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Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 3 de octubre, 2016

El mundo de las artes en Yucatán, en los últimos dos meses, ha estado marcado por el luto; la muerte ha avasallado a la comunidad en distintas formas. Primero, un accidente mortal, asombró y dejó en el dolor el escalofrío de lo inesperado; posteriormente, el fin de una enfermedad, fue lamento que llevó consigo el bálsamo del descanso; ahora, en el seno de la brutalidad, al luto se suma el desconocimiento de la propia especie.

El 30 de septiembre los titulares comenzaron a distribuir la noticia: asesinan a fotógrafa de National Geographic, en Yucatán.

Bárbara, mujer de 74 años, fue encontrada en la carretera Teya-Tizimín por un hombre que estaba camino al monte en la mañana. Él, pensando que estaba desmayada o atropellada, se acercó a tratar de ayudarla y la descubrió golpeada y estrangulada con la correa de su cámara. Si la crueldad del asesinato rebasa con mucho las fronteras de lo inquietante; agregar a ello la idea de que se le dio muerte con su herramienta de vida y lenguaje, parece la cúspide de la perturbación.

Bárbara, trabajó durante más de 20 años como fotoperiodista en alrededor de 50 países, teniendo una carrera sólida en el ensayo fotográfico para firmas internacionales como [i]Archaeology Magazine[/i], [i]National Geographic[/i] y [i]The World & I[/i]; en este trayecto se involucró, además, en temas de desarrollo comunitario en diferentes países.

Hace 10 años, llegó a Mérida y a partir de ello comenzó a trabajar otro tipo de fotografía, se acercó a temas mucho más abstractos, encontrando en los colores, texturas y sensaciones de la península un nuevo lenguaje visual; mucho más personal, introspectivo y artístico. Esto puso su nombre en diversas exposiciones individuales y colectivas, tanto en Yucatán como en Canadá, su país de nacimiento.

Quienes la conocimos vimos en ella no sólo su fotografía, sino un trabajo arduo en la gestión de proyectos y la procuración de espacios para las artes en Mérida. Su galería In [i]la'kech[/i] (El otro yo), fue materialización de dicho esfuerzo. En una placa de cerámica en la puerta se leía “Para visitas toque el timbre (…)”, leyenda que más que un sistema de operación de la galería, mostraba una actitud, una forma de vida. La de la confianza y tranquilidad de abrir las puertas, compartir y, sobre todo, la de vivir sin miedo de quién toque la puerta.

Con la noticia de su muerte, y frente a los comentarios, escuché decir: “Supongo que no es muy normal que suceda allá” -refiriéndose a Yucatán-, lo cierto es que no es normal que suceda en ningún sitio. Una persona no debería ser golpeada de esa forma, ni estrangulada, ni tirada al borde la carretera. No hay explicación que pueda anestesiar el dolor y la ira de la injusticia: ¿Cómo se le explica a un niño por qué murió Bárbara? La muerte más difícil de explicar es la que no tiene razones, ni accidente, ni enfermedad, la que no tiene bálsamos ni respuestas lógicas.

Cuando preguntan qué es lo mejor de vivir en Yucatán, sin duda, respondo que poder caminar a casa en la madrugada sin sentir miedo. El miedo amputa y transforma, nos corta las extremidades que no pueden andar a ciertos sitios ni a ciertas horas; esto, especialmente en el mundo femenino es una constante, se nos educa para cuidarnos, lo que tampoco debería ser normal.

En Yucatán no era necesario cuidarse de nada, no se respiraba la peste del miedo en las calles. Hoy, al ver la foto de sus pies calzados y el cuerpo tendido, se siente el escalofrío de recordar su voz y su sonrisa amable; pero también el del recuerdo, de otros lugares que comenzaron así. Sucede en una ocasión y es un huracán; la segunda, pierde fuerza, es una tormenta; con el paso del tiempo es una lluvia; y un día sin notarlo es normal, la nota diaria, sólo gotas. La normalización del miedo y la barbarie es un proceso atroz, que termina no sólo con los que se lleva, sino con los que normalizamos vivir con los pasos amputados.

No han pasado ni dos años del homicidio del músico y director Luis Luna Guarneros, inenarrable aún, y el camino ha comenzado a tomar una temible constancia. Entre anónimos y conocidos, las historias comienzan a ser continuas: la violaron y maltrataron; lo asesinaron y encontraron con muestras de tortura; en un taxi y los asaltaron, golpearon e insultaron por sus preferencias. Cada vez más, y cada caso nos grita que la principal crisis de nuestro tiempo no es económica, ni social; sino humana. Nos estamos matando y, esto, no es normal.


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