Juan A Xacur M
Foto: José Palacios / ACOM
La Jornada Maya
Viernes 18 de agosto, 2016
El Chetumal de los años sesentas era una población aislada del resto de la república, muy mal comunicada y, por lo tanto, muy mal surtida de los bienes de consumo más indispensables como verduras, frutas, libros, telefonía, etc.
Era necesario importar de Belice casi todo por lo que se convirtió en el paraíso de la fayuca, y al abrirse las carreteras a Mérida a fines de los 50s y a Escárcega diez años más tarde, se convirtió en un imán para el contrabando hormiga, ya que el resto de México no podía importar casi nada. Y de esta manera surgió un comercio más o menos ilegal, pero muy dinámico, que por un lado resolvió el problema del desempleo de muchas mujeres de mediana edad que en esa actividad iban solucionando su economía y, por otro lado, surtía algunas necesidades locales.
Aquí abundaba la porcelana, los licores, las telas como el casimir inglés, la seda china, el lino irlandés, la tela blanca china para hipiles y guayaberas, los electrónicos, los relojes, paraguas, juguetes y toda clase de novedades del mundo. Sin embargo, no había fruta ni verduras frescas, flores y demás.
Por lo que cuando había, por ejemplo, una boda, era necesario ir a Mérida a encargar las invitaciones, las flores, los anillos y, aún más, rentar mesas, sillas y manteles.
Mi esposa, como chetumaleña tradicional de antaño, solía visitar Mérida cuando se requerían en su casa algunas cosas, porque en aquel Chetumal de los sesentas se encontraba en la capital yucateca lo más indispensable para eventos.
En uno de sus viajes en 1968 se encontró con una revuelta campesina que había tomado el centro de Mérida, se secuestraban camiones e incendiaban carros, al grito de consignas de carácter social. Sus primas le decían: tranquila Carlota, es la política del [i]Balo[/i] Cervera, no pasa nada.
En alguna ocasión, estando en la colonia México, tomando café con unas paisanas que vivían enfrente de la casa del director de Cordemex, ve que llegan manifestantes gritando fuera Olea (director de la paraestatal), al tiempo que destruían el jardín y mataban al perro. Y le explicaron las paisanas: es gente del [i]Balo[/i], no pasa nada.
Y estas vivencias las contaba como su gran aventura yucateca, con el famoso [i]Balo[/i] como protagonista.
Años después, en 1978, le avise a mi esposa que tendría dos invitados a cenar, pero no le dije de quienes se trataba, sólo le comenté: son amigos de Mérida que trabajan de momento acá, en Chetumal. Me cuidé mucho de no decir nombres.
Ese año fueron las primeras elecciones intermedias: se elegiría la segunda Legislatura y los segundos ayuntamientos. Era la época del PRI invencible, que se daba el lujo de regalar votos a la oposición para legitimar los comicios. Y con tal motivo llegó Víctor Cervera como delegado especial del PRI.
Llegan los invitados muy puntuales a la cita, los hacemos pasar a la sala a botanear y charlar; y le pedí a mi esposa que contara sus aventuras en Mérida; enseguida narró los hechos que conocía que implicaban al [i]Balo[/i], acentuando que se trataba de algo muy feo que la había tocado vivir.
Uno de los invitados le preguntó: y ¿conoce usted a Víctor Cervera?
No, respondió mi mujer; pero tal vez sea un matón con pistolas y cananas; así lo imagino.
Entonces el invitado se presentó: soy Víctor Cervera Pacheco, para servir a usted. Mi mujer tiene ojos grandes, pero en aquella ocasión se volvieron descomunales.
Nos reímos mucho de su sorpresa. [i]El Balo[/i]; o sea, Víctor, disfrutaba mucho de las buenas bromas. A mi me tocó después una buena reprimenda. Y cada vez que me topaba con Víctor me mandaba recuerdos para Carlota y se reía. Víctor fue delegado del PRI en las elecciones de Quintana Roo de ese año, razón por la cual venía seguido a Chetumal.
Un personaje para no olvidar.
Quintana Roo
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