Paul Antoine Matos
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Jueves 20 de octubre, 2016
No es nadie. No lo ha sido en las últimas tres semanas, al menos. Su nombre, por el que la prensa, las autoridades y la sociedad yucateca la conocen es el siguiente: la mujer asesinada en Telchac Puerto.
No tiene familia, ni nadie que la reclame. La investigación ha sido lenta, sin información trascendente en torno a un avance sobre su identificación o la de su asesino.
No era una fotógrafa Internacional y artista, cuyo homicidio dio la vuelta al mundo y generó alarma entre el sector turístico de la entidad, a riesgo de que se pierdan las visitas. Para Yucatán, es nadie.
Su cuerpo no puede pasar por el ciclo natural de la vida, no se puede descomponer para volver a la tierra, no puede ser polvo. Se encuentra en un estado estático, inmóvil, a la espera de que haya un avance en su caso.
Su cadáver congelado se mantiene en la fría morgue del Servicio Médico Forense. No puede ser enterrada o cremada. Está literalmente en el limbo, ese lugar de la Nada.
Escritores como Elena Poniatowska y Juan Villoro han reiterado en múltiples ocasiones que cuando ocurren crímenes se necesita conocer quién era la víctima, su personalidad, sus gustos, su vida, con la intención de que la sociedad tome conciencia del crimen y genere empatía. Pero, ¿qué sucede cuando la víctima no tiene un pasado, ni una identidad?
[i]Nadie [/i]pudo haber sido una yucateca, pero su familia aún no ha alzado la voz por su ausencia. Tal vez fue asesinada por su pareja, o por un desconocido.
Es sólo un número entre los más de 26 mil desaparecidos en México, desde que en 2006, hace una década, iniciara la Guerra contra el Narco (según las cifras oficiales). Faltan quienes “no se cuentan, pero cuentan mucho” y por quienes no hay denuncia, quizá por temor a represalias.
Un extremo de la barbarie: aparecer muerta en una playa sin ser identificada. ¡Qué importa quién era! Al fin y al cabo, no han aparecido 43 estudiantes y otros miles de mexicanos.
Tal vez fue víctima de trata de blancas, una pareja golpeadora o de un pez gordo de las altas esferas del poder. Escapó o intentó alzar la voz y fue acallada. No se sabe.
Mientras su vida dejaba su cuerpo, en sus pulmones entraba el agua salada de Telchac Puerto. Amarrada de manos y pies.
Tal vez en otro estado o acaso en otro país, su familia pregunta dónde está. Su madre recuerda en estos momentos la última vez que la vio...
[i]Take care my darling, Mexico is dangerous[/i]; podría haber dicho doña [i]Nadie [/i]a su hija, momentos antes de abordar el avión, preocupada por la situación del país.
[i]Don't worry mom, I'm going to Yucatan, It's the safest state In Mexico, there's no crime there[/i]; podría haber respondido, confiada en la seguridad del Estado, al mismo tiempo que una canadiense era asesinada en Mérida, por el chofer del ADO.
Para las autoridades y la sociedad yucateca es Nadie. Pero sí fue alguien y aún sigue siéndolo, aunque nunca lo sepamos.
Vivió, creció, sufrió, disfrutó como todos nosotros. Murió a manos de otro [i]Nadie[/i]. A manos de alguien que, como ella, sigue sin identidad.
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