Reporte 8AM

Pablo A. Cicero Alonzo
Cartón: Marcelo
La Jornada Maya

Martes 23 de agosto, 2016

Hay una pesadilla que persigue al novelista portugués Antonio Lobo Antunes. Este psiquiatra participó en la guerra de Angola. Recordaba que una de las torturas más comunes de las que fue testigo era la de amarrar a una persona un cadáver. El proceso de putrefacción no distinguía entre el vivo y el muerto, y poco a poco, durante varios días, se apoderaba de ambos cuerpos. El vivo se pudría en vida, hasta que finalmente moría. Esta aberración sirve igual de alegoría.

Hace veinticinco años, incluso plagiar era difícil. El ladrón de citas e ideas tenía que acudir a una biblioteca, sumergirse entre miles las fichas, consultar y leer cientos de tomos y, por último, transcribirlos. En máquina de escribir. Un error y a comenzar de nuevo. Hoy día, es mucho más fácil. Basta acudir a sitios de internet como el [i]Rincón del vago[/i] o [i]Buenas tareas para descargar investigaciones ajenas[/i]. Con un procesador de textos, se borra al autor original y se pone al suplantador. Ctrl C y Ctrl V, y listo.

Muchos han minimizado la revelación del equipo de Carmen Aristegui respecto al origen de la tesis con la que el presidente Enrique Peña Nieto obtuvo su título de abogado. El anuncio tenía mucha crema, dicen, desencantados. Aristegui resuma rencor y sólo ataca al presidente y a Televisa, reviran. Que exponga igual las corruptelas de su jefe, el Peje. «Aquellos que critican a políticos y funcionarios, seguro ninguno de ellos ha dado mordida o comprado piratería…», justifica uno.

El plagio ha existido siempre, esgrimen los eruditos, sumergidos en su relativismo. Shakespeare fue un maestro en robos literarios. Por ejemplo, [i]Romeo y Julieta[/i] está basada en otra obra que escribió Arthur Booke, que a su vez «se inspiró» en la novela breve [i]Los amantes de Verona[/i], de la autoría de Mateo Bandello. Ladrón que roba a ladrón. T.S. Eliot decía que «un poeta inexperto escribe, un poeta maduro sabe cómo copiar». Y él así lo hizo: se apropió en su poema [i]Tierra baldía[/i] párrafos enteros de Dante Alighieri, Virgilio y Marlowe.

Federico García Lorca pecó igual y se apropió de la estructura de un poema de san Juan de la Cruz. En el libro [i]El plagio como una de las bellas artes[/i], de Manuel Francisco Reina, podrás encontrar más ejemplos como los anteriores. [Cita obligada]. Hay apropiaciones sutiles, y otras muy burdas. Michel Houellebecq asesina en su novela [i]El mapa y el territorio[/i] a un personaje llamado… Michel Houellebecq. Lo filetea, literalmente. Un sanguinario destripador se ensaña con el homónimo. Al recrear la escena del crimen se centra en una peculiar mosca carroñera, cuya extensa descripción —que ocupa varias cuartillas en el libro— copió directamente de… Wikipedia.

Y estos piratas, tan campantes, como Johnny Walker. Cínicos de nuestros tiempos, señalan que «el plagio es una forma de halago». Así lo declaró el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, cuando se destapó su cleptomanía literaria: se comprobó que dieciséis artículos publicados con su firma no eran suyos, sino que se los había robado a otros quince autores. Lector voraz, eso sí. No así como Peña Nieto, quien ya exhibió sus pequeñeces al respecto.

El equipo de investigación de Carmen Aristegui hizo bien su trabajo. Escarbó en los polvorientos expedientes académicos del presidente para dar con lo que el domingo reportó: que casi el treinta por ciento de la tesis del mandatario fue fusilada de otros autores. Sin embargo, ensimismados en su castillo de pureza, ni la comunicadora ni sus colaboradores se imaginaron las reacciones que generó el reportaje.

Gran parte de la sociedad le quita mérito periodístico al tema, porque simple y sencillamente no lo ve mal. Plagiar es como la mordida, como el moche; es como ver películas pirata o «bajar» archivos mp3 de la red sin pagar, pasarse un alto, comprar cerveza en un clandestino. Muchos lo hacen y no sienten remordimientos por ello. Aun así, está mal. Es condenable y debe indignar. Pero la ambigüedad ética que nos recubre, la ambivalencia de nuestros valores lo convierte en algo normal, «Capta: es México, güey».

Corruptor y corrompido; un ambiente cínico en el que no florece la ética. Una atmósfera viciada que asfixia los valores y la congruencia. Los grandes beneficiarios de que vivamos en esta cloaca, los que sonríen ante nuestro desencanto, son los políticos a los que ahora se denuncia, que al final igual nos han negado la trinchera de nuestra indignación. Estamos amarrados a muertos que se pudren… y nos pudren. Poco a poco. Como esos que habitan en los malos sueños del señor Lobo Antunes.

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La semana pasada, en la edición nacional de [i]La Jornada[/i], se publicó el caso de la ministra sueca Aida Hadzialic, de 29 años, quien dimitió tras dar positivo de alcohol al volante de su automóvil. Aida, responsable de la enseñanza secundaria y de la formación de adultos, se había tomado dos copas de vino. Dos. Cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Cada país, a los periodistas que necesita.

En efecto: Carmen Aristegui, más que una comunicadora es una caudilla. En el ejercicio de su profesión se palpa activismo, lo que le resta imparcialidad. Sin embargo, es válido tomar partido; no existe el periodismo «objetivo», ya que quienes investigan y escriben y firman son personas, con filias y fobias. En lo particular, prefiero a un periodista comprometido que a uno vendido.

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Mérida, Yucatán