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Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Martes 1 de noviembre, 2016

El cadavérico rostro de Julio César Mondragón Fontes es el rostro de México.

Estremecedor y aterrador, sanguinolento, muy lejos de los vídeos turísticos que pagan los gobiernos en internet y en carteles de playas paradisíacas en las principales ciudades de Europa y de Norteamérica, para convencer a miles de turistas a visitarnos, que sueñan con el sol y la arena, bañada de turquesa y azules caribe de nuestro país. El rostro del joven normalista, destazado, cortado con bisturí y roto a culatazos, no es el que nos venden en internet para acicatear las ganas de los mexicanos a salir de sus estresantes ciudades, deterioradas por el crecimiento y la contaminación. Por la delincuencia.

Estamos ante el rostro negado de México, ante la cara de una guerra sorda, que nos esconden y que emerge puntualmente mostrando sus entrañas putrefactas.

El rostro de Julio César Mondragón Fontes, joven estudiante de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, brutalmente torturado y desangrado hasta morir la noche del 26 de septiembre de 2014 a 500 metros del Centro de Inteligencia y espionaje policíaco militar (C4) de Iguala, es el rostro de la guerra de expolio y del saqueo minero de México.

A contracorriente de lo que afirma la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y la llamada “verdad histórica” del gobierno de Enrique Peña Nieto, la cara de Mondragón Fontes no fue devorada por animales, sino cortada con precisión quirúrgica y arrancada, tras golpes demoledores en la mandíbula, descargados en una oreja, en el cuerpo, hasta arrancarle un ojo fuera del rostro y sumirle el otro.

Estamos ante la narración de la violencia inaudita descargada con brutal salvajismo sobre un joven normalista que destacaba por su inteligencia. Violenta genocida que es también un mensaje político, para sembrar el terror entre los líderes sociales guerrerenses y del país.

Así lo explican en entrevista exclusiva con Infolliteras.com, Félix Santana y Miguel Ángel Alvarado, coautores con Francisco Cruz del libro [i]La Guerra que nos ocultan[/i] (2016, editorial Planeta), quienes vinieron a Mérida y Valladolid, a presentar su texto en diversas universidades del Estado invitados por el partido Morena.

Los periodistas narraron a Infolliteras.com cómo, a través de documentos desclasificados y de una sólida investigación periodística, lograron no sólo adentrarse en la represión cotidiana que allana la explotación de los recursos de nuestro país por parte de empresas mineras en el llamado cinturón de oro que va desde Tlataya, en el Estado de México, hasta Mezcala en el corazón de Guerrero. Sino en la historia de su celular, el que recibió conexiones telefónicas desde el CISEN en el DF y del Campo Militar número 1, según señalan a partir de las sábanas telefónicas de Telcel, las que obtuvieron.

Explican que detrás del saqueo que están cometiendo las mineras en nuestro país y de la impunidad con la que operan en México, existe un negocio multimillonario que ha desatado un imperio de horror y sangre en nuestro país y en particular en Guerrero.

La lucha es por apropiarse de las tierras bajo las que yacen yacimientos de uranio o titanio, entre otros metales, utilizados en la industria de guerra de los Estados Unidos, por ejemplo, y en la fabricación de teléfonos celulares, tabletas y computadoras.

Los autores, a través de mapas del gobierno mexicano (todos escritos en inglés) han logrado establecer la conexión entre las mineras y la violencia brutal contras las comunidades, ejidatarios y líderes sociales.

Por ejemplo, en 2011 se supo que muy cerca de Ayotzinapa se ubica uno de los mayores yacimientos de oro del país.

Afirman en su libro “que si algo dejó la noche tenebrosa de Ayotzinapa fue la oportunidad de poder observar una relación entre narcotraficantes y mineras que puede explicar gran parte de la violencia en México”.

Los periodistas, además, explicaron durante la charla que a través de la obtención de la sábana de llamadas del celular de Julio César Mondragón –teléfono que se dijo que no existía, pero que le fue vendido escasos dos días antes por un compañero de la normal de Ayotzinapa- en poder de la PGR se ha logrado establecer que dicho móvil se mantuvo en funcionamiento, mucho tiempo después de la muerte del joven normalista.

“Esa base de datos telefónica fue entregada a la PGR el 31 de agosto de 2015, cinco días después de requerirla. Allí, en las 132 hojas foliadas con el logotipo azul de Telcel y en las que se imprimió una leyenda naranja en el centro de cada una, colocado por la PGR, que dice “Confidencial”, el camino de Julio César se puede seguir entre combinaciones de tiempo, coordenadas y números celulares”, explica el texto de casi 400 páginas.

Lo que se desprende, a fin de cuentas, “es que quienes descubrieron y reportaron el cadáver del estudiante, presentes en el levantamiento del cuerpo y que siempre se han declarado al margen, están más involucrados de lo que aceptan públicamente”, señalan.


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