José Juan Cervera
Foto: Portada de [i]Espírita[/i]
La Jornada Maya
Miércoles 24 de agosto, 2016
Teófilo Gautier (1811-1872), a quien los compendios de historia de la literatura ligan indisolublemente con el parnasianismo, escribió algunas obras que tocan un tema de moda en el mundo occidental de su tiempo: el de la comunicación con los espíritus. Esta creencia, que en su versión moderna ganó adeptos en diversas naciones durante la centuria antepasada, contó entre ellos a varios escritores que la aceptaron sin reticencias, mientras otros, como el ya mencionado poeta francés, simplemente la recrearon en historias que sus receptores inmediatos leyeron con suma atención. Tal fue el caso de su novela Espirita, que el maestro Manuel Sales Cepeda recomendó en 1894 desde las páginas de la revista [i]Pimienta y Mostaza[/i].
El ameritado crítico y pedagogo yucateco destaca el hecho de que Gautier, escéptico y materialista, “haya podido sacar tan hermosas inspiraciones del espiritismo, hasta dar a su ficción ideal y vaporosa todo el colorido de la realidad”, calificando a esta obra como “una preciosa filigrana, un caprichoso camafeo, una fantástica historieta”. Por su parte, los redactores de [i]La Ley de Amor[/i], revista espiritista fundada en Yucatán en 1876, mencionaban dos años después a las novelas Celeste, Marietta y Espirita, salidas de la pluma de ese distinguido hijo de Francia, como ejemplo de los frutos que su doctrina podría acarrear a los cultivadores de las disciplinas artísticas.
[i]Espirita[/i] relata las vicisitudes de un joven parisino de posición social acomodada que atestigua las manifestaciones de un espíritu femenino, de quien recibe una inesperada declaración de amor, como prueba de las pasiones que en vida había guardado para él una hermosa mujer que agotó los medios a su alcance para hacerse notar ante sus indiferentes ojos sin lograr su propósito, hasta perder la vida en un claustro, atribulada pero con esperanzas en la bondad divina para consumar su dicha después de su desaparición física.
El libro refiere las convenciones del trato social en una ciudad cosmopolita en la que los paseos, las fiestas y la asistencia a los espectáculos marcan un modo de vida que deslumbra a quienes transitan en la periferia de esos lujos. Exhibe la vacuidad de las damas de la burguesía que se ocupan únicamente de sus atractivos físicos para encubrir las carencias de su personalidad, ajena al encanto que brindan las prendas morales y el cultivo intelectual.
Guy de Malivert, el personaje de quien se enamora la mujer que en vida llevó el nombre de Lavinia, tiene vocación de escritor y la ejerce con talento publicando composiciones de variados géneros en periódicos y revistas de prestigio; esta circunstancia lleva a su admiradora, cuando aún no pasaba al plano etéreo de su existencia, a leer con deleite sus creaciones para escudriñar el mundo interior del evasivo amor al que había consagrado su vida.
Este episodio incita a reflexionar acerca del proceso de recepción del producto de la creación literaria, del carácter de revelación que puede traer consigo y de los valores que de él se desprenden para favorecer el entendimiento de la condición humana: “Leer a un escritor es ponerse en comunicación con su alma; ¿un libro no es una confidencia hecha a un amigo ideal, una conversación en la que el interlocutor está ausente?”
Una noción que deriva de esta absorbente trama es la vieja idea del amor predestinado, al que sólo le queda afinar su temple para enfrentar los obstáculos que el propio Hado pone en su trayecto, aplazando su consumación: “¡Cuántas almas creadas una para otra, por falta de una palabra, de una mirada o de una sonrisa, han tomado caminos diferentes que los separaban cada vez más y hacían su unión imposible para siempre!” Sin embargo, el fervor que la beldad de ultratumba logra despertar en Malivert lo mueve a intentar el suicidio con tal de reunirse con ella, quien lo disuade pidiéndole paciencia y no forzar el orden de los acontecimientos. (“La espera de la Eternidad se acorta/si el Amor es la recompensa final”, cantó Emily Dickinson en un entrañable rincón de Massachusetts).
Si las uniones terrenales pueden resultar tan decepcionantes, ¿por qué no dejarse seducir por una irradiación que desborde las regiones inaccesibles del alma al punto de desatar sensaciones nunca antes vividas? Algo así parece comunicarnos la novela de un escéptico que supo conducir a sus lectores a un terreno que los hace vulnerables a la fantasía y a la emoción estética.
Teófilo Gautier, [i]Espirita[/i], versión española por Wenzel. Barcelona, F. Granada y Cía., s/f, 188 pp.
[b]Mérida, Yucatán[/b]
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