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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Raúl Angulo
La Jornada Maya

Vienes 26 de agosto, 2016

"Los periódicos sirven para matar moscas y limpiar vidrios”. Así piensa y así lo expresó Rosario Robles Berlanga, secretaria federal de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu). Fue uno de los argumentos que utilizó la funcionaria federal para defender al indefendible César Duarte Jáquez, gobernador de Chihuahua, acusado de enriquecimiento ilícito y que dejará la entidad con una deuda de 50 mil millones de pesos.

Disiento. No estoy de acuerdo con la señora Robles Berlanga. Los periódicos igual sirven para dejar a punto los aguacates. Eso nos lo enseñaron nuestras abuelas, [i]súmmum[/i] de la sabiduría. Por eso se le conoce a Juan Manuel Santos, presidente colombiano, como el aguacate, ya que maduró entre periódicos. Literal. Él y su familia son propietarios de El Tiempo. Él mismo ejerció el periodismo y su padre, Enrique Santos Castillo, fue jefe de redacción y editor de ese diario por 59 años.

Juan Manuel Santos acaba de firmar con las FARC un cese bilateral y definitivo al fuego, y la renuncia a las armas, por parte del grupo rebelde. Esta guerrilla, un Estado dentro del Estado, se alzó hace medio siglo, dejando un saldo de alrededor de 260 mil muertos, 45 mil desaparecidos y 6.9 millones de desplazados. Este es sólo uno de los tantos logros de Santos. El mandatario colombiano, como cualquier otro político, tiene claroscuros. Su habilidad radica en presumir sus logros y en minimizar sus fracasos. Y ha tenido éxito, porque conoce cómo funcionan los resortes de la opinión pública. Eso lo sabe gracias a su olfato y a su formación periodística. Y porque conoce a sus antiguos colegas. Los conoce muy bien.

La relación entre políticos y periodistas siempre ha sido ríspida. Por lo general, los poderosos ven a los reporteros o a los editores como sus sirvientes o como sus enemigos, dependiendo de la concepción que tenga de sí misma la prensa. Un medio de comunicación que sólo responde a intereses económicos se transforma en esbirro, en mercenario, valga la redundancia, a sueldo. El que se define como independiente y busca responder sólo a las preguntas de su audiencia se convierte en contrapeso del poder. Incómodo, un moscardón que revolotea alrededor de la placidez del poderoso.

“Los periódicos sirven para matar moscas y limpiar vidrios”. También para hacer madurar aguacates. Pero, principalmente, son indispensables para el buen funcionamiento de la democracia. Sin una prensa libre e independiente, todo se va al carajo. Y eso lo tienen que entender —y asumir— los políticos. Y eso lo tienen que asimilar —y entender— los medios. Y no sólo por el bien común, sino también por su propia sobrevivencia. Funcionarios como la señora Robles Berlanga que ningunean el papel —literal y metafórico— de los periódicos están destinados al fracaso, que en su caso es el olvido, el exilio de la desmemoria.

Cuando un político —y principalmente un funcionario público— está frente a un reportero, no debe verlo como una simple persona. No le está preguntando Raquel, Juan o Paul Antoine. Sus preguntas, por más duras que sean, no son suyas: son las de sus lectores —o radioescuchas, o televidentes, o internautas… Por más críticas o de mala leche que sean. El periodista es un vehículo, un intermediario. Se ha debatido muchísimo sobre la objetividad del periodismo, cosa inexistente, ya que el periodista es "gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente", según la clarísima definición de Eugenio Scalfari, fundador del diario [i]La Repubblica[/i]. Más subjetivo que eso, nada.

Debe existir, sin embargo, respeto. Lo cortés no quita lo caliente. Ser periodista no implica tener un salvoconducto, una charola… una licencia para ser mamón. Es un oficio ingrato, en el que se trabaja para otros. De nuevo, literal y metafóricamente. Hay periodistas pobres; y, dueños de medios, ricos. Se trabaja para vislumbrar la verdad; aunque sea un atisbo de ella. Dar un poco de luz en la oscuridad de la desinformación, una voz en el silencio y en la [i]omertá[/i]. Y eso se lo tienen que creer los reporteros. Ver más allá. Darle un sentido mucho más amplio a sus esfuerzos. El fruto de su trabajo no debe alimentar sus egos, sino que debe abonar en el bienestar de la sociedad. Ambos, la figura pública y el periodista deben representar su papel. Al fin y al cabo, y de nuevo sosteniéndome con máximas, cada pueblo tiene el gobierno que se merece y la prensa es su reflejo. Ni empleados ni enemigos. Simplemente mensajeros, altavoces de una sociedad que en muchas ocasiones deambula sin escuchar, nunca, las respuestas a sus preguntas.

La señora Robles Berlanga se disculpó posteriormente por sus declaraciones. “Dije una desafortunada frase sobre los periódicos. Sé de su importancia y honestamente me disculpo por ello”. El mal, sin embargo, ya está hecho. Ella dijo lo que mucho de los de su casta piensan, que "los periódicos sirven para matar moscas y limpiar vidrios" y para otras cosas peores. La disculpa es hueca, artificial. Pero me permitió escribir esta reflexión y confirmar la imagen que tenía de esta política.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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