de

del

Giovana Jaspersen
Foto: Miguel Durán
La Jornada Maya

Jueves 25 de agosto, 2016

“[i]Como poeta, soy un simple producto de consecuencias [/i]
[i]lógicas y contradicciones insalvables[/i]”
(J. R. E.)

Hoy, día de san Ginés, a las 19 horas en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, la instancia anfitriona entregará su medalla 2016. Todo, mientras el calendario recuerda al Ginés romano, al de Arlés y a los homónimos mezclados y con cuestionable veracidad histórica. Ello podría ser dato irrelevante, pero siendo José Ramón Enríquez acreedor a la presea en esta emisión, no lo es; pues parece que hasta el santoral le rinde tributo. Del santo de Arlés, se dice, que fue soldado reconocido por su maestría en la escritura y [i]notarius[/i] de Maximiano y Diocleciano; del romano, que siendo actor de comedia se bautiza milagrosamente mientras parodia el acto frente a este mismo emperador en el S.III. Ambos, como el laureado de hoy día, dedican vida, esperanza, labor, fe y martirio a la lengua y al teatro.

Así como San Ginés se desdobla y lo vemos ser de Jara, Alvernia, Barcelona e incluso de Córdova, a Enríquez, mexicano de carne y refugiado de espíritu, lo contemplamos desdoblado, siendo siempre uno y todos a la vez: el comunista, el jesuita, el periodista, el director, el militante, el ensayista, el revolucionario, el actor, el columnista, el devoto, el maestro, el dramaturgo; pero muy especialmente, José, el poeta. Y aquí debe tuteársele en el camino que él mismo nos trazó desde su temprano [i]Ritual de estío[/i], perdiendo formalidades para hacer que incluso el mundo griego y sus figuras retóricas se levanten.

El maestro, en voz ignaciana, dice “fue escogido” para ser poeta, y en su vocación la poesía lo permea todo. La hace desde el activismo y en la dramaturgia; con la rebeldía y en la docencia; en la crítica y la charla; a partir de sus manos siempre histriónicas; hasta cuando bebe café por la tarde y a la misma hora, hace también poesía, pues su cuerpo, voz, espíritu y lucha son poéticos. Y es que es imposible desmembrar una cosa de las otras ¿Cómo pensar en teatro desde un ser barroco sin considerar la lírica?

José Ramón se forma jesuita, educación marcada históricamente por la vena estilística ciceroniana, y también por ser sensible, humana y estética. Como caso novohispano tenemos, la [i]Rusticatio mexicana[/i] del expulso Landívar, donde los hexámetros latinos sirvieron tanto para hablar de Neptuno como de la grana cochinilla; y como antes desde las Jeronimas sor Juana lograra un “ritual dionisiaco, con máscara de Cristo y capa de Quetzalcoatl”, en palabras del propio Enríquez. Así, también él, como el barroco “mexicano”, mestizo y sincrético desde su entraña, puede hacer que Virgilio conduzca entre prostitutas y drogadicción.

Esto, no podría ser como ha sido, si a su mosaico no se le hubieran agregado las teselas de la sátira, la picardía y la genialidad de la escuela cervantina, pero también vanguardista. Y es que Enríquez nos ha mostrado que los tiempos pueden ser transversales, llegando a hacerlos parecer infinitos. Puede traer al siglo de oro español o la generación del 27 a confrontar el presente y cuestionar al futuro; de la misma forma que pide disculpas en el (al) espejo, por la brutal conquista que se ejerce desde hace ya más de 500 años ¿Qué más conciencia histórica que esa, qué más vida a través del tiempo en su tiempo? Él es su contexto y se sabe producto, parece que siempre pudiera verse desde fuera y cuestionarse, conversar.

Entre un diálogo y otro, en [i]Supino rostro arriba[/i] nos encara con su conversación más íntima, con Dios. El mismo Dios Cristiano por el que entregaron la vida todos los san Ginés de tantas tierras, el trinitario, que en la lírica de Enríquez se antoja en llanto y entre sollozos; sensual, carnal y confundido, como nosotros. La fe, en su forma más pura y humana; desollada, sensible y sobrecogedora; ha sido huella de la obra de Enríquez, a quien hoy Bellas Artes reconoce. De devoción tierna y cercana, alejada de la soberbia distante que ha ido devorando a la iglesia, por veces sus letras recuerdan a las artes medievales sacras; se inundan lo mismo en el deseo que en una paternidad amorosa, con desposorios místicos festivos y un Jesús niño sonriente que juega entre la barba de su [i]Pater putative[/i]. Sin embargo, en Enríquez, y también desde el amor, esta emoción se contrasta al cuestionar a un padre que no deja de ser de carne por ser divino.

En la religión, barroca y actual, los modelos de virtud son los caminos que desde la tierra los hombres andamos en busca de semejanza. El maestro Enríquez desde el ejemplo, escuela y voz, ha sido modelo, no sólo de virtud sino de lucha. Así como dice haber encontrado en su lengua su nación, en la península yucateca halló cobijo y nosotros la fortuna de que el escenario literario del sureste se marcara con su voz ¡Larga vida!

Mérida, Yucatán
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