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del

Rafael Robles de Benito
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 12 de octubre, 2016

Hace unos días, veía yo no recuerdo qué partido de fútbol, con un ojo al gato y otro al garabato, cuando oí el anuncio aquel de “un gol por la reforestación”, en el que se vanaglorian de donar miles de árboles por cada gol anotado, y destinarlos a reforestar “un área protegida”. Algo –diría Shakespeare– está podrido en Dinamarca. Se supone que las áreas protegidas lo son precisamente porque se les ha puesto aparte para conservar los ecosistemas donde se encuentran, las especies que los habitan, y los servicios ambientales que nos prestan.

¿Es entonces la campaña de la televisora una muestra fehaciente de que las diversas áreas protegidas terrestres de nuestro país no están cumpliendo cabalmente con su misión? Porque si hay que reforestarlas, entonces están deforestadas. Y si no tienen porqué ser sometidas a procesos de restauración de su cubierta vegetal, ¿para qué destinar recursos, plantas de los viveros, y esfuerzos de la población, o de las fuerzas armadas, o de voluntarios de procedencia variopinta, a plantar árboles donde no hacen falta?

Aclaro de paso que me parece muy loable que se donen recursos por la vía del “gol por”: que la diversión y el desahogo de ese juego que es “lo más importante de lo menos importante” sirvan para algo más que los 90 minutos de escapatoria es sin duda meritorio. Pero tanto quienes organizan la donación como las instituciones que las reciben o administran (en este caso, la Secretaría de Medio Ambiente y recursos Naturales, a través de la Comisión Nacional Forestal y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas) deberían ser más cuidadosas del destino de las donaciones.

Yucatán, por ejemplo, ha perdido más de las dos terceras partes de su cobertura vegetal original. Lo que queda, se encuentra concentrado en una estrecha franja del litoral del estado (sujeto a regímenes tanto estatales como federales de conservación), en el sur, en la región Puuc, también establecida como área protegida, y en algunas porciones milperas del oriente, que se han salvado al calor de la dinámica agrícola del pueblo maya y su cosmovisión.

¿Por qué no, entonces, destinar un gol a reforestar las áreas que fueron henequeneras, y que hoy son acahuales secundarios donde se pueden emprender proyectos creativos y sustentables de manejo de la vegetación?, o bien – cosa que quizá resultaría más interesante - ¿Por qué no destinar goles a respaldar proyectos mayas de apropiación del paisaje, que incluyan la milpa, la cacería, y el uso de especies forestales para la construcción, la salud, el rito y en fin, el bien vivir?

Dicho sea de paso, y en otro tema totalmente diferente: NO, el piloto NO fue culpable. Los que le ordenaron dónde bajar volverán a hacerlo, en cuanto pase el corto plazo de nuestra memoria. Al fin que no pasa nada.


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