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del

Jhonny Brea
Foto: Invitación a la presentación del libro [i]Alegría y nostalgia[/i].
La Jornada Maya

Viernes 14 de octubre, 2016

Así como me ven, de cuando en cuando me codeo con la intelectualidad. Claro que eso me cuesta. Déjenme explicarme.

Me llegó un mensaje de Felipe Andrés Escalante Ceballos, uno de los autores contemporáneos cuyos seis libros están agotados. Era invitación para ir a su casa, así que tuve que tramitar mi amparo antes de acudir. El baño me quedó reluciente, ustedes saben, las labores propias de mi sexo.

“¡Seguro vas a regresar ebrio!”, me reclamó [i]La X’tabay[/i], pero en el fondo sabe que esas son mis buenas amistades. Cuando voy con los otros amigos, o me escapo o mi cartera tiene que pasar por la aduana, así que voy sin tarjetas y con efectivo limitado.

En fin, llegué con [i]Pilo[/i], como lo conocen sus amigos, y la ocasión ameritaba el festejo: nos anunció que hoy se presenta la segunda edición de [i]Alegría y nostalgia[/i], cosa que muy pocos libros yucatecos han logrado.

“No sabía que fuera una rareza que un libro yucateco alcance una segunda edición”, señala [i]Pilo[/i] poco antes de aventar unos camarones a la sartén, de donde saldrán al mojo de ajo. “[i]Alegría y nostalgia[/i] no es un clásico. Eso lo dirán las futuras generaciones, ahora no”, indica rápidamente, aunque algunos académicos ya lo consideran un autor de culto, porque la primera edición “se gastó” en 10 meses y no se vendió en librerías ni en las máquinas expendedoras de la Sedeculta.

Entonces, ¿cuál fue el motivo para que la primera edición haya sido un [i]bestseller[/i]?, me animo a preguntarle mientras termino el whisky de aperitivo.

“¡Jhonny, no estés cultivando! Apenas puedo decir que tuvo un modesto éxito regional”. Lo que pasa, me dice después de una pausa obligada por la cata de un camarón al orégano que no le sirven a uno ni en el Ku’uk, es que estuvo dirigida a personas de la tercera edad que vivieron en el barrio de Santiago en los años 50 del siglo pasado. No se habría vendido tanto si no fuéramos tantos los ciudadanos mayores, remata.

¿Cuál fue la parte más difícil de escribir?, pregunto ya en la segunda botella de vino blanco. “¡El prólogo! ¡No sabes cuántas botellas me costó que mi hijo lo escribiera! ¡No lo acababa nunca, y además toma de las que recomienda Pablo Cicero! ¡Hasta parecía que estaba haciendo su tesis de doctorado!”

Una pausa y, más sereno, abunda: “Sin duda, lo difícil fue describir cómo es el Santiago actual. Confirmar las cosas que se han ido, las costumbres perdidas… eso me produjo precisamente alegría y nostalgia.

-Oyes [i]Pilo[/i], ¿es cierto que cuando vas al mercado parece escena de [i]El Padrino[/i], cuando entra Marlon Brando y los locatarios le ofrecen frutas y dulces?

-¡Contras Jhonny! ¡Eso es un invento de mis hijos que repiten nada más por fastidiar! Si salieron fregoncitos esos dos. A ver qué porquerías dicen en la presentación.

Me despedí con un abrazo, deseándole próximas distinciones literarias. Si a Bob Dylan ya le dieron el Nóbel, Pilo bien puede recibir algún premio en la próxima FILEY, o las medallas Yucatán y Eligio Ancona próximamente. Pero seguro que lo veo hoy, a las 20 horas en el auditorio de la Segey, junto con un buen número de “santiagueros de corazón”.

Mérida, Yucatán.


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