en una de las bellas artes y fuera otro de sus espejos al hablar de vicios, en drogas y artes, haciendo análisis críticos de contextos fuera del tiempo en su tiempo, ambos autores atemporales. Esto es claro –por ejemplo– en lo visionario del ensayo de Huxley, dedicado a la Música en un museo, publicado en [i]The Weekly Westminster Gazette[/i] el 22 de julio de 1922. A casi 100 años, sus reflexiones en torno al concierto del cuarteto de cuerdas del Royal College of Music en la National Gallery de Londres, son igual de vigentes. Cuestionándose acerca de los museos y su función social, nos asoma a una pregunta fundamental: ¿Por qué deberían ignorar la más bella y más íntimamente emocionante de las artes, la música? Afirmando incluso que el museo ideal, debería estar acondicionado por definición con una sala de música.

El museo como institución, del que habló él, durante años livianamente considerado en crisis, es la antesala en conceptualización al museo dinámico y cambiante que se construye en el mundo contemporáneo, la institución “liberada y liberal” usando las palabras de Laseca para hablar del [i]Museo imparable[/i]. Museos con salas sonoras al servicio de quienes agilizan las notas en la mente y el espacio al apropiárselo, museos activos y participativos que se forjan y reinventan para quienes los (re)viven.

La asociación sonora con los entornos es fundamental en la memoria humana y no debería dejarse de lado en el caso de los museos, en la misma línea, lo es también el de salir del teatro o cubo blanco como sala de conciertos; la experiencia musical es variable a partir de los contextos y el museo así se torna contenido y continente de imaginarios nutridos. Una pieza adquiere la personalidad del universo en el que está inmersa, y no podrá aislarse nunca los sentidos con que es asimilada. No es solo nuestro oído, se complementa en vista y emoción, dejando de ser sonido para ser experiencia. Huxley apunta que “la música debe estar presente en los museos por la misma razón que la pintura y la escultura lo están: porque es una bella arte acerca de la cual es espiritualmente provechoso para la gente saber algo.” A lo anterior, habría de aumentarse que debe estar ahí, porque la amalgama resultante será de imposible reproducción en cualquier otro sitio. La mezcla del espacio, los sonidos, la mente y escucha humana, rebasan en valor las obras mismas y nos dotan de momentos irreproducibles pero asibles en el imaginario después de haberse sentido.
Todo lo anterior, a diferencia de la biblioteca de Huxley o la nuestra, es inflamable, las brasas en vida no suelen arrasar con nuestra memoria musical en un museo, anaquel de experiencias sonoras contextualizadas y únicas que no desaparecen después de arder.

Mérida, Yucatán

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