de

del

Tabacón B. Linus
La Jornada Maya

Lunes 29 de agosto, 2016

Imaginemos en esta pesada mañana de lunes -mañana de recuperación física y emocional del último fin de semana de la temporada, de regreso a clases, de “madrugar”, de desayunar a las carreras y llegar sin ánimos al escritorio- que algún político mexicano nos diera un motivo para soñar.

Soñemos que un gobernador o gobernadora del PRI (sí, del PRI) convocara a una conferencia de prensa tempranera, y pidiera la renuncia de Enrique Peña Nieto a la Presidencia de la República. La pediría reflexionando sobre la “Casa Blanca”, los “depas” en Miami, Ayotzinapa, la ratificación de su “cuate” en la Conade, las falsas e innecesarias promesas en el recibo de luz y el precio de la gasolina y -claro- la tesis de licenciatura, la infame tesis y las 100 mil firmas de remoción de grado académico que en unas horas la acompañaron.

Este gobernador o gobernadora reflexionaría que, como priísta, no es deseable ni para México, ni para su partido, tener dos años más de un presidente disminuido, impopular hasta en abismos inimaginables; un primer mandatario apaleado, sin mandato moral para la toma de decisiones.

Vamos, hasta la cancelación de los eventos del informe presidencial para -según ellos- adoptar un formato más moderno y cercano a los jóvenes, suena a un Peña Nieto que lo que quiere es estar en su zona blindada (la de confort ya colapsó), donde nadie lo moleste o lo vea, donde nadie sienta pena ajena por él.

Sin duda, a esa declaración de renuncia por vergüenza republicana, que algunos -los incondicionales abyectos- calificarían de suicida, muy pronto se sumarían otras voces priístas y no-priístas. No faltarían diputados por aquí, senadores por allá, incluso uno que otro gobernador; y podría surgir algo serio que llevara a cumplir la exigencia.

Muchos se rasgarán las vestiduras y dirán que algo así llevaría a la inestabilidad política, misma que eventualmente se reflejaría en el desempeño económico del país (¡como si fuéramos muy bien!), lo cual es una falacia.

No hay mayor inestabilidad que un presidente sin mandato, uno que esté en Los Pinos por 27 meses más, cuando en realidad políticamente ya su periodo terminó. Los retos del país son tan grandes y él ya se ve muy chiquito (parafraseando a Carlos Fuentes, para no plagiarlo). No pasaría nada si Peña se va antes de 2018; la democracia mexicana ya aguanta eso y más, y nuestras instituciones financieras (el Banco de México) y de justicia también.

Los gobernantes del PRI ya hacen hasta lo imposible para distanciarse del Presidente, les preocupa que sus destinos locales, municipales y estatales se contaminen por el “mal humor” y peor disposición que Peña genera entre los ciudadanos. Les preocupa un 2018 que sea de “pagar los platos rotos” que ellos no rompieron. Su partida no sería llorada.

Si el PRI se deshiciera hoy de Peña Nieto, podría auto-abrirse un camino real para mantener el poder en 2018. El “mal humor” y los sentimientos “anti-sistema” y “anti-todo” que hoy recorren el país, se condensarían en la presión para que Peña busque la puerta de salida. El PRI podría encabezar hoy esa actividad de catarsis social y política, podría cargarle a un solo personaje todas las culpas de todo un régimen y quizá emerger renacido y reluciente. El régimen se devoraría a sí mismo, para salvarse. Tal vez esa actividad lúdico-política es necesaria para que la transición democrática se complete y sea satisfactoria; satisfactoria para nosotros los ciudadanos de a pie.

Si el PRI se pusiera al frente de la “limpia de casa”, evitaría ser barrido por la escoba de un probable desastre electoral en el 2018. La furia, la frustración, el hartazgo se desatarían hoy contra un blanco que, como sea, ya ha perdido mucho de su valor político y casi todo su valor histórico. Sería un 2016 de cambios, de una bocanada de aire fresco, de “quema del mal humor” y en el 2018 habría un juego nuevo.

Ese es un sueño de una mañana de verano, de un sueño delicioso cortado por el despertador; pero no es un escenario imposible o inviable. Lo verdaderamente irreal es creer que haya políticos mexicanos con ese empaque, con esa audacia para prender el primer cerillo. Eso sí raya en lo delirante.

Mérida, yucatán
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