Juan Pablo Duch
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La Jornada Maya
La desaparición, física o política, de Islam Karimov –quien gobernó con mano dura Uzbekistán durante el cuarto de siglo reciente– marca el final de una época en esta república centroasiática de la antigua Unión Soviética, que de una sociedad feudal pasó, el siglo pasado, al llamado socialismo desarrollado y, tras proclamar su independencia en 1991, devino régimen autoritario del entonces primer secretario del partido comunista uzbeko y, luego, presidente inamovible.
El anuncio oficial del cambio de líder –tras sufrir el domingo anterior un derrame cerebral a los 78 años de edad, confirmado por su hija Lola–, se hará, coinciden varias fuentes, sólo cuando los clanes que se reparten el poder en Uzbekistán, en un intenso forcejeo intramuros que dura ya varios días, decidan quién sucederá a Karimov.
De acuerdo con la tradición centroasiática de silenciar al máximo lo inevitable, los hechos, gestos y filtraciones –por ejemplo, los comunicados con información dosificada desde una hospitalización para tratamiento dilatado hasta el más reciente que reconoce el “estado crítico” del paciente, las fotos de los preparativos para un funeral de Estado en Samarkanda, su ciudad natal, entre otros, apuntan hacia una sola conclusión: o murió Karimov o ya no puede gobernar y únicamente se espera saber quién triunfó y se hizo con el mando.
Descartada la hija mayor, Gulnara, cuyo palacete a orillas del lago de Ginebra se erige como todo un monumento a la corrupción y, desde que intentó desplazar a su padre, se encuentra en Tashkent bajo arresto domiciliario, dos son los candidatos más mencionados para tomar el relevo en Uzbekistán. Encabeza la carrera sucesoria Shavkat Mirziayev, primer ministro desde 2003, y le sigue Rustam Azimov, el ministro de Finanzas, detenido hace unos días, según rumores no confirmados. El primero cuenta con el apoyo de Rusia y del jefe del servicio de seguridad nacional, Rustam Inoyatov –el brazo represor de Karimov– y el segundo, considerado un político más liberal, goza de simpatías en Occidente por sus nexos con el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.
En todo caso, el cambio de líder en Uzbekistán ejercerá un fuerte ascendente en Asia central, y no sólo por tener frontera con Afganistán, lo cual incrementa el riesgo de expansión que representan los grupos islamitas radicales cuya influencia crece entre los jóvenes desempleados. También, por su privilegiada ubicación estratégica, Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea y China no escatimarán esfuerzos para alinear Uzbekistán en su órbita.
Karimov deja como legado una población sumida en la miseria y una élite corrupta que no conoce límites para acumular riqueza, en un país que es el quinto exportador de algodón del mundo y figura entre los diez principales en cuanto a reservas de oro y uranio, con cientos de opositores encarcelados y torturados, con serios conflictos interétnicos en el valle de Ferganá, disputas territoriales y tensión con sus vecinos.
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