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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Cristóbal Manuel
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Miércoles 12 de octubre, 2016

De nuevo Haití. La tragedia de la que nadie habla. La nación invisible. Los gritos que no se escuchan. La imagen que ilustra estas líneas se captó en 2010, después del terremoto que se ensañó con ese país. Todos los edificios colapsaron. Todos. Entre ellos, el hospital siquiátrico. No resistió la sinrazón de la naturaleza. Ese hombre de espaldas, desnudo que contemplas es un paciente de esa institución. El príncipe loco de Puerto Príncipe. Vagó así, como trágica imagen de la soledad, las semanas que sucedieron al temblor. El lunático que se convirtió en el espejo de una sociedad herida y a la deriva. La lucidez huérfana en el caos. Esta fotografía fue captada por Cristóbal Manuel, de [i]El País[/i]; por ella le dieron el premio Ortega y Gasset en la categoría fotoperiodismo.

No soy siquiatra ni sicólogo; Dios me libre. Pero de locura sé; vaya que sé. También sé que hay una guerra sorda, cruentísima entre dos visiones de tratar a los enfermos mentales. Y sé que el Hospital Siquiátrico de Yucatán se ha convertido en uno de los campos de batalla. Ahí se enfrentan esas fuerzas. Desde hace meses, una funcionaria federal, de influyente estirpe, ha emprendido una cruzada por esa institución, que ya está en sus manos. El gobierno estatal capituló y dejó en sus manos la administración del hospital.

La funcionaria federal heredó malestares que poco a poco han salido a la luz, ya sea por medio de manifestaciones, ya sea por cartas a la opinión pública. Una supuración constante, copiosa de críticas. Ella capea el temporal, señalando que está saneando la institución de antiguos vicios y malas prácticas. Iluminada, en especie de éxtasis, señala que su intención es humanizar el trato que se le da a los pacientes. No sólo está armada de su tesón; también del blindaje que le da su apellido: el gobierno federal acaba de aprobarle ciento quince millones de pesos para erigir su sueño.

La carne de cañón de este enfrentamiento de egos –que al final a eso se reduce– son los pacientes del psiquiátrico, que a sus diagnósticos clínicos se les añade el desconcierto y la incertidumbre. Hombres y mujeres, cuya razón ya huyó, deambulan por los pasillos en un experimento surreal, como aquel manifiesto firmado por André Bretón, en 1924: «Queda la locura, la locura que solemos recluir, como muy bien se ha dicho. Esta locura o la otra. Todos sabemos que los locos son internados en méritos de un reducido número de actos reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad –y la parte visible de su libertad– no sería puesta en tela de juicio».

Y así, imaginamos que intoxicada por Bretón, ante la furia de las críticas la funcionaria exclama: «No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación». En la otra trinchera, la suplantada, esgrimen inexperiencia y descontrol, un caos parecido al de una comuna de náufragos. Hablan de pacientes que recorren concurridos pasillos paseando su esquizofrenia, teporochos que se han convertido en dilers de los internos, narcomenudistas de productos de tlapalería, hombres y mujeres sin pudor que se pasean desnudos por los pasillos de la institución, como aquel hombre negro que camina por la desolada capital haitiana, en la ya histórica imagen de Cristóbal Manuel. Señalan igual los antecedentes de la funcionaria que apretó el botón de pánico, y piden que se investigue su paso por otros estados, que califican igual de nocivos.

En tanto, una tierra de nadie, un lugar sin ley. En este paréntesis, el hospital psiquiátrico de Yucatán está a la deriva, como la conciencia de sus pasajeros. Se habla de la implementación del Modelo Hidalgo, pero incluso hay trabajadores que ignoran en qué consiste. Ese hospital es público, y no puede quedar en manos de una particular, aunque ésta se exhiba como funcionaria. Como posibles, potenciales huéspedes de ese tormentoso remanso, no podemos quedarnos a la expectativa. Hasta ahora hemos sido testigos mudos de un debate en el que tenemos mucho que aportar.

Que de este pulso salga victorioso el que convenza a la sociedad, no el que incluya entre sus filas al aliado más poderoso. No estamos hablando de objetos. Los pacientes del psiquiátrico, por si lo han olvidado, son seres humanos. Como tú y como yo. Aunque los quieran ver como botín o como conejillos de Indias. Si ha habido torturas o malos tratos, que la nueva administración lo documente y lo denuncie; que se castigue a los responsables. Si el Modelo Hidalgo no puede implementarse en esa institución, que nos ametrallen con los por qué. Ambas partes tienen tarea. Y no pueden hacerse los desentendidos. Ya no. Ese asunto que la sociedad eludía con su indiferencia pide a gritos que se resuelva.

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