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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto La Jornada / Archivo
La Jornada Maya

Miércoles 5 de octubre, 2016

Efectivamente. No sólo fue una grosera ostentación de riqueza y poder. Igual fue una ilegalidad. Las leyes prohíben que un helicóptero aterrice en el área en que lo hizo, sin embargo, el senador Emilio Gamboa Patrón, el funcionario Guillermo Ruiz de Teresa, director general de Puertos y Marina Mercante, y el empresario Emilio Díaz Castellanos, contratista del gobierno, sólo tienen que disculparse. No fue su culpa, argumentan sus defensores, muchos de ellos autoridades. La culpa fue del piloto y de la empresa a la que contrataron el servicio.

Un chivo expiatorio. Lo más seguro es que él —el piloto— asuma toda la responsabilidad. Le comprarán su sacrificio a un precio, claro, módico. Pagarán y reirán, como siempre lo han hecho; en nuestra cara. En el video en el que se ve el polémico aterrizaje se observa también el yate del manirroto anfitrión. Está a unos cuantos metros de esa improvisada, vetada área de descenso. Los pasajeros caminan sólo unos cuantos pasos, ayudados y auxiliados por solícitos ujieres. Estoy seguro que sus topsaiders no se mojaron ni se llenaron de arena. Ni un poco.

El piloto aterrizó junto al yate. De él no dependía dónde atracaría el lujoso bote. Sus pasajeros, con prisa de seguir en la fiesta, le han de haber ordenado que los dejara lo más cerca posible. El piloto, me imagino, no dudó en obedecer. Al fin y al cabo, llevaba en la aeronave a un senador y a un alto funcionario de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Si de algo es culpable el piloto es de ser mexicano. Siguió al pie de la letra las órdenes de los tlatoanis, de los poderosos. A él lo contrataron para hacerlo.

Y así, en esta simulación, el único condenado será este profesional. Tuvo la mala suerte de prestarle sus servicios a personas que saben pedir perdón pero que no están acostumbrados a asumir su responsabilidad. La empresa, estoy igual seguro, pagará resignada la multa. Las posibilidades que se le abren por este favor serán tan inmensas como el cielo por el que surcan sus aeronaves. Cabezas de turco para mantener impolutas las imágenes públicas de estos hombres de la política y los negocios, actividades que se mezclan y confunden cada vez más.

Échale la culpa al pobre. Échale la culpa al indio. Échale la culpa al débil. Échale la culpa al ignorante. Échale la culpa al de abajo. Échale la culpa al que no sabe nada de leyes. Échale la culpa al desconocido. Échale la culpa al indefenso. Échale la culpa al que no tiene voz. Échale la culpa al necesitado. Échale la culpa al de al lado. Échale la culpa al empleado. Échale la culpa al que obedeció órdenes, al manso. Échale la culpa al jodido. Échale la culpa al de atrás… Échale la culpa al piloto, al fin y al cabo, nadie se acordará de ese episodio en unos cuantos días, sostienen los gurús del manejo de crisis. Serán noticias dos, tres, cuatro días. Harán memes, se convertirán en [i]trending topics[/i]. Aguanten. Aguanten vara. Antes de la quincena nadie, nadie se acordará de quién es #LordAlacranes. Somos, al final de cuentas, un país habitado por pequeños seres con memorias de teflón que respiran y saltan de anécdota en anécdota, de escándalo en escándalo, de hashtag en hashtag. A eso nos reducen.

*****

El jueves 23 de junio, en este mismo espacio, publiqué una columna titulada “La promulgación que no fue”. Ahí abordé la cancelación de la promulgación del Sistema Nacional Anticorrupción en Palacio Nacional. En la víspera, el presidente Enrique Peña Nieto tuvo que dar marcha atrás a la presentación del Frankenstein en el que se aberró la iniciativa ciudadana de la ley 3 de 3. “Los senadores, liderados por Emilio Gamboa Patrón, no sólo desdibujaron la propuesta de los ciudadanos, sino que incluso deslizaron artículos en los que, frotándose las manos, dispararon su vendetta. Entonces, esta ley, que pretendía vigilar a los funcionarios públicos, se tornó en inquisitiva para los particulares.

“La caza de brujas a la que temían los legisladores priístas se revirtió, a golpe de mezquindad; las antorchas las portan ahora ellos; hacen piras alimentadas por la iniciativa ciudadana, avalada por más de 600 mil ciudadanos; bailan a su alrededor, borrachos del estertor de su poder; aquelarre de moribundos”.

Efectivamente. Que no se nos olvide. Fue Gamboa Patrón el que descarriló el tren de la transparencia, el que hizo naufragar la rendición de cuentas. La caza de brujas que le quitaba el sueño llegó. Y no fue por cumplir la ley, sino por violarla. Así funciona el karma. Y en estos casos no hay a quién echarle la culpa. Nadie pilotea nuestro pasado y presente. Al final, estamos solos. Incluso ellos, los poderosos, a los que nadie se atreve a multar o a señalar como verdaderos culpables.


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