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Miguel Carbajal Rodríguez
Foto: Michael Lopez/AP
La Jornada Maya

Martes 30 de agosto, 2016

Somos polvo de estrellas”. Esta afirmación del eminente científico y explorador del universo Carl Sagan (1934-1996) nos invita a contemplarnos y cuestionarnos. El origen de los elementos químicos tiene que ver con energía, gravedad y mucho, mucho tiempo. La fusión nuclear en las primeras estrellas fue dando origen a nuevos elementos a partir del hidrógeno. Cada fin de una estrella era el inicio de algo nuevo, cada vez más complejo, más vasto. El universo se expande, nacen nuevas estrellas, sistemas planetarios, galaxias, enjambres de galaxias que dan luz y actividad a un universo en constante expansión.

Un pequeño punto azul, una diminuta e insignificante zona azul, en un sistema solar con una estrella muy muy pequeña, localizada en el borde exterior de una galaxia, a la que hemos nombrado Vía láctea, es donde ocurrió un evento fascinante: La vida. Dudo que sea el único punto en el universo en donde se haya dado, pero al menos, dentro del “universo conocido”, a miles de años luz a la redonda, al parecer sí lo es.

El polvo de estrellas formó los planetas, incluido el nuestro, pero éste tuvo características especiales que permitieron que la materia se organizase de un modo particular, elementos químicos organizados que crean compuestos y que son el elemento constitutivo de todo, de absolutamente todo lo material que vemos y tocamos. Todo, incluido los seres vivos, nosotros mismos.

Lo extraordinario y que a veces pasa desapercibido es que esta materia pudo organizarse de tal manera que dio origen a unidades capaces de asimilar energía de múltiples maneras, desde la radiación misma hasta la contenida en otras unidades. Esta materia organizada además tuvo la capacidad de encontrar la manera de auto replicarse, de dar continuidad, de, ante la imposibilidad de la inmortalidad, perpetuarse en generaciones. Existen al menos unas 10 millones de especies que hacen lo anterior. De una manera sorprendente, toda la materia la viva junto con la materia inerte, lograron un equilibrio en el planeta. Cada ecosistema y el conjunto de ellos, hacen de nuestro planeta un sistema único, en donde la vida fluye en océanos, tierra y aire con una variedad y exuberancia que hasta hoy es imposible asimilar. Apenas hemos conocido un 20 por ciento de la biodiversidad del planeta.

Estas estructuras “vivas” fueron avanzando en complejidad hasta llegar a generar algo que parecería imposible para la misma materia. Esta materia fue capaz de crear y de actuar venciendo las leyes que la rigen. El ser humano puede expresar sus sentimientos en música, pintura, poesía, puede imaginar, tiene voluntad propia, tiene deseos, siente indignación, puede amar y dar su vida por otros, por un ideal, puede ser capaz de verse a sí mismo, de tener autoconciencia, de cuestionarse sobre la trascendencia, sobre el sentido de las cosas, de su existencia misma. Materia que trasciende a la materia, materia libre capaz de decidir. No somos determinados por la biología, no estamos sometidos a nuestros instintos, no somos, como todas las demás, fines para la especie misa, nuestra función no es simplemente dar lugar a nuevas generaciones, perpetuar nuestros genes. Somos seres capaces de optar, de determinar, de dar sentido a nuestro paso por el mundo.

Gracias a esa libertad hemos crecido en conocimiento científico y técnico, como género humano hemos podido comprender muchos fenómenos naturales, hemos puesto la mirada en el vasto universo y hemos dado pasos gigantescos que nos ayudan a predecir, controlar y manipular las fuerzas naturales.

Por un lado, poco a poco, con cada conquista del conocimiento, emprendimos un camino que sutilmente, quizás sin darnos cuenta y de manera inconsciente, nos ha distanciado de la naturaleza de la que nacimos como especie. De ser parte, nos hemos situado fuera de ella, la observamos, la estudiamos, la deseamos controlar y hemos llegado a sentirnos tan poderosos, que hemos actuado yendo en contra de la misma naturaleza violentando su diseño, su orden, su equilibrio. Hemos cometido el error de caer en la soberbia intelectual pensándonos dioses o fuerzas creadoras. Somos hoy, una fuerza geológica planetaria que está transformando el planeta rompiéndolo y quebrantando sus propios límites. Los modelos de desarrollo que hemos creado han sido contraproducentes no sólo para el sistema planetario sino también para nosotros mismos: levantamos muros, creamos armas, usamos el poder para intimidar, para destruir. La pobreza, la marginación, la esclavitud y la discriminación son realidades hoy en proporciones históricas.

Por otra parte, somos conscientes de nuestros errores, tratamos de llegar a acuerdos, a consensos, a buscar nuevas maneras y formas, nuevos modelos que den esperanza. Mentes brillantes desarrollan avances sin precedentes y los ponen al servicio de la humanidad. Mientras unos quieren levantar muros, muchos otros tienen puentes de entendimiento, de diálogo y de solidaridad. Mientras para unos sólo vale el beneficio propio, existen otros para quienes el sentido de la vida radica en el servir a otros. Sin embargo, mientras esta dualidad existe, cada día los efectos negativos de nuestras acciones como especie se acumulan; la naturaleza junto con millones de vidas humanas interpela con urgencia a la razón, a la ética, a la justicia que sólo son capaces de ser ejercidas por nosotros mismos. Quizás hay que mirar nuevamente al cielo, a las estrellas, regresar la mente al origen reconociendo con humildad que más que polvo de estrellas, representamos hoy por hoy, a la única especie con la libertad y capacidad para decidir su destino y con éste, el de muchas otras formas de vida. El ser un polvo de estrellas especial y único, conlleva esta enorme pero a la vez hermosa responsabilidad. Hay que merecernos y defender de nosotros mismos nuestro lugar en el universo, en este diminuto pero único punto azul.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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