de

del

Giovana Jaspersen
Ilustraciones de Otto Dix
La Jornada Maya

Viernes 11 de noviembre, 2016

[i]Yo lo quise así. Tampoco soy un pacifista en lo más mínimo.[/i]
[i]O tal vez he sido un hombre muy curioso. Tenía que verlo todo por mí mismo[/i]
(O. D)


Mi olfato no conoce el olor de la gangrena mezclado con el de la pólvora, ni mi piel sabe del escalofrío que causa el cielo iluminado por un estallido; nunca he observado al avance larvario dejar solo hueso donde antes hubo hombre, ni a las moscas necrófilas rondar un cuerpo caído; jamás me he desconocido lanzando una granada al rostro de otra persona, que -como yo- mata por vivir. No he mirado de frente y a los ojos a la muerte en un campo de guerra, y sin embargo, he usado indiscriminadamente y por años el término guerra ahuecando la palabra. Y es que muchos no sabemos lo que es hacer la guerra y mucho menos lo que significa portarla, ni la desesperación de no poder arrancarla cuando ha parido ya en todos nuestros sentidos. Guerra que amputa vida.

Nos acercamos, a través de aquellos que en la enajenación del combate encontraron lenguajes; las artes nos han abierto una ventana a los entresijos del desastre. En el siglo pasado, por ejemplo, E. M. Remarque en [i]Sin novedad en el frente[/i] le dio voz a Paul Bäumer y él nos contó: “vemos vivir hombres a quienes un obús se les ha llevado la cabeza; vemos correr soldados a quienes una explosión les ha arrancado los pies; siguen corriendo a trompicones, destrozándose los sangrientos muñones, (…) otro se va hacia la ambulancia y por encima de las manos, que aprieta contra su vientre, le cuelgan los intestinos; vemos gente sin boca, sin mandíbula inferior, sin rostro”. Y sus palabras nos hablan tanto de él, como de los más de 65 millones de soldados muertos o mutados por la Primera Guerra. El alemán Otto Dix (1891-1969), nos contó lo mismo, de la misma forma, con los mismos hombres y en la misma lucha. Esa, a la que se enlistó como voluntario con poco más de veinte años y que encerrara en un portafolio de 50 grabados que llevan por nombre: [i]Der Krieg[/i]. La misma tierra minada que hoy podemos caminar en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) en la exposición Violencia y pasión.

La muestra, surgida en el marco del Año Dual México-Alemania, comienza siendo una inmersión laberíntica y descarnada a este mundo “fuego graneado, fuego de bloqueo, fuego de cortina, minas, gases, tanques, ametralladoras, granadas de mano”, lo que Remarque dijera encierra todo el horror de este mundo, que no termina cuando termina la guerra. En el caso de Dix le siguieron persecuciones, encarcelamientos, juicios, censuras y más guerras; pero también, cobijar una mirada poseída por la inmundicia y el caos. Trabajos posteriores, muy bien representados en la muestra, siguen hablando de guerra; con otros ambientes y personajes, con prostitutas, asesinos, mujeres violadas, mendigos por las calles, riñas de cantina, etc.; narra una realidad social que nos lanza borbotones de miseria humana. De humanos inhumanos.

El artista salta de la pintura del Renacimiento alemán y su inquebrantable minucia técnica, a piezas dadaístas, cubistas, expresionistas, etc.; la forma es pretexto para el fondo, y su fondo, en mayoría de casos, está descarnado. A través de 160 obras, se abordan también los cambios en la mirada de Dix a partir de su propia historia y preocupaciones.

La expresión más sensible, probablemente sean los autorretratos con su hijo, en actitud de un San Cristóbal en su representación iconográfica más común: con el niño a cuestas. La Leyenda Dorada cuenta que el santo de 2,3 m de altura, buscó ponerse al servicio del rey más importante y pasó por varios hasta llegar a Jesús, con él se dedicó a ayudar a los hombres a cruzar el río, llevándolos en hombros. La tarea, sencilla para un gigante, lo fue hasta que un niño le pidiera cruzarlo y, al hacerlo, sentir un peso desmesurado. Así, descubre que con El Niño, llevó a cuestas el peso del mundo. La carga de Dix, bien pudo haber sido con el mundo que vio y vivió, formar a un niño; o bien, traerlo al mundo. Y se comprende tanto...

Hoy, es reflexión imprescindible. En una realidad donde se cortan con machete las manos de personas por haber robado y se dejan en la calle con los muñones cubiertos con plástico; en la que se encuentran fosas con 100 cuerpos y no se repara en asombro; en la que se viola y descuartiza; en este escenario que aún no tiene nombre, pero que como la guerra deja a la muerte pariendo en nosotros y nuestros ojos, desconociéndonos. Así, nosotros, como Dix y San Cristóbal, cada día sabemos más lo que es cargar en un niño el peso del mundo a cuestas, de este, nuestro mundo.

Mérida, Yucatán

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