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Mario Barghomz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 15 de septiembre, 2016

[i]Cada piedra que arrojas a quien juzgas, se levantará después del otro lado para ser arrojada contra ti.[/i]

Desde siempre el ser humano tiene una tendencia a ver el mal de los otros, a culpar o inculpar a los demás. Los evangelios hablan de "ver la paja en el ojo ajeno".

El hombre de por sí tiende a ser malvado, dice Thomas Hobbes; de ahí que cada acto malvado tenga que ser corregido a través del castigo y la justicia. Para Hobbes es el Estado el que debe corregir tales acciones a través de la ley.

Sin embargo el Estado es una entidad derivada de la sociedad misma, es decir, de nosotros: la ciudad, la familia, la persona. Todos, en mayor o menor grado, somos responsables directos o indirectos de lo que pase (como pase) o no en nuestro entorno; en nuestra familia, en la comunidad, en nuestro país o en el mundo.

La mala costumbre de culpar siempre al otro o a los demás se ha vuelto maniquea, fatua y deleznable. Hoy las piedras de las que habla Jesús en el Evangelio se lanzan a través del chat o cada ventana virtual posible, a través de juicios y críticas, de firmas en línea, del desahogo o desprecio por lo que no se admite en la libertad de los otros (su preferencia, su religión, su filiación política o su género), del repudio a lo que el otro es, hace o piensa.

Para la persona sin escrúpulos culpar al otro siempre es más fácil que admitir la propia culpa. Y no hay nada más vacío y superficial que los juicios en masa, lapidarios y sordos; que la crítica audaz y cobarde de un necio detrás de su propia sombra.

Echar culpas es deslindarse, justificarse o hacerse a un lado. ¿Y quién no es culpable?, pregunta Jesús. El que toma una piedra para tirarla a otro, sin duda no es el más justo, menos culpable o el más bueno.

Todos de algún modo, por tradición o por costumbre, estamos sujetos a los demás en nuestras relaciones familiares, de amor o de amistad, de fe o preferencia política. Todos somos uno y uno somos todos. Ser humano es ser con los otros y en el mundo que compartimos.

El que siempre reclama es un necio que no se mira a sí mismo, que se oculta detrás de su propio espejo; que ve siempre la paja en el ojo del otro, ignorando la viga del suyo. Cuando acusa o soslaya esconde su propia culpa. Su indiferencia es su prejuicio y su complejo. Su crítica cuando habla de injusticia suele ser su astucia (engaño, ardid, omisión o mentira) para incriminar en su desplante al otro.

México es un país de necios cuando cada uno se ofende por lo que hace, prefiere o piensa el otro, renegados que ocultan o evaden su propia tarea.

Cada culpa en contexto es culpa de uno, de los demás y de todos. Abrir la boca o engarrotar el índice no es suficiente; reclamar, juzgar, amenazar o descalificar a los demás para corregir lo incorrecto.

Culpar siempre al otro por lo que no hace, hace mal o debería hacer; me pone en una circunstancia no prudente ni salomónica, sino obsesiva, cerrada y despiadada contra quien juzgo.

El ejemplo de Procusto en la mitólogo griega viene como anillo al dedo para hablar de aquellos que juzgan según la medida de su cama... ¡Vaya jueces!

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]


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