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Julio Moure
Foto: Maya Moure
La Jornada Maya

Lunes 22 de agosto, 2016

Deseo compartir con los lectores algunos conocimientos mayas actuales, referentes a la agricultura, que no se entenderían si no los vemos en el contexto de una civilización con varios milenios de existencia. Hablaremos de ese necesario contexto.

Es posible que, al leer el título, se piense en los conocimientos de los antiguos mayas y digan que sí, que construyeron grandes ciudades y monumentos como Tulum, Chichen Itza, Uxmal, Palenque, por citar algunos. Y es verdad: fueron grandes matemáticos, astrónomos, arquitectos; una civilización de las grandes a nivel mundial.

La civilización maya cambió, como todas las civilizaciones. No se construyen ahora pirámides en Egipto, ni otro Partenón en Grecia, ni un Coliseo en Roma.

Las culturas, sin embargo, siguen vivas, evolucionando desde sus raíces. La maya sigue viva en su lengua, puerta a su cosmovisión y filosofía, en sus conocimientos sobre la naturaleza y la utilización sustentable de la misma.

Retomo a autores mexicanos, dedicados al estudio de las culturas originarias de México, para entender su valor.

El concepto de biodiversidad es muy reciente; no así las prácticas de su uso por parte de los pueblos indígenas, entre los que ocupa un lugar importante el pueblo maya. Con la selección de especies silvestres se desarrollaron las plantas culturales que se repartieron en todo el mundo y que ahora son la base del sistema alimentario mundial. En el período Preclásico, 2000 a. C. hasta 250 d. C., se desarrollaron las primeras sociedades complejas y se domesticaron a la par los alimentos básicos de la dieta maya, de entonces y de ahora: el maíz, los frijoles, las calabazas y los chiles.

Bonfil Batalla escribe: “Los sistemas de producción indígenas buscan el aprovechamiento óptimo de los recursos locales y la mejor adaptación a las condiciones del medio, a partir de los conocimientos, la tecnología, las formas de organización del trabajo, las preferencias y los valores del grupo” ([i]México profundo. Una civilización negada[/i], 1984).

Coincido con el autor de [i]México Profundo[/i] cuando dice que la experiencia no sólo se restringe a los alimentos. La convivencia con la biodiversidad regional ha hecho que las comunidades probaran, desecharan o desarrollaran el uso de plantas, insectos y animales para alimento, medicina, vestimenta, limpieza y vivienda.

Toledo V. y Barrera afirman con razón que los territorios donde habitan los pueblos indígenas contienen una biodiversidad enorme y que aportan gran parte de la misma al inventario mundial. Los pueblos indígenas que han convivido desde milenios con los ecosistemas han evolucionado con ellos, escogiendo ciertas plantas y animales, sembrando otras, de tal manera que frecuentemente los han transformado ([i]La memoria biocultural; la importancia ecológica de las sabidurías tradicionales[/i], 2008).

A la par de la biodiversidad está la diversidad cultural. Van de la mano. Científicos del tema hablan ya que la mayor biodiversidad en el mundo está en las áreas intertropicales, áreas extensamente habitadas y manejadas por comunidades indígenas y campesinas que permanecen en situación marginada de la economía global; y no necesariamente en las reservas naturales (Boege, 2008).

[b]Conocimientos y sabiduría[/b]

La sabiduría es saber vivir. Los autores citados nos dan una visión de la integralidad del manejo de los recursos, buscando siempre las alternativas más adecuadas al medio y la respuesta a sus necesidades.

En la cultura actual, frecuentemente valoramos más los títulos, los conocimientos certificados que el saber hacer. A veces, confundimos conocimiento con los discursos aprendidos y repetidos. Es la educación basada en certificados y papeles, en cosas sabidas que no nos llegan al corazón y a la conciencia, sabiendo criticar todo y no sabiendo construir mucho útil; le ha faltado corazón para ser sabiduría. Es la “ciencia bancaria”, acumulación de palabras y discursos, que describiera el gran educador brasileño Paulo Freire.

En varios momentos de mi vida me tuve que enfrentar a situaciones en las que era necesario producir, edificar, sobrevivir adaptándose a climas diferentes, con pocos medios. Ahí aprendí a admirar el conocimiento de la gente que sabe sacar lo mejor de sus recursos, con sabiduría.

Quintana Roo
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