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Pablo A. Cicero Alonzo
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La Jornada Maya

Jueves 13 de octubre, 2016

No tengo nada contra Paulo Coelho. Al contrario, podría decirse que lo admiro. Ha de ser muy difícil escribir una vasta obra con un léxico de sólo cien palabras. El sábado pasado, en una cacería de libros, me encontré con un buen amigo. ¿Ya lo supiste?, me dijo, a manera de saludo. Le acaban de dar el Nóbel a Coelho. ¿Quién te dijo?, inquirí. La chica de la librería. La que no estaba tan perdida; chequé varios portales que, efectivamente, informaban:

“Latinoamérica alcanzó un nuevo premio Nóbel de Literatura, y para sorpresa de todos, de la mano del escritor brasileño Paulo Coelho de Souza (Río de Janeiro, 1947) que superó a otros reconocidos autores de la talla del sirio Adonis, al estadounidense Philip Roth y al italiano Claudio Magris, quienes se perfilaban como principales favoritos a hacerse con el galardón”.

Este bulo fue desmentido a los pocos minutos, pero dejó su impronta. Este año, el selecto club de lectura de la Academia Sueca que elige al galardonado se tomó su tiempo, y en un mensaje que a muchos dejó desconcertados anunció que daría a conocer al ganador hasta hoy, jueves 13 de octubre. Por lo general, el Nóbel de Literatura es uno de los primeros que se anuncian. Este 2016 quedó como el epílogo de la lista. Ante este cambio de tradiciones, lo de Coelho se convirtió en el último de una serie de malos chistes.

A estas horas ya debemos de conocer al escritor distinguido por los suecos. A mí, este premio me ha servido de parámetro, de guía de lectura. Gracias a éste he conocido a escritores magníficos –como Mondiano, como la colega Aleksiévich–. También, me he alegrado por la distinción que le ha hecho a viejos conocidos –como Saramago, como Vargas Llosa… Espero que, antes de que muera, lo reciba Lobo Antunes, por el simple hecho de que considero que su obra debería ser más conocida, que más personas lo deberían leer. La Academia Sueca ha tenido indefendibles omisiones, pero aún así su veredicto la mayoría de las veces es fresco y justo.

Lo de Coelho hubiera significado una decepción casi amorosa. Pero aún con las carencias de este brasileño, la falsa noticia no fue descabellada, ya que hemos sido testigo de la vocación suicida –o mercenaria– de los premios literarios. Poco a poco, las distinciones a los hombres de letras se desdibujan en una batalla de egos, en una cofradía que regala medallitas a los amigos. Yo te premio si tú me premias. La literatura de unos cuantos, las letras de la élite. Y algo similar puede suceder con el Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco, que se entrega en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (Filey).

Ayer, miércoles 12 de octubre, fue el último día para presentar postulaciones a este galardón. No se tienen noticias al respecto. En ediciones pasadas, ayuntamientos, instituciones de cultura y universidades de todo el país presentaron a sus candidatos. Ahora, nos dicen, no. El reconocimiento se dará a conocer el próximo mes, con la novedad de que puede ser un escritor hispanoamericano radicado en Estados Unidos o un estadunidense que escriba en español. Ante la ausencia de candidatos, el jurado puede presentar al suyo, y convertirse así en juez y parte. Con estos antecedentes, es muy probable que el recipiendario del premio José Emilio Pacheco sea alguien cercano a Sara Poot Herrera, jurado y matriarca, precisamente, de los escritores hispanoamericanos radicados en Estados Unidos o de los estadunidenses que escriben en español.

Y así, un galardón que nació con estrella se convertiría en uno más. El harakiri de algo que valía la pena. El primero en recibirlo fue precisamente Pacheco, que posteriormente le dio el nombre al galardón. Le siguieron Elena Poniatowska y Fernando del Paso; en ambos casos este reconocimiento yucateco se convirtió en el preludio del Cervantes. Elena Poniatowska recibió la noticia del máximo reconocimiento a un escritor hispanoamericano 15 días después de obtener el “José Emilio Pacheco”, mientras que Del Paso tuvo que esperar un año.

El autor de [i]Noticias del Imperio[/i], en estado de gracia, ofreció un espectacular discurso al recibir el Cervantes que conmovió a todo el universo que comparte el idioma español. Cientos de medios de decenas de países replicaron sus palabras, que sonaron como campanadas. En todos los casos, mencionaban al autor como recipiendario de la medalla que otorga la Filey. Nuestra feria alcanzó repercusiones internacionales gracias a estos magníficos embajadores. Y lo mismo pasa con Juan Villoro, quien recibió el “José Emilio Pacheco” el año pasado. La lucidez de este escritor es un faro en estos oscuros días.

La UADY y la Filey, y específicamente el jurado del premio, están en una encrucijada: mantener el nivel de este joven pero poderoso premio o asombrarnos con una noticia tipo “Paulo Coelho, Premio Nóbel de Literatura”. El Ricardo Arjona de las letras elevado a un Olimpo que le es del todo ajeno. Ellos sabrán qué camino tomar. Yo sé cuál será; espero estar equivocado y que me callen la boca.

Mérida, Yucatán

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