Pepe Elorza
Foto: Archivo / La Jornada
La Jornada Maya
Lunes 17 de octubre, 2016
La noticia del otorgamiento del premio Nóbel de literatura a Bob Dylan provocó, como pocas veces, sentimientos encontrados, tanto en las legiones reactivas que radican en las redes sociales, como en mi persona.
Es preciso hacer algunas consideraciones para entender el significado de este controvertido galardón. Por un lado el reconocimiento a su trabajo resulta halagador para quienes nos dedicamos a la composición, pues encumbra a la canción como una forma de arte a niveles jamás vistos, algo que seguramente no se repetirá.
Muchos sabíamos que Dylan, desde hace muchos años, era una propuesta de la Asociación de Escritores Norteamericanos; a quienes, por cierto, nadie tomaba en serio, con excepción de los feligreses que lo han venerado desde sus inicios, como el predicador que él mismo aceptó ser a sus escasos veinte años. Los tiempos evidentemente cambian y lo que parecía imposible se hizo realidad; ahora, helo aquí, saludando desde el Everest, como dice su colega Leonard Cohen.
A principios de los setenta, a quienes lo escuchábamos, en efecto, nos parecía una especie de oráculo, cuyo mensaje pacifista era insoslayable para mi generación. Por lo tanto, cantábamos cual himnos sus canciones, en todas nuestras reuniones. Sin embargo, nuestra devoción no nos obnubilaba y sabíamos de sus limitadas habilidades musicales; tanto en la ejecución, como en el canto y en la elaboración de melodías. Con sus contadas excepciones, sus canciones eran y son musicalmente repetitivas, previsibles y casi nunca ofrecen una novedad al escucha.
Hace unos días en un programa de televisión, José Luis Martínez nos brindó un razonamiento lúcido: la canción es gregaria, es para cantarse en público; en cambio, la literatura es el diálogo silencioso entre el autor y el lector.
Por eso, ahora que lo veo rodeado del aura celestial del premiado, pienso que no deja de ser una excentricidad este premio de la academia sueca. Hablan del literato, obviando el otro aspecto de la canción que es la música. La canción nace del ayuntamiento de la literatura y la música que procrea un arte diferente. Es por esa razón que la justificación del premio desnaturaliza el quehacer de Dylan. Pero eso, a él siempre lo tuvo sin cuidado.
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