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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Flickr / Senado de la República
La Jornada Maya

Jueves 18 de agosto, 2016

Son muchos los que sólo escuchan el estertor, los que ya tienen listo el obituario para publicarlo. El PRI, aseguran, está condenado a muerte; vive sus últimas horas. Esa maquinaria perfecta que gobernó al país durante casi un siglo se desbiela ante el errático manejo de sus conductores. El fin del poder, el ocaso del partido. Se deduce ese diagnóstico al observar con atención las partes que conforman ese sistema. La contundente derrota sufrida en las elecciones de julio pasado es sólo un síntoma más del inminente fin.

Durante varios años, dos han sido las principales columnas de esa estructura que ahora se tambalea: Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón. Ambos, en relevos, han sido protagonistas de la política de nuestro país. Un tándem que hizo y deshizo a voluntad. Sin embargo, la influencia que entre ambos sumaron, poco a poco se les ha ido escurriendo de las manos. Los dos hombres fuertes del PRI ahora languidecen, en el otoño de su carrera; Beltrones y Gamboa son sombras de lo que llegaron a ser.

El sonorense, defenestrado, desentona con la nueva generación de su partido, que se regodea de sus puestos. Enrique Peña Nieto y su núcleo se han encargado de dinamitar los otrora cimientos de la estructura que los llevó al poder. Caballos de Troya inconscientes que aceleran la deblacle de su partido. El PRI muere no ante los partidos de oposición o la sociedad, sino ante sí mismo; es suicidio, no asesinato. El yucateco, de la misma forma, no encuentra la fórmula para mantener su influencia. Ni a golpe de talonario. Ni clonándose en su hijo Pablo.

Obviando estos oxidados armazones, los enemigos internos erosionan aún más la estructura, sobrecargándola. Ante una sociedad hastiada de cinismo, viene, por ejemplo, Enrique Ochoa Reza y asegura que Peña Nieto es «absolutamente honesto». El sorpresivo sucesor de Beltrones, divorciado como muchos otros de la realidad, se equivoca al defender de esa manera al Presidente. Escudando a la persona, salpica a su partido; confirma la percepción que se tiene de los políticos.

Precisamente él, tal vez la opción última para reanimar al fiambre. Peña Nieto, y ahí radica el [i]quid[/i], es actualmente un lastre para los priistas. Ellos tienen dos opciones, muy sencillas. La primera, la que tomó Reza Ochoa, defenderlo a ultranza; la segunda, alejarse de él. Al final, se registrará una desbandada. Muchos, muchísimos se desentenderán de su propio partido. Buscarán nuevas instituciones que los arropen, crearán nuevas; optarán, incluso, por la vía independiente. El PRI quedará, entonces, como un raquítico resquicio del pasado, un rincón de nostálgicos que corren tras el viento añorando el ayer.

Ante un espejo similar se mira el PRD. Sin algo —o alguien— que lo una, esa inaudita asociación de tribus y corrientes se desbarata, se hace añicos. Comparte con el PRI los factores internos de su colapso, al que se le añade el peligro externo que representa Andrés Manuel López Obrador, irónicamente tránsfuga del PRI y del PRD. Esa amalgama de corrientes de izquierda está perdida en un laberinto de egos, que prefieren morir antes que ponerse de acuerdo; es la soberbia, su cáncer. Y así se recordará en su epitafio.

El PAN, aunque optimista por los resultados obtenidos en las pasadas elecciones, no tiene la salud que presume. Sonríe, pero se retuerce por dentro. La ideología que otrora le dio consistencia, cosecha polvo en alguna gaveta olvidada. Ese partido se intoxicó de poder, corrompiéndose como el que más. Sus principales triunfos de este año vinieron de la mano de políticos ajenos al partido, que únicamente se cobijaron bajo sus siglas para vencer al PRI. Victoria pírrica, que únicamente muestra el triunfo del pragmatismo. Este panorama se vislumbra en el 2018; una carrera de partidos zombis, incapaces de emocionar a la ciudadanía, que peligrosamente optará por el que crea menos malo.

Este apocalipsis partidista se registrará primero a nivel nacional, y poco a poco permeará en los estados. En Yucatán, el PRI resistirá un poco más que en otras entidades. Aunque los pleitos cainitas igual se registran en su interior, estos son menos cruentos. Estemos atentos a estos movimientos tectónicos, que prometen transformar la política tradicional. A estas alturas, y con las malas experiencias, creo que todos los cambios son buenos. Los que vienen y los que se pueden implementar ya. Siempre hay curaciones milagrosas, y esos partidos acedos que se niegan a aceptar su casi inminente destino, podrían salvarse cambiando. A fondo.

¿Qué leer durante el fin del mundo? [i]El fin del poder[/i], de Moisés Naim. Este analista venezolano describe la lucha entre los grandes actores antes dominantes y los nuevos micropoderes que ahora les desafían en todos los ámbitos de la actividad humana. La energía iconoclasta de los micropoderes puede derrocar dictadores, acabar con los monopolios y abrir nuevas e increíbles oportunidades, pero también puede conducir al caos y la parálisis. A partir de estudios nuevos provocadores y de su experiencia en asuntos internacionales, Naim explica cómo el fin del poder está remodelando el mundo en que vivimos.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]


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