de

del

Rafael Robles de Benito
Imagen tomada de www.descubro.mx
La Jornada Maya

Miércoles 2 de noviembre, 2016

Puede decirse que los petenes que se reparten por las zonas de humedales costeros de Yucatán, se encuentran entre las joyas ambientales menos conocidas, debido, en parte, a su inaccesibilidad; para llegar a muchos de ellos hay que cruzar entre manglares, sabanas cubiertas por cortantes navajuelas y ciénegas de limos prácticamente intransitables.

Descritos frecuentemente como “islas” de vegetación en áreas de humedales, alojan especies de árboles de selvas medianas: altos zapotes, puctes y palos de tinte, por mencionar solamente algunas. La presencia de estos grandes árboles hace que se constituya un tupido dosel de follaje, por eso los petenes son sitios sombreados, más frescos y húmedos que el ambiente que les rodea.

Más diversos que el manglar y la sabana, la complejidad estructural que presentan los hace sitios idóneos para que los habiten múltiples especies animales: aves como las garzas y los ibis, reptiles como los cocodrilos (que no lagartos), las iguanas y las boas ([i]oxcan[/i]), anfibios, como varias ranas, mamíferos, desde los grandes carnívoros, como los jaguares, hasta sus pequeñas presas, como pecaríes, jalebs o tepescuintles, mapaches y tejones, venaditos yuc; en fin, una riqueza cuya lista no cabría en estos breves párrafos.

En el centro de muchos de los petenes se encuentra un cenote, o un ojo de agua. Quienes han acudido al “Corchito”, en Progreso, lo saben bien. Estos afloramientos de agua dulce –o casi dulce– son parte de la razón de ser de la estructura de estos singulares sistemas; pero son además también una estructura adicional, que tiende a incrementar la biodiversidad que los caracteriza: aquí viven además peces de muy diferentes especies, entre los que destacan las mojarras nativas, y los grandes y perezosos sábalos.

No sólo no conocemos mucho acerca de los petenes; tampoco los usamos demasiado. Fuera de utilizarlos en algunos casos como balnearios, como sitios para la cacería de patos, como fuentes de agua, o para la pesca artesanal de autoconsumo, lo cierto es que parecemos ignorar el potencial para el manejo sustentable que representan su dinámica y su complejidad estructural.

El doctor Eduardo Batllori, que sabe harto de petenes, ha adelantado una idea que parece no haber generado demasiado eco. Como en el caso de todo profeta en su tierra, la propuesta de Eduardo cae hasta hoy en oídos sordos: él concibe los petenes como centros a partir de los cuales se mejoren las condiciones hidrológicas de las deterioradas ciénegas yucatecas, pero además, como el corazón de paisajes productivos costeros, a partir del cual se generen condiciones de explotación sustentable de especies propias de la biodiversidad regional.

Así, las comunidades de pescadoras y pescadores (y utilizo con toda intención esta distinción de género) podrán disponer –ahora y para las generaciones futuras– de sitios capaces de dotarlos de pescados, camarones, y chivitas, cuando menos. El manejo de estos sitios contribuirá a la restauración de los humedales de nuestro estado, golpeados desde hace décadas por un patrón de desarrollo que ha ignorado las exigencias del ambiente.

Mérida, Yucatán

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