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Tabacón B. Linus
La Jornada Maya

Lunes 10 de octubre, 2016

Así parezca increíble, hay varias cosas que agradecer a Trump y su campaña del miedo y el odio. Él ha traído al escenario muchos monstruos y fantasmas que existen, de forma encubierta, en los oscuros closets de nuestra sociedad y nuestra alma. El más obvio es el monstruo que convierte a la mujer en un mero objeto sexual, en un accesorio decorativo, un juguete para usar libremente en pos del más rudimentario placer masculino.

Los comentarios de Trump son escalofriantes, se le revuelve a uno el estómago al escuchar lo que dice y, aún más, al notar el tono celebratorio que usa al narrar potenciales atropellos a la dignidad de la mujer; atropellos que violarían incluso la ley. Sin embargo, lo que él dice no es sino la manifestación más extrema y enfermiza de algo que pasa a diario, en muchos lados y en la que muchos -voluntaria o involuntariamente- participamos de forma pasiva.

Revisé las declaraciones de Trump y me indigné. Sin embargo, después revisé y recordé muchos de los “memes”, chistes, fotos y demás cosas que se comparten en las redes sociales entre hombres, en chistes de vestidor de gimnasio, en reuniones, en bares y cantinas y -con vergüenza- debo admitir que son expresiones que caen en la misma categoría. Si bien no son expresiones o acciones en el extremo delincuencial que Trump hace patente, tampoco son para presumirse o estar orgullosos.

Demasiados chistes “clásicos” son misóginos, todos los piropos no pedidos en la calle son agresiones, muchísimas preconcepciones sobre cómo debe ser un matrimonio o un noviazgo o cómo debe un hombre manejar su sexualidad o desplegar su virilidad frente a la mujer, en realidad son denigrantes para el género femenino. Hice un acto de conciencia crítica y revisé comentarios que los hombres hacemos a la ligera, y descubrí que -sin darnos cuenta- en muchas de nuestras expresiones cotidianas hay “pequeños Trumps” que pasan casi desapercibidos, pero que urge exorcizar.

Después, revisé las expresiones de indignación ante lo que Trump expresó a lo largo de la última década, y me encontré una constante muy común. Muchos de los hombres que mostraban indignación, lo hacían diciendo que son padres de niñas o jovencitas, y que jamás podrían verlas a la cara si no condenaban a Trump. Ahí me di cuenta de otra sutileza perversa: Trump nos debe parecer una amenaza tengamos o no una hija, hermana, esposa o madre. Trump debería preocuparnos por igual -o incluso más- si sólo tenemos hijos y hermanos, porque sería terrible que en ellos se sembrara la semilla del agresor y el cosificador de la mujer.

Reaccionar a Trump para proteger a “nuestras mujeres” es inaceptable e insuficiente. Hay que reaccionar a Trump para garantizar que esas conductas masculinas sean erradicadas, de lo contrario estaríamos reproduciendo la idea de una masculinidad pervertida, dominante y agresiva per se.

Trump me dio una lección más. Al defenderlo, su fiel escudero Rudolph Giuliani dijo que “ningún hombre estaba libre del pecado de habladas como las de Trump”, y por tanto “nadie tenía derecho a tirar la primera piedra”, y me quedé callado. Se peca de pensamiento, palabra, obra y omisión (eso dice el Evangelio), y me di cuenta que yo -por lo menos- estaba pecando de omisión, al dejar que me enviaran imágenes, memes y me contaran chistes denigrantes de la mujer, sin poner un alto.

En este punto de nuevo le doy las gracias a Trump, porque al sacar a la luz esos fantasmas de masculinidad errada, me hizo más consciente de dinámicas perversas que estaba tolerando por omisión o ceguera social.

Por ello, hoy me comprometo a que la próxima vez que Trump -o alguien de su calaña- saque a la luz al hombre depredador de la mujer, estaré limpio de pecado al respecto, incluido el pecado de la omisión, del pecado de no poner un alto, para así poder tirar con confianza la primera piedra. Esa es mi promesa para erradicar a esos Trumps que a veces se ocultan en lados inexplorados y conformistas de nuestras almas.

Mérida, Yucatán


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