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Por Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Mike Segar / Reuters
La Jornada Maya

Viernes 11 de noviembre, 2016

Los partidarios de Hillary Clinton están tristes por la derrota; si los de Trump hubieran perdido, estarían encabronados —[i]pissof[/i]. Esa es la gran diferencia. Quien se adentra al corazón —gringo— de las tinieblas encuentra a granjeros incapaces de competir con productos que vienen de México, hombres y mujeres que han perdido todo por la ludopatía bursátil, permitida —y aplaudida— por el [i]establishment[/i]. Larguiruchos, pálidos jóvenes que no encuentran trabajo porque grandes compañías prefieren contratar a desesperados inmigrantes que se conforman con migajas, salarios de hambre, y que se callan ante ilegalidades. Obreros en raído y parchado overol que deambulan con sus tristezas por las calles de, por ejemplo, Detroit, una ciudad fantasma que aún rumia su antiguo esplendor, cuando era conocida como la capital del automóvil; ahí, murales de Rivera se desvanecen en esas ruinas en las que todavía habitan gente y morriñas.

Adolescentes salpicados de acné que ven a sus padres llorar en silencio y despertarse sobresaltados, febriles, perlados de frío sudor; soñando que aún están en Iraq o en Afganistán, a donde los llevó un espíritu patriota insuflado en mentiras y la oportunidad de tener, aunque sea así, un ingreso seguro para su familia. Inválidos por las atrocidades de las que fueron protagonistas o testigos, con esquirlas de bala en el alma. ¿Cómo no ver a los musulmanes como una amenaza, si los entrenaron para matarlos?

Abortos de [i]mall[/i] bombardeados, desde su trágica concepción, con máximas del capitalismo salvaje. Educados por [i]realities[/i] y Hollywood, cuya felicidad se limita al consumo: mentes vacías, obesas carcasas que no aspiran a la trascendencia, que sólo suspiran ante vitrinas e infocomerciales; el cuchillo que corta incluso latas, la banda que te pones alrededor de las lonjas y por medio de descargas eléctricas elimina la grasa que se ha acumulado a conciencia. Una nación que sueña con silicón, que se alimenta con algo que se dice que es pollo, que se asegura que es carne de res; [i]fast food [/i]para una existencia rápida y breve. Esclavizarse por un retiro soleado en Florida; prostituirse por un [i]springbreak[/i] en Cancún, que, para sus fines, no es México sino Sodoma y Gomorra. Niños criados entre alcohol, drogas y desesperanza, que gatean en destartaladas casas rodantes, entre jeringuillas y escupitajos; hacinados y expuestos a abusos sexuales. Jóvenes sin futuro, que encuentran con facilidad cualquier tipo de estupefaciente; estúpidos que se meten en la nariz la coca que alguien previamente puso en condones, se los tragó y defecó.

[i]White Trash[/i] —basura blanca, les dicen. Y son muchísimos. Pero no tantos como para ganar una elección. Ellos y otra legión de desencantados votaron por Trump por joder. Una venganza —consciente o inconsciente— a sus tragedias personales, a sus sueños truncos, a sus limitaciones, a sus obstáculos. No más [i]clintons[/i], no más [i]bushs[/i]; están hartos de ellos, de esas dinastías políticas que ni los ven ni los escuchan; empachados de esos trajes y de sus perchas plásticas, que escupen abstracciones como “igualdad”, “justicia”, “patria”. Hartos, hartos, hartos de sus vidas y sus circunstancias; molestos, muy molestos. Encabronados, [i]pissof[/i]. La victoria de Trump es su ponzoñosa reacción; la [i]vendetta[/i] de los que se creen —y en ocasiones son— dueños de ese engendro de naciones, de esa amalgama de culturas que se conoce como Estados Unidos. Trump reconoció ese malestar, esa podredumbre de resentimiento, ese óxido del alma. Y lo azuzó. Sus discursos buscaban detonar el odio, despertarlo, avivarlo, motivarlo… La chispa que se tornó en hoguera. No se mostró como uno de esos miserables sino como su redentor; un patético mesías que les prometió un cambio, que les demostró que es posible burlarse e insultar a quien, a diferencia de ellos, ha triunfado. Y vaya si una mentada de madre sirve de válvula de escape. Ve la cara de felicidad de este partidario de Trump, diciéndole al mundo [i]fuck you![/i] —¡jódete! Se llama Pax Dickinson e ilustró muchos periódicos ayer. Este partidario de Trump piensa que los demócratas son comunistas, perdió su trabajo al descubrirse que su cuenta de Twitter está repleta de comentarios homófobos, racistas, acosadores y violentos.

Quienes, engañándose, creen que Trump moderará su discurso y que todo lo que dijo en campaña eran simples bravuconerías están equivocados. Para llegar a donde llegó abrió una caja de Pandora. ¿Cómo calmas a tus hordas luego de que las arengaste para la batalla? ¿Con qué válium, con qué prozac aquietas al pitbull que acabas de entrenar para destrozar, para matar? La retórica de odio de Trump no se la llevó el viento; está germinando en un fértil campo de intolerancia y frustración. Las primeras manifestaciones de racismo no se hicieron esperar y apenas ayer, el día después de lo que no tiene nombre, se registraron manifestaciones públicas de racismo. Lo más trágico es que éstas se dieron en escuelas, entre niños y jóvenes; Trump es el señor de las moscas, el amo del basurero.

Positivos irredentos, entusiastas del [i]om[/i], bebedores —y fumadores— de [i]namaste[/i], intentan ver el vaso medio lleno. Pues no. Está más seco que el Sahara. Ante lo inevitable, sugieren, relájate y goza; ha sido un empresario de éxito, algo bueno tendrá, se reconfortan. Pues no, no ha amasado su fortuna por su inteligencia o habilidad; lo ha hecho por su marrullería y por su falta de ética: evade impuestos, transgrede leyes ambientales, traiciona a socios… No lo mueve otro sentimiento que el ego, una fuerza, como ya se ha demostrado, demoledora.


***

Hombre, mujer blanco, sin estudios universitarios. Ese fue el voto duro de Donald Trump. Ya digerido el alimento de las urnas, se sabe que 58 por ciento de los blancos estadunidenses optaron por el republicano y sólo 37 por ciento por Hillary Clinton. Entre los blancos en Estados Unidos que eligieron a Trump también están las mujeres: de las que se dijeron conservadoras, el 78 por ciento eligió al misógino magnate; entre las que se declararon protestantes, el 64 por ciento. Trump obtuvo el 42 por ciento de los votantes graduados de la universidad, frente al 49 por ciento de Clinton. Con respecto a la religión, los cristianos se han decantado por Trump. Así, un 58 por ciento de los protestantes y un 52 por ciento de los católicos marcaron en su boleta el nombre del republicano, frente al 39 y el 45 por ciento de la demócrata. Por el contrario, los judíos (71 por ciento) y los practicantes de otras religiones (62 por ciento) prefirieron a Clinton.

Mérida Yucatán

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