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Pablo A. Cicero Alonzo
Cuaderno de notas, Roberto Bolaño
La Jornada Maya

Lunes 22 de agosto, 2016

Era 1987. Él tenía dieciocho años, y estudiaba preparatoria en Tanzania. Ahí, a él y a unos compañeros unos soldados los confundieron con mercenarios sudafricanos. En un juicio sumarísimo, los condenaron a muerte. Los enfilaron, con los ojos vendados, en un paredón. Cuando el pelotón iba a disparar, un grupo de periodistas internacionales se apareció y comenzó a tomar fotos. Los soldados se pusieron —aún más— nerviosos y aplazaron la ejecución. “Luego nos llevaron a un bosque, dispararon al aire y nos soltaron”, relató años después el escritor Ignacio Padilla.

Treinta años después de esa ley fuga, este sábado, Padilla falleció en un accidente automovilístico. La vida le dio una segunda oportunidad, y así la aprovechó. Leyó y escribió cada día como si fuera el último, como si acabara de correr por el bosque perseguido por un batallón o como si a la vuelta de la curva lo esperara la muerte. Por eso, su legado es amplísimo; ha traspasado fronteras, y seguirá reconfortando a ésta y a muchas generaciones por vivir. Padilla murió a los cuarenta y ocho años, la gran mayoría de ellos dedicados a la escritura.

Publicó unos 30 libros que abarcan cuento, novela, ensayo, crónica, teatro y literatura para niños. Entre sus obras destacan [i]La catedral de los ahogados[/i] (Premio Nacional Juan Rulfo para Primera Novela 1994), [i]Si volviesen sus Majestades[/i] (1996), [i]Amphitryon[/i] (Premio Primavera de Novela 2000), [i]Espiral de artillería[/i] (2003) y [i]La gruta del toscano[/i] (Premio Mazatlán de Literatura 2007). Este año publicó [i]Cervantes y Compañía[/i], que reúne ensayos en el marco del aniversario 400 de la muerte de Miguel de Cervantes y del William Shakespeare.

En la literatura no hay edades. Ahí coinciden gigantes como Arthur Rimbaud —quien abandonó a los diecinueve años la poesía para convertirse en traficante de armas y marfil, en África— con José Saramago —novelista tardío, que se dedicó hasta los sesenta años a la profesión que siempre soñó. Padilla se une a la legión de escritores jóvenes, cuya obra se truncó por la tragedia. Sin embargo, deja una obra que palpita y provoca escalofríos. Sus libros están más vivos que muchas personas a las que conozco.

Desde hace días quería escribir sobre Roberto Bolaño. En unos días, en septiembre, toda su obra será reeditada, ahora en la editorial Random House. Así, el autor de Los detectives salvajes, a quien conocimos gracias a Anagrama, recibirá una nueva dosis de lectores, gracias al bien aceitado aparato mediático de este gigante editorial. La historia es fascinante. Bolaño falleció en Barcelona en 2003; tenía apenas dos años más que Padilla al morir; cincuenta. Al igual que el mexicano, dejó como estertor un anaquel de novelas, cuentos y ensayos espectaculares.

La muerte se ensañó con él cuando comenzaba a llegar la fama. Toda su vida la había consagrado a las letras, sufriendo incluso por su pasión. Aceptaba trabajos de poca monta, que le robaban el día, para dedicarse en las noches a aporrear con furia el teclado de su computadora. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas, entre ellos inglés, francés, alemán, italiano y neerlandés. Al momento de su muerte tenía 37 contratos de publicación en diez países. Póstumamente, la lista creció para incluir a otros, entre ellos Estados Unidos, y ascendió a 50 contratos y 49 traducciones en doce países, todos ellos previos a la publicación de 2 mil 666, su novela más ambiciosa que fue, precisamente, su herencia. Literalmente. Escribió esta novela con el objetivo de que se publicara en tres partes, y que las regalías sirvieran para costear los estudios de sus dos hijos.

Vivió y murió apretado. Los riñones se le colapsaron, temiendo ya no por su futuro, sino por el de su esposa e hijos. Nunca se imaginó lo que pasó cuando llegó un agente literario conocido como [i]El Chacal[/i]. Andrew Wylie, también llamado [i]Perro Rabioso[/i] o, de manera más respetuosa, [i]Carro de Basura[/i], es el agente literario más importante del mundo. Representa al Olimpo literario y a sus dioses, como Saul Bellow, John Cheever, Art Spiegelman. Le quitó en 2008 los derechos de Bolaño al no menos potente despacho de Carme Balcells. Con ese antecedente, Bolaño se prepara para revivir en Alfaguara —propiedad de Random House. Esta editorial reeditará toda la obra del escritor chileno, además de dos textos que no habían visto la luz: El espíritu de la ciencia-ficción, una novela que será publicada el próximo noviembre y presentada en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y un libro de cuentos, aún sin título.

La eternidad comienza un lunes. Para los que las letras son religión, hay vida eterna, esa que ahora goza Bolaños y Padilla, que se fueron pero que siguen respirando en cada párrafo de sus escritos. Por eso, y aunque duela, cuando se va un escritor —o un poeta, o un cuentista, o incluso un periodista…— nos queda el consuelo de su obra.

Mérida, Yucatán
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