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Pablo A. Cicero Alonzo
Ilustración: Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

Miércoles 09 de noviembre, 2016

Cada declaración suya deja un cráter de ocho columnas. Sólo en los últimos días, ha lanzado dos bombas, cada una de varios kilotones: Que Duarte, el prófugo veracruzano, está en Chiapas. Que compró innumerables propiedades en el país, Yucatán incluido. Hiroshima y Nagasaki. Bum. Artillería pesada, para alguien tan menudo. Bazukazos. Napalm puro. Kalashnikov. Cojones como ojivas nucleares. Chernobil. No tiene miedo, no se muerde la lengua. Sus argumentos son brutalistas, como mazos; mientras otros realizan disecciones, él desgarra y destripa. Una hacha frente al escalpelo, el bisturí. No deja títere con cabeza. Dice lo que todos piensan pero nadie se atreve a decir. Pequeñito, inmenso. Todo él una contradicción. Solalinde Superstar.

Antenoche, en la Universidad Marista de Mérida, se realizó el foro «Análisis de la corrupción en Yucatán desde la educación y el sector empresarial», una de las primeras actividades de la 3a. Jornada de Derechos Humanos. Asistieron el padre Alejandro Solalinde Guerra, el investigador Luis Ramírez Carrillo y los representantes de la Coparmex y la Canacintra, Eduardo Espinosa Corona y Mario Can Marín, respectivamente. También participó Juan Daniel Hernández González en este foro, que fue moderado por Rubén Torres Martínez. El evento se realizó en el salón de juicios orales, y estuvo dirigido a alumnos de la universidad anfitriona y a público en general.

Dos preguntas realizó el moderador, contestadas en igual número de rondas. Sin embargo, y sin demeritar a los otros participantes, fue Solalinde el protagonista del evento; un predicador rockstar. El sacerdote católico, con lenguaje sencillo, construyó un inusual discurso para los tiempos actuales. Para él, la corrupción se enraíza en la ignorancia espiritual, una madreselva en el endiosamiento de las cosas materiales, específicamente el dinero. Las carcasas en las que se han convertido los hombres y mujeres son el principal alimento de esa oscuridad que ha cubierto al país.

Las ideas que Solalinde expuso fueron simples, mas no simplistas. Cuando una estudiante les preguntó a los foristas cuáles eran sus propuestas para combatir el cáncer de la corrupción, el religioso dijo, sin pensarlo mucho —o después de meditarlo toda la vida— que Jesús. Pero ese Jesús joven de Nazareth, cuya vida —los evangelios— son textos subversivos. Ahí está la respuesta. Se puede, repitió, legislar y legislar y legislar, pero al final sólo podremos auditar a los poderosos. La única forma de erradicar el flagelo es convencerlos de que está mal.

Evangelizar en estos tiempos no es fácil, pero al sacerdote pareció no importarle. Al contrario: era provocador, descarado. Uno de sus compañeros foristas le quiso rebatir, pero Solalinde hizo como si le hablara Dios. Hay más del ochenta por ciento de mexicanos que profesan la religión católica y son más de noventa por ciento los que se dicen cristianos; llevamos quinientos años leyendo a Marcos, a Mateo, a Lucas y a Juan. No sólo es cuestión de valores; es un sistema al que tenemos que combatir.

Un round de sombra, valiente, escrito y captado por los keniatas de los premios de periodismo de Yucatán, presentes en la discusión. Polantuán y Rodrigo, cazadores de los premios-búfalo, buscando en la llanura de la 3a. Jornada de Derechos Humanos suculentos blancos para su pluma y su lente.

Y Solalinde, tan campante. No cayó en la tentación de responder. Vade retro. Al contrario. Hizo más referencias a la necesidad de recurrir a las enseñanzas de Jesús. Y ojo, apuntó, no estoy diciendo que vayan a misa o se confiesen; eso será después. Y a pesar del alto contenido divino de sus palabras, fue el más mundano de todos. Y así se recibió su mensaje. Alrededor de cien jóvenes, de esos que dicen son parte de una generación descreída, escépticos millennials, asintieron ante esa homilía mundana.

Atómico Solalinde. Radioactivo activista. Más que de palabras, este sacerdote es un hombre de acción. Lo han amenazado y han cumplido; lo han secuestrado varias veces y han incendiado su propia Jerusalén, con él adentro. La mejor defensa es el ataque, reacciona. Y ha denunciado a narcotraficantes y políticos, que en muchas ocasiones son los mismos. Fue el primero en abrirle los ojos a un país que aún soñaba con encontrar vivos a los cuarenta y tres. Sus fuentes son confiables, y así lo ha demostrado. Por eso sus declaraciones son noticia. Si dice que Duarte está en Chiapas, es porque tiene los pelos de la burra en la mano. Si dice que el tiranozuelo compró casas en Yucatán, es que esos pelos son pardos. Por eso el público que lo escucha se estremece cuando este sacerdote asegura que muchos migrantes son raptados por sus órganos. Riñones, hígados, corazones y córneas de miserables para ricos que no preguntan.

Ese sacerdote mínimo, hombre inmenso, tiene ante sí no sólo los reflectores de medios ansiosos por que alguien declare lo que sus periodistas no quieren o no pueden investigar. Tiene a los jóvenes que gracias a él han vuelto a creer. Jóvenes que crecieron con historias de religiosos pederastas y obispos simoníacos. Arrebatados, a puñetazos de escándalo, de su fe. Desnudos, a la intemperie del materialismo en donde florece la desidia y da frutos la corrupción.

Él, Solalinde, que se balancea peligrosamente en los sentimientos de una sociedad con callos, que en él ha puesto su última dosis de esperanza. ¿Sabrá este sacerdote que un pequeño fallo, que un mínimo error no sólo acabará con su persona, sino con el entusiasmo recién hallado de las nuevas generaciones? La radioactividad que genera su activismo es ambivalente; debe manejarse con cuidado. Desencantados por sus líderes, los jóvenes no soportarían un nuevo héroe con pies de barro. Y ahí está, precisamente, la gran responsabilidad que radica sobre los hombros de Solalinde.

Mérida, Yucatán


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