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Otto von Bertrab
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Jueves 23 de noviembre, 2016

La semana pasada la Fiscalía del estado de Quintana Roo anunció cargos contra el exgobernador Roberto Borge. Estas acusaciones no sorprendieron a nadie pues en el estado era más que conocido, por no decir evidente, que el ex gobernador se había apropiado de gran parte del patrimonio del estado. Las miles de hectáreas de terrenos valiosos, originalmente pensados para el beneficio público, fueron vendidas por migajas a empleados, parientes y amigos de Roberto Borge en otras palabras, se adjudicó dichos bienes, fue un saqueo descarado que inició el primer día de su mandato y no se detuvo hasta el final. Quintana Roo, durante el sexenio pasado, sufrió de la mayor corrupción posible. Borge no solo robó terrenos públicos y privados; en cada municipio y en cada dependencia estudió la manera de saquear al erario con una ambición incontrolable por convertirse en el hombre más rico en un plazo de 6 años.

Antes de entrar en la política, el negocio del padre de Roberto Borge estaba en quiebra. Llegar a la gubernatura fue el negocio soñado. Los habitantes de Quintana Roo han visto a lo largo de su corta historia cómo los gobernadores en turno forjan fortunas inmensas, y ahora le tocaba el turno al joven Roberto. Jamás intentó gobernar, de hecho no estaba en sus planes el beneficio público, el bien común o la seguridad. Desde el primer día mandó mensajes a todos los sectores y dependencias de que ahora él mandaba y que las condiciones serían de tal o cual manera. El gobernador recibiría parte de todo lo que se moviera en el gobierno, desde cuotas del crimen organizado hasta comisiones por las mordidas de oficiales e inspectores. Rápidamente detectó todas las aportaciones federales y recaudaciones locales, conoció el proceso para ejercerlos e inventó una cadena de proveedores para inflar precios y desviar fondos. Todas las dependencias e incluso los presidentes municipales recibieron manuales de operación para extraer de las arcas la mayor riqueza posible sin ser detectados. Este modo de operación era una fórmula, una especie de franquicia que el nuevo PRI había desarrollado y patentado y pensaba poner en práctica en todo el país.

El grupo de jóvenes priístas, al cual Roberto pertenecía, había ganado las elecciones en Nuevo León, Veracruz, Chihuahua y la misma presidencia de la República. La fiesta había comenzado, y en grande. El poder era tanto que comenzó a darse lujos faraónicos: aviones y helicópteros personales, viajes por el mundo para asistir a convenciones, organizar eventos con los artistas de su preferencia y hasta traer a los cracks del futbol internacional. Roberto no se midió. Al pueblo le dio circo y con eso lo aquietó, mientras sus ambiciones crecieron. El patrimonio estatal, consistente en terrenos, fue un buen inicio, luego tuvo el deseo de más terrenos valiosos; así que ideó un plan mediante el cual, la junta de conciliación y arbitraje, podía arrebatarle los predios a propietarios privados. Esto lo hizo tanto con hoteleros en Tulum y Puerto Cancun, como con gasolineros, tiendas de conveniencia y hasta empresas navieras.

Claro que no lo hizo solo, tenía toda una estructura tras de él e incluso se asoció con empresarios formalmente establecidos para eliminar a sus competidores y aprovechar las condiciones privilegiadas. Como Virrey, Roberto podía mover las piezas del ajedrez a su antojo y bastaba su palabra para hacer o deshacer un negocio o una vida. Jugó con el destino del pueblo y en proceso perdió toda la razón, descuidó el manual operativo y dejó evidente el desorden y la deshonestidad. Su última esperanza era que un cómplice fuera su sucesor y así la fiesta pudiera seguir. Pero la gente decidió y ya no quiso pagar los platos rotos, finalmente el circo no fue suficiente y el pueblo habló.

Hoy Roberto Borge es investigado, seguro ya se fue, la cola es muy larga, y más les valdría a sus cómplices ir tramitando sus visas, pues sabemos que está de moda y no les hará falta con qué pagar la mudanza. Lo ocurrido en Quintana Roo, Nuevo León y Veracruz es el colmo del descaro, esperemos que paguen, que devuelvan lo que se llevaron y que sean sancionados por haberlo hecho. México no merece estos gobernantes, ya no.

Chetumal, Quintana Roo

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