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Pablo A. Cicero Alonzo
Óleo de Samantha Hernández Venegas
La Jornada Maya

Viernes 9 de septiembre, 2016

Sólo hay una certeza: el miércoles, el sol salió a las 6:44. Todo lo demás se pierde en la marisma de la amnesia. Una desmemoria necesaria, indispensable para sobrevivir. Este es el caso de una mujer a la que el amanecer la confundió con un cadáver. Las mareas regalan a las playas una parafernalia inaudita, desde botellas con mensajes que sortearon tormentas a cristales opacos que en otra vida fueron envases de cerveza. Playar significa encontrarte con maravillas o atrocidades. No había salido el sol aún, pero ya comenzaba a clarear. Ese miércoles, los creyentes de la religión del asfalto, los feligreses del running, salieron a sudar sus plegarias diarias. Al pasar por el playón poniente de Progreso, vieron algo que parecía… una mujer muerta. Vieron lo mismo un grupo de pescadores que se alistaban para enfrentarse con el mar. Una jauría de perros salvajes se acercó a la mujer y comenzó a ladrarle.

Las mujeres de tierra y los hombres de mar dieron aviso a la policía: “Había una muerta en el playón poniente”. Eran las cinco y media de la mañana. Cuando llegaron los agentes, se percataron que la mujer aún vivía. Sólo vestía ropa interior; todo lo demás, su ropa y su dignidad, se lo habían arrancado. Los agentes —Mario Padrón Nicolín y Yaremi Estrella Estrella, paramédicos de la policía municipal— cubrieron la vergüenza de esa mujer con una tela azul.

Muerta en vida, se podría haber titulado esa escena. El sol ya había salido cuando fue posible contemplar la escena en toda su crudeza. La mujer, esa que se pensó era un cadáver hermoso, seguía tirada, arropada con esa tela azul que sirve para desviar la mirada de los vivos y mantener la intimidad de los muertos.
La mujer, en ese idioma en el que debió hablar Lázaro al resucitar, denunció que la habían golpeado y violado cuatro hombres. Sujetos con olor a mar, con arena en el cuerpo y escama en las manos. Poco antes de las cinco de la mañana, ella salió de su casa y se dirigió a la de su hija. En el trayecto, en la cobardía de la oscuridad, la rodearon y le pegaron en la cabeza; describió el arma, que posteriormente fue comparada con un cuchillo para filetear pescados. La golpearon una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… innumerables veces; perdió la cuenta y la conciencia. Recordó, sin embargo, cuando la violaron los cuatro sujetos. La memoria es caprichosa: se aferra a lo que se debía de haber olvidado. Los pocohombres pensaron que sus golpes y embistes eran suficientes para matar a su víctima, y después de saciar su animalidad la arrojaron, como si fuera un desperdicio, en la playa.

Así la encontraron, como basura, como escoria. Pero vivió para contarla. La mujer bajó a los infiernos, y ahí estuvo media hora eterna. Sobrevive y dio su testimonio, que se perdió en las mareas de la desinformación. Es necesario rescatarlo y proclamarlo, para que se haga justicia.

Para ella, la vida nunca más será igual. Estoy seguro que en ocasiones le asaltará la desesperanza y deseará que sus violadores hubieran sido más efectivos, que la hubieran matado. Los recuerdos la asaltarán como fantasmas; sentirá el aliento de los animales que le hicieron daño. Pero ya demostró que es fuerte, y si esa cobardía que deambula y se disfraza de hombres no pudo con ella, nada lo hará… Ni ella misma. Además de procurar justicia para esta mujer, las autoridades deben reaccionar de manera contundente ante este hecho, que se registra en una de las zonas más peligrosas del puerto. Precisamente en ese sitio, recuerda, por ejemplo, el portal Grillo Porteño, ya se registraron otros hechos violentos. “El sábado 30 de enero fue hallada muerta en esa zona Beatriz Guadalupe Azueta Acosta , de 25 años de edad. La mujer fue asesinada a golpes presuntamente por Willy, con quien vivía en el playón poniente. El cuerpo fue descubierto en medio de escombros, cubierto por una sábana, en un terreno utilizado por el Ayuntamiento. El martes 12 de abril, a casi dos meses y medio del asesinato de Beatriz Azueta, fue encontrado muerto a Rolando Kumán Poot (a) Topo, un bebedor consuetudinario, en el mismo terreno en la avenida Víctor Cervera Pacheco”.

La tragedia de la mujer golpeada y violada el miércoles no concluyó al amanecer; también sufrió la violencia de la desidia de las autoridades. Según se reporta, no se recabaron pruebas del ultraje sexual que sufrió, a pesar de que se le dio aviso a la Fiscalía. Al lugar, se denuncia, “nunca llegó el médico legista no se presentó para levantar evidencias de las violaciones a la mujer”.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]


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